viernes, 13 de noviembre de 2015

CÁBALA: RABÍ AKIBA, EL MAESTRO DE LA ÉPOCA EN QUE LA PALABRA SUSTITUYÓ AL RITO

Rabí Akiba y el misterio de la unidad

Capítulo del libro “El Hilo de Penélope” de Emmanuel d’Hooghvorst dedicado a las enseñanzas de uno de los maestros judíos más importantes de después de la destrucción del segundo Templo. 

Presentación - Ramón de Airola


Como se adivina por el título del artículo que viene a continuación, su autor, el barón Emmanuel d’Hooghvorst, se refiere a algunos de los temas centrales del judaísmo rabínico, pero, y eso es lo sorprendente, dichos temas también constituyen el núcleo de la tradición cristiana. Así, dejando de lado la compleja teología trinitaria y sin mencionar a Jesús, ni a los evangelistas, ni tampoco a Pablo, D’Hooghvorst enseña porqué tanto el judaísmo como el cristianismo son tradiciones monoteísta.

Para ello, el autor habla de la Torá y de un rabí, Rabí Akiba, y del momento histórico en el que vivió, que coincidió con uno de los episodios más decisivos de la historia de Israel: la destrucción del Segundo Templo en el año 70. En aquel momento Rabí Akiba contaba unos veinte años.

Entonces, mientras el cristianismo va tomando forma, el judaísmo, sin el Templo y, en consecuencia, privado del lugar donde celebrar sus ritos más importantes, se concentra en el estudio de la Torá y en los demás textos de la Biblia hebrea o Tenaj, y que más tarde se complementarán con el Talmud. En aquel momento, justo antes de la diáspora, se unificó el criterio respecto a cuáles eran los libros canónicos y cuál era su orden y, a partir de entonces, la Tenaj se consideró a todos los efectos como el libro sagrado que debía ser interpretado. Todo este proceso se realizó en la localidad de Jamnia, o Jabneh, un lugar donde los judíos pudieron reunirse, con el beneplácito de los romanos, para preservar su tradición.

Karen Armstrong escribió lo siguiente sobre este momento histórico: “Lo primero que los rabinos hicieron en Jamnia fue recopi­lar y preservar todos los recuerdos, prácticas y rituales de la re­ligión tradicional, para que cuando se reconstruyese el templo se pudiese reanudar el culto” (Historia de la Biblia, pp. 86-87). Entre quienes se reunieron en Jamnia estaban los fariseos quienes hicieron un gran esfuerzo por conser­var en sus mentes cada detalle del santuario perdido y, también, fueron los primeros en comenzar a revisar e interpretar la Torá para el pueblo en el exilio, pues, al mismo tiempo que la historia, también cambiaba un mundo, en donde “incluso Dios tenía que continuar estudiando su propia Torá para descubrir su significado pleno”.

Los rabinos llamaron midrash a su exégesis, del verbo darosh, ‘explicar’. Según uno de estos ‘midrás’ cuando “dos o tres fariseos estudiaban juntos la Torá –escribe Armstrong– encon­traban, como los cristianos, que la Shekhinah estaba entre ellos. Los fariseos promovieron una espiritualidad en Jamnia en la que el estudio de la Torá reemplazaba al templo como medio principal para encontrar la presencia divina”.

Como hemos dicho, Emmanuel d’Hooghvorst dedica su artículo a Rabí Akiba y a los misterios de la Unidad, en un momento en el que la palabra sustituyó al rito, y la Presencia divina dejó el Templo de piedras para habitar en el hombre. En él, además de proponer una profunda exégesis sobre el judaísmo D’Hooghvorst sugiere el misterio cristiano que se fundamente en el testimonio de la verdad de Jesucristo, en el testimonio de la unión del hombre con Dios.

El judaísmo rabínico también se fundamenta en el testimonio de la unidad del nombre de Adonai, lo proclaman cada día en la recitación del Shemá. D’Hooghvorst recoge estas ideas mediante algunas claves cabalísticas que se refieren a ciertos juegos de letras pero que superan las formas hebreas para formar parte de la cultura universal de la espiritualidad de las religiones monoteístas.

