EL HIJO DEL HOMBRE (1928)
SANTIAGO, HIJO DE ZEBEDEO
El reinado de la Tierra
Era un día primaveral el día en que Jesús llegó a un parque de Jerusalén, y comenzó a dialogar con la multitud sobre el Reinado del Cielo.
Graves acusaciones en contra de fariseos y escribas que colocaban trampas y cavaban pozos en el sendero de quienes buscaban el Reino Celestial, apostrofándolos y recriminándolos con acritud. Entre la multitud se hallaban personas que defendían a los escribas y fariseos, y planearon. arrestar a Jesús, y a nosotros con él. Pero Jesús logró burlar sus ardides y escapar por el portal de la ciudad que mira hacia el Norte. Allí nos contempló y dijo:
-Todavía no ha llegado la hora en que me prendan. Aún tengo mucho de que hablaros, y mucho es también lo que tengo que hacer entre vosotros antes de pensar en entregarme-. -Y después añadió, su voz teñida de felicidad:-Vayamos hacia el Norte, hacia la primavera. Subid conmigo a los montes, pues el invierno ha terminado y la nieve del Líbano está cayendo hacia los valles, agregando su preludio a las sinfonías de los arroyos. Las llanuras y las viñas han alejado todo sueño, y han despertado para recibir al Sol con lujuriosos higos y frescas uvas.
Estaba siempre a la. cabeza de la columna que conformaban los suyos, todo ese día y también el siguiente. En el atardecer del tercero habíamos escalado la cima del monte Hermón. En lo alto de una meseta se detuvo a observar las aldeas esparcidas por el llano. Se le iluminó la cara, que en ese instante parecía oro bruñido. Nos tendió las manos.
-Ved cómo el suelo se ha vestido con sus verdes vestiduras -dijo- y de qué manera los arroyos han bordado sus faldas con brillante hilo de plata. La Tierra es hermosa, verdad, y todo lo que es y existe encima de ella es encantador; pero, atrás de todo lo que veis se encuentra un Reino del cual yo seré monarca y gobernante. Si podéis amar y encariñaros con el corazón iréis conmigo a ese Reino, a gobernar a mi lado. En ese lugar vuestro rostro y el mío no estarán velados; no llevarán vuestras diestras puñales ni cetros. Nuestros gobernados vivirán en la tranquilidad sin sentir hacia nosotros miedo u horror.
De esa forma habló Jesús, pero yo estaba ciego y no podía ver el Reino de esta Tierra, ni las grandiosas ciudades fortificadas y amuralladas. No moraba en mi espíritu más que una sola ansia: ir junto al Maestro hasta aquel otro Reino. En ese instante había llegado Judas Iscariote, que se puso junto a Jesús y le dijo:
-Los reinados de los seres humanos son muchos y extensos; las huestes de Salomón y de David vencerán al fin a los romanos. Si es tu deseo llegar a ser rey de los judíos, nuestras lanzas y puñales estarán a tu servicio para expulsar a los extranjeros y triunfar sobre ellos.
