VIVIR PELIGROSAMENTE
Por Ralph M. Lewis, F.R.C.
La divisa "Vivir Peligrosamente" ha sido atribuida al filósofo Federico Guillermo Nietzche.
Para un mundo recién salido de una guerra en la que millares de seres humanos sacrificaron la vida cada día, esta exhortación parecería inútil e irónica. Sin embargo, para Nietzche ella no significaba simplemente el hacer frente a peligros físicos ni el desafiar la muerte heroicamente. La frase quería decir la experiencia plena de la vida.
Con demasiada frecuencia, la seguridad y la paz que todas las gentes desean en su vida individual es la del aislamiento de todas las vicisitudes de la vida. La placidez, por ejemplo, de pequeñas ciudades y aldeas muchas veces no es más que un estado de estancamiento mental y espiritual. El individuo debe distinguir entre una fuga momentánea y deseada del ambiente de intensa agitación emocional y un estado permanente que jamás cambia los elementos del yo.
Toda la sabiduría no puede ser comunicada de manera que el individuo adquiera la comprensión. La experiencia es todavía un maestro admirable y necesario. Esto es especialmente así en lo que respecta a las virtudes, la moral y la ética. Por más que nuestros discursos sean elaborados y desarrollados, es sumamente difícil lograr que otra persona comprenda los principios de la justicia, a menos que ese individuo haya experimentado por sí mismo grandes injusticias.
Un orden social mejor sólo puede ser apoyado de manera inteligente por aquellos que han presenciado la anarquía y el despotismo. Los abusos del trabajo o del capital no pueden corregirse con buenos resultados, si la corrección está a cargo de un pueblo que nunca ha padecido de ellos. La mera presentación de los hechos en los periódicos o en las transmisiones de radio, por impresionantes que sean, es inadecuada para impulsarnos a la acción. Se sabe que la pasión y la emoción intensa ciegan nuestra razón. También sabemos que los hechos plausibles pueden dejarnos indiferentes, porque no se ha encendido nuestro entusiasmo.
Cada acto voluntario del ser humano está propulsado por el deseo. Es necesario que el hombre desee llevar a cabo lo que se dispone a hacer. Cuando los sentimientos y la razón se combinan, gracias a la experiencia, tendremos entonces a un individuo que está actuando con entusiasmo y con inteligencia.
La persona que sólo trata de constituir una muralla de seguridad en torno a si misma, es probable que no arriesgue ninguna contaminación moral o física, pero su contribución a la sociedad humana es nula. Si sobreviene una emergencia, esa persona perderá el sentido o se convertirá en una carga de sus prójimos debido a su falta de experiencia. En el caso de que no se exija nada de esa persona, como una flor de invernadero, sólo tendrá un valor: el ser bonita para nuestra vista.
Ese individuo irá a cumplir su limitada rutina, sin ninguna perturbación, sin ninguna distracción, sin molestar a nadie, convertido en algo así como un ornamento, como el llamador de bronce de una puerta.
La vida entera es una aventura. No hay certezas prescritas acerca de lo que ganaremos con cada año de existencia. No hay seguridad acerca del número de años que viviremos. Este está determinado por nuestra conducta y por las influencias de la herencia y del medio ambiente.
No hay más que un camino en el que hemos sido colocados; no podemos devolvernos y tenemos que proseguir. Al avanzar, detrás de cada curva, cada año, nos saldrán al paso experiencias y acontecimientos de los que no podemos escapar. Algunos serán agradables, otros dolorosos; algunos veremos que se repiten y así nos prepararemos para ellos y mitigaremos sus efectos. Pero por cada circunstancia que atraviesa nuestro camino de la vida y nos envuelve, hay centenares de otras que aguardan nuestra investigación y que nos rodean.
Si al avanzar en el camino usáis, hablando en sentido figurado, tapaojos, evitaréis muchos choques, serán poco frecuentes los desagrados, quizás. Pero igualmente, no conoceráis nunca ninguna exaltación intensa ni la emoción de un descubrimiento, ni la sensación inmensamente satisfactoria de haber alcanzado un conocimiento nuevo.
Pondré un ejemplo para describir la persona que vive con cautela y que busca continuamente la seguridad. Ese individuo es semejante al turista norteamericano que viaja por Europa.