Se ha dicho infinidad de veces que el judaísmo, al igual que el cristianismo y el islam, es una religión monoteísta, pero, como D’Hooghvorst escribe en otro lugar respecto Dios y al Shemá: “Esto no significa que esté solo sino que viene a ser como si dijera: Deja a los demás pueblos venerar a un Dios inaccesible en el cielo o prosternarse ante un ídolo terrestre impotente. Tu Dios, el tuyo, Israel, es la unión del cielo y de la tierra, por ello es uno, porque está reunificado” (El hilo de Penélope I, p. 162)

Al recuperar estas enseñanzas, D’Hooghvorst sigue la estela de los cabalistas cristianos del Renacimiento y, en especial, de Pico de la Mirandola cuando afirmaba: “Ningún cabalista hebreo puede negar que el nombre de Jesús, si se interpreta según el modo y principios de la Cábala, significa precisamente Dios, es decir, hijo de Dios y de la sabiduría del Padre por la tercera persona de la divinidad” (Conclusiones mágicas y cabalísticas, p, 85).



TEXTO DE EMMANUEL D’HOOGHVORST

La existencia de Israel es inseparable de la Torá, la Ley de Moisés, que contiene seiscientos trece preceptos, trescientos sesenta y cinco de los cuales son negativos y doscientos cuarenta y ocho positivos. Respecto a ellos se ha enseñado que su observancia preparaba la resurrección. Un significado que es, pues, mucho más profundo que el de una simple ley moral.

Ya hemos tenido la ocasión de subrayar[1] el aspecto equívoco del término ‘Ley’, que los traductores de la Biblia de los Setenta emplearon para traducir al griego la palabra Torá. Efectivamente, desde esta óptica legislativa y moralizadora es como la han entendido los no judíos; este equívoco se ha transmitido a todas las traducciones posteriores, en el curso de los tiempos.

Entenderemos mejor el significado de la Torá si consideramos que esta palabra procede de una raíz verbal iaró, que significa a la vez ‘tirar de arriba abajo’, ‘disparar una flecha’, ‘regar’, y también, ‘fundar’ e ‘instruir’. En el misterio del don de la Torá a Israel se incluye todo ello: procede del cielo, resucita a los muertos,[2] ilumina[3] e instruye.

No existe un mandamiento mayor que dedicarse a la Torá del Señor[4]; todos los demás están incluidos en éste.

Hay una Torá para el exilio y una Torá para el mundo por venir, una Torá escrita y una Torá oral, llamada sobre la boca cuya expresión es el Talmud. También se llama sencillamente Torá al Pentateuco. Pero solo hay una única Torá.

He aquí unos fragmentos que nos permitirán comprender mejor de qué se trata.

En el oficio de la mañana, en el momento de la bendición de la Torá, se dicen las siguientes palabras:

«¡Bendito seas, tú, Señor[5] Dios nuestro, Rey del mundo! Nos has santificado por tus preceptos y has mandado que nos dedicáramos a las palabras de la Torá. Te lo rogamos, Señor nuestro Dios, vuelve las palabras de tu Torá dulces en nuestras bocas y en la de tu pueblo, casa de Israel. ¡Bendito seas, Señor Dios nuestro, Rey del mundo, que nos has escogido de entre todos los pueblos y que nos has dado la Torá!»

Conviene subrayar aquí el sentido del verbo hebreo barok, ‘bendecir’, que expresa la idea de ‘hacer bajar’. «Bendito seas» significaría ‘que se te haga bajar…’ o, también, ‘que se haga bajar sobre ti’.

Un célebre comentarista ha escrito: «El Santo-bendito-sea dijo a Israel: Os he dado mi Torá en matrimonio, como si dijera: ¡He sido dado a Israel con ella!»[6]

Otro ha dicho: «El Santo-bendito-sea –¡que sea bendito!– no es un aspecto separado de la Torá; la Torá no le es exterior y él no es algo exterior a la Torá. Asi­mismo, los sabios de la cábala han dicho: ¡El Santo-bendito-sea –que su nombre sea bendito– es la Torá!»[7]

Vamos a tratar ahora de Rabí Akiba. El texto que leeremos al respecto es un comentario del Shemá o la proclamación de la unidad del Dios de Israel. Todo israelita tiene la obligación de recitar este texto por la mañana y por la noche. Este fragmento procede de Deuteronomio VI, 4-9. Empieza así: «Escucha, Israel, el Señor nuestro Dios, el Señor es Uno. Y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu fuerza».

La primera palabra del versículo 4, shemA ‘escucha’, termina con la letra ayn, que, en las ediciones tradicionales de este versículo, aparece en un tamaño mayor que las demás letras del texto. Lo mismo ocurre con la última letra de la última palabra de este mismo versículo: ejaD, ‘Uno’, es decir, la letra dalet. Si unimos estas dos letras, la ayn y la dalet, obtenemos la palabra ed, que significa ‘testigo’. Israel es, pues, el testigo en este mundo de la unidad de su Señor, IHVH, de la unión de lo que está arriba y de lo que está abajo.