Al escuchar esto Jesús, su faz se indignó, y le respondió con voz estentórea y resonante:
-¡Fuera de aquí, demonio! ¡Podrás creer, por azar, que mi llegada entre las legiones de los milenios es para gobernar, un solo día, sobre un hormiguero de personas. Mi trono no llegará a tu poca inteligencia, pues quien trata de abarcar la Tierra con sus alas, no tratará de buscar un lugar de refugio en un nido abandonado y destruido! ¿Se siente honrada o enaltecida, quizás, una aldea porque sus moradores visten mortajas? Mi Reino no es de este mundo y mi trono no se erguirá sobre las calaveras de vuestros ancestros. Si anheláis un reino que no sea el Reino del Alma, más os valiera abandonarme aquí y emprender el descenso a las cuevas de vuestros muertos, donde, desde tiempos remotos, los seres de testa coronada llaman a conciliábulo en sus sepulcros, para glorificar la osamenta de vuestros antepasados. ¡Cómo te atreves a tentarme con un trono de infecta materia, cuando mi frente ansía la corona de los astros o vuestras espinas! Pero, de no ser por un sueño de un pueblo casi olvidado, no hubiera permitido que vuestro sol tuviera su aurora en mi paciencia, ni que vuestra luna refleje y alargue mi sombra en vuestro camino. De no haber sido yo un ansia pura, por la que tiritó y se emocionó el alma de una madre alba e inmaculada, me habría desembarazado de mis pañales y hubiera vuelto a lo infinito. Y de no ser por el profundo dolor que impera en las entrañas de todos vosotros, no me hubiera quedado en este lugar para sollozar y gemir. ¿Quién eres y qué es lo que deseas de mí, oh Judas Iscariote? Habrás calculado mi peso en alguna balanza para encontrarme digno de dirigir un ejército de enanos y de conducir una deforme escuadra en contra de un enemigo que no se acuartela más que en vuestras inquinas, temores. y fantasmas. Varios son los insectos que hormiguean a mis pies, pero yo los venceré. Estoy harto de sus burlas y sus chanzas, y cansado está mi espíritu de toda compasión con los animales o insectos que me consideran cobarde, porque mi camino no se encuentra entre sus murallas y fortalezas. Uno de los fines de la piedad es mi necesidad de misericordia hasta el final. ¡Oh!, cómo quisiera, si pudiera lograrlo, encaminar mis pasos en dirección a un mundo más grande, en el que moran seres muy superiores a los de este mundo; pero... ¿De qué manera podrá conseguirlo? Vuestro rey y vuestro sacerdote piden mi vida. Ya lograrán su propósito antes de encaminarme hacia ese otro mundo. No quebrantaré el curso de las Leyes ni esclavizaré a la ignorancia. Permitid que la ignorancia se cultive a sí misma hasta hartar a sus descendientes. Permitid que los ciegos lleven a los enceguecidos a la fosa. Permitid que los muertos sepulten a los cadáveres hasta que se ahogue la tierra bajo el perfume de esos amargos capullos. Mi reino no es de este mundo, no. Es y será en el lugar en el que tres de vosotros se reúnan con amor, con veneración, idolatrando a la hermosura de la vida, con felicidad y con placer ante mi recuerdo.
En el momento de terminar su discurso dirigió bruscamente su vista a donde se encontraba Judas Iscariote y lo exhortó diciéndole:
-¡Fuera de mi vista, hombre! los reinos de vosotros nunca estarán dentro del mío.
Ya era tarde. Se dirigió a nosotros y dijo:
-Vayámonos de este lugar, pues la noche ya se avecina y está casi encima de nosotros. Caminemos mientras haya luz. Descendió del monte seguido por nosotros. Bastante atrás, lejos y a la zaga, Judas nos seguía despacio. Al arribar al llano ya había anochecido. En ese instante Tomás, el hijo de Theófanos, se dirigió a Jesús diciéndole:
-Maestro, la noche está muy oscura y ninguno de nosotros llega ya a distinguir el verdadero sendero. Si lo deseas podemos ir en dirección a las luces de aquella aldea, en donde quizá podamos hallar algo de comer y un lecho.
Jesús entonces le respondió:
-Os he dirigido hacia lo alto cuando teníais apetito, pero ahora que os he llevado a la llanura vuestra necesidad se ha multiplicado. ¡Es triste que no pueda estar entre vosotros esta noche, pero es que quiero estar a solas!
Entonces se adelantó Simón Pedro y le habló:
-No nos abandones en la tiniebla de la noche; déjanos pasar esta noche a tu lado en este estrecho sendero; pues tanto la noche como sus fantasmas no harán demasiado extensa su visita si con nosotros estás; mejor aún, estaremos cómo iluminados por un Alba si con nosotros te quedas. Jesús le respondió:
-En esta noche los chacales estarán en sus cuevas y madrigueras, en sus nidos los pájaros del cielo, pero el Hijo del Hombre no hallará dónde reposar su cabeza. En verdad es mi deseo estar a solas esta noche. Pero si ese es vuestro deseo podréis, por segunda vez, encontrarme en la orilla donde os he hallado.