Semejante turista planea su viaje por medio de agencias de turismo, de manera que su modo de vivir ordinario se perturbe lo menos posible con la aventura que lo aleja del hogar; logra que los hoteles de las ciudades que piensa visitar le reserven habitaciones lo más semejante posible a las comodidades que tiene en su hogar; evita pasear por lo distritos más típicos, porque sus costumbres son diferentes y sus olores extraños; acude a las canchas de tenis y a los salones donde sirven cócteles y a los restaurants de lujo que "le recuerdan su tierra".
Cuando regresa a su propio país, habla de las galerías de arte y de los museos que ha visitado y de las experiencias que en ellos tuvo. Ha podido tener noticias de muchas de las cosas que allí ha visto si hubiera consultado enciclopedias o libros especiales en la biblioteca de su ciudad natal.
En sus viajes, ese turista nunca ha comido en los barrios obreros de las ciudades extranjeras; nunca ha recorrido las viviendas pobres vecinas a los muelles de los puertos importantes ni ha comprado en los bazares de los pobres; nunca ha estado durante una hora conversando con el limpiabotas o con el caletero, acerca de sus opiniones y esperanzas; nunca ha visitado los tribunales de aquellos países, personalmente, ni ha presenciado el desfile de la humanidad representada por las diversas capas sociales; nunca ha conversado con el pequeño comerciante, que desconoce el comercio lujoso del turista.
Según todas las probabilidades, nunca ha visitado las catedrales en los momentos en que no se admiten los turistas con sus guías, y no se ha mezclado allí con los fieles, sencillos y devotos que se arrodillan con sus trajes pobres mientras sus labios se mueven silenciosamente en tanto que sus ojos vueltos hacia arriba contemplan los ornamentos eclesiásticos.
Estas pequeñas aventuras de los viajes nos ponen muchas veces en contacto con cosas desaseadas, andrajosas y contaminadas, y a veces nos ponen frente a frente con las enfermedades. De allí se sale oprimido más bien que entusiasmado. Pero hemos ganado un sacudimiento interno, y de esos estímulos emocionales fluyen nuevos ideales que amplían nuestro horizonte y nos convierten en un miembro de la sociedad mucho más valioso que antes y con una comprensión mucho más profunda.
No seáis tan moralmente correctos y precisos, si esto os ha de convertir en ignorantes de la vida. Vivid un poco más peligrosamente. Visitad alguna vez los cabarets y los teatros donde hay exhibiciones dudosas. Buscad qué es lo que atrae a otra gente. Ved si os es posible analizar o aprender qué es lo que lleva a hombres y mujeres, jóvenes y viejos, a sentarse en una silla, bajo una luz débil, en una atmósfera recargada de humo de cigarros y pipas, a tomar licor durante horas. ¿Por qué esa gente busca intencionalmente ese olvido?
¿Piensa algún ateo pronunciar una conferencia en vuestra ciudad? Id a escucharlo. Acudid con una mente libre de prejuicios y resolved si es él verdaderamente un ateo o un hombre incomprendido. ¿Van a reunirse los comunistas para condenar a los capitalistas? No temáis convertiros en un espectador interesado y en escuchar lo dicen. Aventuraos en esa atmósfera.
Escuchad con la razón y las demás facultades alerta. De allí saldréis convencido de que vuestras suposiciones eran correctas o avergonzado de haber aceptado opiniones que no habíais nunca investigado personalmente. Asistid a los tribunales de delincuencia juvenil o a las cortes penales, cuando el tiempo lo permita, y escuchad las narraciones sórdidas de las infortunadas víctimas. De allí saldréis también oprimidos, pero con una resolución firme de leer y ocuparos de todo lo que tenga algo que ver con la corrección de esos estados y condiciones en que se ven envueltos los seres humanos.
Recordad que vuestra moral y vuestras reglas de vida, arbitrariamente adoptadas, no son más fuertes que las pruebas a que podéis ponerlas. Si no podéis resistir la influencia de algunas de estas aventuras de la vida, estáis en una posición precaria por lo que respecta a vuestro carácter, especialmente si os llega el caso de veros precipitados en condiciones análogas.
Vivid peligrosamente pero con el conocimiento despierto! Que no se os escape ninguna experiencia que pudierais aprovechar y que no viole a vuestra propia conciencia. Ningún hombre o mujer es verdaderamente correcto si nunca ha estado expuesto a la vida. De ser así, no son sino una cantidad desconocida, algo así como un paracaídas que nunca se ha abierto ni se ha probado. ¡Probad un poco de la vida! Ella no os amargará, pero avivará vuestros deseos de vivir de una manera más plena, como debe hacerlo todo ser humano.
FUENTE: REVISTA "EL ROSACRUZ", JULIO DE 1948.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Nota: sólo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.