En efecto, se ha enseñado lo siguiente: «Rabí Jeremiá estaba sentado en presencia de Rabí Chai hijo de Abá y vio que [éste] ponía mucho énfasis[8]. Le dijo: Ya que has unificado[9] lo que está arriba y lo que está abajo y los cuatro soplos de los cielos, ya no es necesario hacer más».[10]

Esta unidad no es sólo la de un Dios exterior al hombre. Los textos que hemos citado son, en efecto, la afirmación de una inmanencia o de una presencia,[11] y es por medio de la Torá como Israel tiene el deber de vincularse a su Dios.

El relato[12] que presentamos a continuación tiene por objeto el misterio de esta unión:

«…Y amarás al Señor tu Dios (Deuteronomio XXX, 20). He aquí lo que se ha enseñado: Rabí Eliezer dijo: Si se dice: con toda tu alma (Deuteronomio VI, 4), ¿por qué añadir: con toda tu fuerza? (Ídem). Y si se dice: con toda tu fuerza», ¿por qué decir también con toda tu alma? A un hombre más apegado a su cuerpo que a sus bienes, se le dirá: con toda tu alma. A un hombre más apegado a sus bienes que a su cuerpo, se le dirá: con toda tu fuerza.

Rabí Akiba dijo: Con toda tu alma… aunque te fuese retirada….

Ahora bien, ocurrió que el gobierno[13] pronunció un edicto que prohibía a Israel estudiar la Torá. Papus ben Judá fue a visitar a Rabí Akiba, que celebraba numerosas reuniones de estudio y le dijo: Akiba, ¿tú no temes al gobierno?

Akiba le contestó: Te voy a contar una parábola para que me entiendas: Érase un zorro que se paseaba junto al río. Vio manadas de peces que se desplazaban conti­nuamente de un lado a otro. Les dijo: ¿De qué huís así? – Huimos de las redes que los hombres dirigen hacia nosotros. Él les respondió: ¿Acaso no os gustaría salir del agua? Estaríamos juntos, vosotros y yo, tal como lo hacían mis antepasados con los vuestros. (Dijeron los peces): ¿Eres tú al que llaman el más sagaz de los animales? ¡Muestras más estupidez que inteligencia! Si ya nos sentimos llenos de temor aquí donde estamos vivos, ¿qué sería fuera de aquí (fuera del agua) donde moriríamos?

Ocurre lo mismo con nosotros, añadió Rabí Akiba. Aquí donde vivimos nos dedicamos a la Torá, de la que está escrito: ‘¡Pues es tu vida y duración de tus días!’ (Deuteronomio XXX, 20). Si la desdeñáramos, ¿acaso no sería mucho peor para nosotros?

Así, en cierto modo, la Torá era para él como el aire que respiraba.

Cuentan que unos días más tarde, Rabí Akiba fue arrestado y encarcelado. También encarcelaron a Papus ben Judá, y encontrándose junto al Rabí, éste le preguntó: Papus, ¿qué haces aquí?

Él le contestó: Bienaventurado eres, Rabí Akiba, pues te han arrestado a causa de la Torá. ¡Desgraciado Papus, arrestado por razones vanas!

Cuando hicieron salir a Rabí Akiba para ejecutar la sentencia de muerte, era el momento de la recitación del Shemá. Y mientras le despellejaban la carne con rascadores de hierro, recibía sobre él el yugo del Reino de los cielos.[14]

Sus discípulos le dijeron: Maestro, ¿hasta tal punto?

Y les contestó: Todos los días de mi vida, me ha turbado este versículo: Con toda mi alma, aunque Él te retire tu alma. Y dije: Que venga la muerte para que pueda dar testimonio. Ahora, hela aquí, ¿acaso no daré testimonio?

Puso mucho énfasis en la palabra ejaD -‘uno’- hasta que su alma salió de él.

Al instante, el eco de la voz[15]  se hizo oír diciendo: ¡Bienaventurado Rabí Akiba, cuya alma salió con la palabra ejaD!

Los ángeles del servicio dijeron en presencia del Santo-bendito-sea: ¡Tal Torá, tal recompensa! ¡Por tu mano Señor, libérame de los hombres del mundo! (Salmos XVII, 14).