Lo abandonamos con el alma dolorida, pues no deseábamos irnos y dejarlo solo. A cada momento volvíamos nuestra mirada hacia el lugar donde Jesús se encontraba en la gloria de su soledad, camino al oeste. El único que quiso echar hacia atrás la cabeza, para ver al Maestro en su perfecta soledad, fue Judas Iscariote. Desde ese momento Judas se convirtió en otro, se tornó malhumorado e hipócrita. Su mirada se vio oscurecida por una densa niebla de odio, maldad y felonía.
ANA, MADRE DE MARÍA
El nacimiento de Jesús
Mi nieto nació aquí, en Nazareth, en el mes de enero. La noche del nacimiento de Jesús unos hombres que venían de Levante nos visitaron. Se trataba de unos extranjeros que habían llegado de Asdrolón con las caravanas que mercan con Egipto. Nos solicitaron hospitalidad en nuestro hogar, pues en el albergue no encontraban lugar para pasar la noche. Les di la bienvenida y les informé:
-Mi hija acaba de dar a luz un varón; vosotros, sin lugar a dudas, me disculparéis si no os hago las cumplimentaciones que merece vuestra permanencia aquí.
Me agradecieron el haberles dado hospedaje, y, luego de cenar me dijeron:
-Es nuestro deseo conocer al recién nacido.
El hijo de María era un bebé muy hermoso; ella misma era muy bella y atrayente. Ni bien los extranjeros vieron a María y a mi nieto, extrajeron de sus bolsas oro y plata y lo dejaron a los pies del niño. Luego le ofrendaron incienso y mirra y prosternándose, más tarde oraron en un idioma que no comprendimos.
En el momento de conducirlos al aposento que había preparado para que reposaran, penetraron en el mismo con un aire de recogimiento, como maravillados por lo que acababan de ver. Cuando salió el sol se marcharon para continuar su camino hacia Egipto; mas antes de partir me dijeron:
-A pesar de tener su nieto un día de edad hemos podido ver en su mirada la luz del Dios que adoramos, y hemos visto también Su sonrisa a flor de labios. Por eso, le rogamos que cuide de Él como para que Él la cuide después.
Y luego de decir esto, montaron en sus dromedarios y nunca más los hemos vuelto a ver.
En lo que respecta a María su felicidad no era, con todo, tan grande como su asombro y admiración ante su vástago. Detenía la mirada largamente sobre su rostro, y después la perdía en el horizonte, a través de la ventana, absorta como si estuviera contemplando una revelación del cielo.
El niño fue creciendo en edad y en espíritu, y se mostraba absolutamente distinto de sus compañeros de juegos, pues buscaba la soledad y no permitía que se le mandara, y nunca pude poner mis manos sobre él.
Y era muy amado por todos los habitantes de Nazareth. Luego de unos años supe el porqué y el motivo de ese cariño y apoyo. Varias veces se llevaba la comida y la regalaba a los extranjeros que pasaban, y si yo alguna vez le daba un trozo de golosina, lo ofrecía a sus compañeros sin comer de él ni siquiera un trozo.
Trepaba a los árboles frutales de nuestra huerta y le llevaba los frutos a los que no tenían en la suya. Y varias veces le he visto jugar carreras con los chicos de la aldea; cuando se daba cuenta que alguno se le había adelantado, disminuía, a propósito, la velocidad de su marcha para que pudieran ganar sus contendientes. Y cuando lo conducía por la noche a su cama para que descansara acostumbraba decir:
-Dile a mi madre y a las otras que únicamente mi cuerpo descansa, pero mi espíritu las acompaña hasta que el de ellas se asome a mi Alba.
Y muchas otras cosas más, como por ejemplo esa hermosa parábola que me contaba cuando aún era un pequeño, pero que ahora, en mi vejez, la memoria me impide acordarme con fidelidad de ella.
Hoy me han dicho que no volveré a verlo nunca, mas... ¿cómo podré creerles? Si ahora mismo sigo oyendo su risa y el eco de sus pisadas todavía resuena en el patio de nuestra casa, y si beso el rostro de mi hija percibo aún el aroma de sus besos derretirse sobre mi alma; como también siento su hermoso cuerpo flotar estrechado contra mi pecho. Mas, ¿no es cierto que es extraño que María no haya hablado nunca más de su hijo cuando yo estaba presente? Varias veces creí sentir que ella misma tenía necesidad de verlo, pero como una estatua de metal, de esa manera se inmovilizaba ella meditando ante la luz diurna, de tal forma que mi alma se derretía y corría por mi pecho como si fuera un río.
Pero, quién sabe; quizás ella sepa más que yo; y ruego al cielo que me cuente todo lo que sabe del misterio que no alcanzo a descubrir.
ASSAF, ORADOR DE TIRO
El Verbo de Jesús
¿Qué es lo que puedo hablar de su Verbo? Sin lugar a dudas, una enorme fuerza oculta dentro de él mismo llenaba sus parábolas de un encanto particular que seducía a sus oyentes. Quizá también fuera porque era bello e irradiaba simpatía. Tal vez el gentío prestaba más atención a su rostro perfecto que a sus charlas y discursos. Pero él muchas veces hablaba con la irresistible potencia de un espíritu elevado, y ese Espíritu poseía un dominio absoluto sobre todo aquel que lo estuviera escuchando.
Cuando yo era un muchacho tuve ocasión de escuchar a oradores de Roma, Atenas y Alejandría, mas el Nazareno era totalmente distinto a cualquiera de ellos. La preocupación mayor de aquéllos era ordenar las palabras en forma espectacular, mas en cuanto oyes hablar al Profeta de Nazareth, sientes que el alma se escapa de ti y sale a recorrer regiones distantes y extrañas. Él relata una historia o inculca enseñanzas con parábolas o anécdotas. En toda la historia de Siria nadie había escuchado parábolas como las de Jesús, parecía que las tejía con hilos de estaciones, igual como el tiempo trama sus tejidos con los hilos de las eras y de los milenios. Ved aquí algunos ejemplos de cómo él comenzaba generalmente sus sermones:
"Un día un labrador salió a sembrar", o "Un hombre pudiente poseía muchos viñedos", o "Al caer la tarde, un pastor contando sus ovejas cayó en cuenta que le faltaba una..". Esta manera de hablar hace trasladar a sus oyentes hasta sus egos simplificados y a sus ayeres apacibles y tranquilos. En verdad cada uno de nosotros es como un agricultor, todos amamos los viñedos, y en las llanuras de nuestra memoria existe un Pastor, un rebaño y una oveja perdida.
En ese lugar también hay un Arado, una Artesa y una Era. En efecto, el Nazareno ha comprendido las fuentes de nuestro Yo más antiguo, e inspeccionado los hilos con que Dios fabricó la tela de la cual estamos hechos. Los oradores de Grecia y de Roma se han dirigido a la muchedumbre, hablándoles sobre la vida de la misma forma como la concibe el pensamiento; pero el Nazareno les habló sobre un anhelo que nace en lo profundo del espíritu. Los primeros han visto y contemplado la vida con mirada quizá más turbia que la tuya o la mía; pero el Nazareno ha visto la vida a la luz de Dios. Y varias son las ocasiones en que he pensado que hablaba a sus oyentes como si el peñasco hablara a la infinita llanura. Y en su verbo existía un empuje al que nunca hubieran llegado los discursos de los oradores atenienses y romanos.