Se les respondió: ¡Su parte está en la vida (de este mundo)! (Ídem)

Pero el eco de la voz se hizo oír de nuevo: ¡Bienaventurado Rabí Akiba, pues tú estás destinado a la vida del mundo por venir!»

La Torá del Señor brilla con mil facetas. ¿Quién pues, en este mundo de exilio, se enorgullecerá sin mentir de haber agotado todo su sentido con explicaciones?

Los Maestros han dicho:

«Hay 600.000 aspectos y 600.000 explicaciones en la Torá; a cada una de estas formas de explicar la Torá le corresponde la raíz de una alma en Israel. Con el advenimiento del Mesías, cada individuo en Israel leerá la Torá según la explicación que se encuentra en su raíz y lo mismo ocurre con la realidad de la Torá en el Paraíso»[16]

¡Que la Torá, lector, te sea compañera fiel, tú que caminas solitario en este exilio, soñándote sin medida!

(Traducción J. Lohest-Hooghvorst)

NOTAS

[1] Véase Le Fil d’ Ariane, nº 1, 1977, p. 33, nota 3.

[2] Talmud de Babilonia Sanedrín 90a: «No hay sitio alguno en el mundo por venir para aquél que dice: La Torá no resucita a los muertos y la Torá no pro­viene del cielo». In Aggadoth du Talmud de Babylone, p. 1067.

[3] Véase Proverbios VI, 23 y VIII, 35 y Talmud de Babilonia, Berakot 8a, donde el texto siguiente: «Aquél que me encuentra ha encontrado la vida», se interpreta como una alusión al hallazgo de la Torá.

[4] Salmos I, 2.

[5] Generalmente, se dice ‘mi Señor’, en hebreo Adonai, para expresar el célebre tetragrama IHVH. En la literatura rabínica, se le designa por medio de la expresión «El Santo-bendito-sea».

[6] Rabí Moisés, hijo de Najmán, conocido con el nombre de Najmánides, vivió en Cataluña entre 1194 y 1267. Véase su Comentario sobre Éxodo XXV, 2.

[7] Rabí Menajem Recanati, siglo XIV, El Libro de los sentidos de los Mandamientos III, 1, citado por Lachower y Tishby, Mishnat haZohar t. I, p. 145.

[8] Ponía mucho énfasis en la pronunciación de la palabra ejaD cuando recitaba el Shemá.

[9] Literalmente: «Ya que lo has reconocido como rey». Sobre los cuatro soplos de los cielos, véase Ezequiel XXXVII, 9.

[10] Talmud de Babilonia, Berakot 13b. in Aggadoth du Talmud de Babylone, p. 75. Rabí Salomón Idelash (1560-1631), al comentar este fragmento, atribuyó a esta unidad la figura cúbica; «y no hace falta añadir nada más», se lee a guisa de conclusión

[11] Según el gran comentario del Midrash Rabah, sobre Éxodo III, 12, cuando el Señor se apareció a Moisés en la zarza ardiente, le dijo: «Me aparezco a ti en una zarza para hacerte comprender que estoy con Israel en las espinas del exilio».

[12] Talmud de Babilonia, Berakot 61b, in Aggadoth du Talmud de Babylone, p. 124.

[13] En algunas ediciones se lee: «el gobierno griego». Se trata en realidad de un edicto proclamado en el año 135 por el emperador Adriano. Después del fracaso de la rebelión de Bar Kokbah, este emperador quiso suprimir la existencia de los judíos como pueblo y les prohibió la observancia de su religión. Incluso la circuncisión fue pros­crita. Esta situación cesó tres años más tarde, con el advenimiento del reinado de Antonino Pío. Rabí Akiba, que fue el maestro de Rabí Simeón bar Iojai, el supuesto autor del Zohar, era uno de los partidarios de Bar Kokbah, cuyo nombre significa ‘hijo de la estrella’. Ninguno de los opresores de Israel fue tan odiado por los judíos como el emperador Adriano, cuyo nombre generalmente va seguido en los textos hebraicos de la imprecación: «¡Que se pudran sus huesos!».

[14] En la recitación del Shemá.

[15] La bat qol, literalmente ‘la hija de la voz’, considerada como una forma inferior de la profecía.

[16] Isaac Luria (1534-1574), Sefer haKavanot: LXII, citado por G. Scholem, La Cábala y su simbolismo, ed. Siglo XXI, Madrid, 1985, p. 71.



FUENTE: ARS GRAVIS


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