MARÍA MAGDALENA
Sus encuentros con Jesús
Era el mes de junio cuando lo vi por vez primera. Paseaba en medio de la sementera con mis esclavas y doncellas. Jesús estaba solo. El ritmo de sus pasos resonando en el camino era distinto al de los hombres comunes; pero, movimiento igual que el de su cuerpo nunca pude ver otro parecido. Los demás hombres no poseían su forma de caminar, y aún ahora no sé si lo hacía lentamente o con rapidez. Mis esclavas y doncellas lo señalaban con el índice susurraban entre sí excitadas. Me detuve un momento y levanté mi mano en ademán de saludo, que él no contestó ni siquiera mirándome. En ese momento lo detesté y pude sentir cómo mi sangre se agostaba en mis venas por el odio que hizo presa de mí en ese instante. Me quedé fría. Temblaba, helada, igual como si me encontrara en medio de una horrible nevada. Esa noche soñé con él, y a la mañana siguiente mi camarera me contó que grité terriblemente en sueños, y no pude descansar en toda la noche.
La segunda vez que pude verlo fue en agosto. Se encontraba descansando a la sombra del ciprés que está frente al jardín de mi casa. Lo observaba a través de la ventana. Su figura irradiaba paz y majestad; parecida a esas estatuas de piedra que se ven en Antioquía y otras ciudades norteñas. En ese instante llegó una de mis doncellas, la egipcia, y me dijo:
-Ahí está otra vez ese hombre, sentado frente al jardín. Lo observé con detenimiento y se emocionó mi espíritu hasta lo más profundo de mí misma, porque era realmente hermoso. Su cuerpo era incomparable.
Todas sus líneas se habían uniformado armoniosamente, tanto que me parecieron estar enamoradas unas de otras. En ese momento me atavié con mi mejor traje damasquino para ir a hablarle. ¿Era mi soledad la que me llevó hasta él o fue el perfume de su cuerpo? ¿Acaso era la codicia de mis ojos que anhelaban la belleza, o era su belleza lo que buscaban mis ojos? Hasta hoy no lo he podido saber. Del vestido perfumado que yo llevaba, surgían mis pies calzados con las sandalias doradas que el general romano me había obsequiado, sí, eran las mismas sandalias. Y cuando hube llegado hasta él, lo saludé diciéndole:
-Buenos días.
-Buenos días, María -me respondió.
Luego me miró. Sus ojos negros vieron en mí lo que no vio hombre alguno antes que él. Ante sus miradas me sentí como desnuda y sentí vergüenza de mí misma. No habiéndome dicho, entretanto, más que ese "buenos días, María", le dije
-¿Quieres venir a mi casa?
-¿No estoy ahora acaso en tu casa? -replicó.
No comprendí sus palabras en aquél momento, pero ahora sí que las entiendo.
-¿Quieres compartir conmigo mi vino y mi pan? -insistí.
-Sí, María, pero no ahora.
"Pero no ahora, no ahora", así me dijo. En estas palabras había la voz del océano, del huracán y del bosque. Y cuando me las dijo, hablaron simultáneamente la Vida con la Muerte.
Acuérdate, amigo mío, y no te olvides, que yo. estaba muerta; que era una mujer que se había divorciado de sí misma y vivía lejos de este Yo que hoy ves en mí. Había sido poseída por todos los hombres sin ser de ninguno. Me llamaban mujer libertina y decían que tenía siete demonios. Todos me maldecían y todos me envidiaban; pero cuando el atardecer de sus ojos alboreó en los míos, desaparecieron y se apagaron todos los astros de mis noches y me volví María, únicamente María: una mujer que se había extraviado sobre la tierra que conocía, para luego encontrarse a sí misma en nuevos mundos. Y volví a insistir:
-Ven a mi casa y comparte mi pan y mi vino.
-¿Por qué insistes que yo sea tu huésped? -respondió.
Y le contesté:
-Te ruego que entres en mi casa.
Mientras yo le hablaba, sentía que todo lo que tenía de la tierra y del cielo se reunía en mis palabras y en mis súplicas. Entonces me observó fijamente, y sobre mi espíritu alumbró la luz de sus ojos. Y me dijo:
-Tú tienes muchos amantes, en cambio soy yo el único que te ama. Los demás hombres se aman a sí mismos a tu lado, pero yo quiero y amo tu alma. Los demás hombres ven en ti una belleza que se marchita antes de la terminación de sus años, pero la hermosura que yo veo en ti no se marchitará jamás. En el otoño de tus días no temerá aquella Belleza mirarse a sí misma en un espejo, y nadie podrá acusarla ni denigrarla. Sólo yo amo lo que es invisible en ti.
Y luego me dijo en voz baja:
-Sigue ahora tu camino, y si no quieres que yo me siente a la sombra de este ciprés tuyo, seguiré yo también el mío.
Y le supliqué llorando:
-Maestro, ven y entra en mi casa. Allí tengo incienso que quemaré ante ti, y una jofaina de plata para lavar tus pies.
Eres un extranjero, pero no lo eres aquí. Por eso te suplico que entres en mi casa.
No bien hube terminado, se levantó y me miró como cuando miran las Estaciones al campo; sonrió y me dijo nuevamente
-Todos los hombres se aman a sí mismos a tu lado, mas yo sólo te amo para tu salvación.
Dijo esto y siguió su camino; pero nadie hubiera podido caminar como él. ¿Habrá nacido en mi jardín algún soplo divino y luego se fue hacia el Levante? ¿Fue una tempestad
que vino a sacudir todas las cosas para volverlas a sus verdaderos cimientos?
No lo supe en ese entonces, -pero en aquel día el atardecer de sus ojos mató la bestia que vivía en mí. Y por eso me volví una mujer, María, María Magdalena.
FILEMÓN, BOTICARIO GRIEGO
Jesús, el príncipe de los médicos
El Nazareno era el príncipe de los médicos, tanto en su pueblo como en los pueblos aledaños. Ningún otro hombre ha conocido como él nuestros cuerpos, sus elementos y sus propiedades. Ha curado a mucha gente de muchas y extrañas enfermedades que ni los griegos ni los egipcios conocían. Dicen que ha resucitado a los muertos. No importa que esto sea o no verdad; el hecho es que él manifiesta su fuerza, porque todas las cosas y acontecimientos importantes no pueden ser atribuidos sino a aquel que toma a su cargo cosas de tanta magnitud e importancia.
Dicen también que Jesús ha visitado la India, Asiria y Babilonia, y que los sacerdotes de aquellas regiones le habían enseñado sus ciencias ocultas y la sabiduría que está escondida en las profundidades nuestras. Pero... ¡quién sabe! Tal vez los dioses se lo hayan revelado directamente, sin intermedio de los sacerdotes, pues lo que los dioses ocultan a todos los hombres, durante muchos siglos, a menudo lo revelan en un solo instante a un solo hombre, tanto que si Apolo pasara su mano sobre el corazón de un humilde desconocido, lo volvería hecho un sabio y un gran señor.
Muchas puertas se han abierto ante los hijos de Tiro y del Tibet. Allí había muchas puertas que estaban cerradas y selladas, y, sin embargo, se abrieron al paso de este hombre que consiguió penetrar en el Templo del Alma, que es el cuerpo, y descubrir los espíritus malignos que conspiran contra nuestras fuerzas y nuestro valor, separándolos de los espíritus bondadosos que tejen sus hilos en la quietud y calma de sus horas.
A mi forma de ver, Jesús curaba los enfermos por medio de la oposición y la resistencia, porque ese sistema empleado por él no era conocido entre nuestros filósofos. Sorprendía a la fiebre con su tacto glacial y la ahuyentaba; y los órganos inutilizados se volvían sanos ante la fuerza de su serenidad maravillosa.
Sí; el Nazareno ha descubierto la savia pasajera en la corteza de nuestro árbol carcomido y marchito, pero ¿cómo llegó a tocar aquella savia con sus dedos? No lo sé. También alcanzó a descubrir el acero puro cubierto por la oxidación; pero ningún ser humano nos puede explicar cómo libró a la espada de su óxido y le devolvió el brillo.
Muchas veces se me ocurrió creer que él llegaba hasta los males más hondos que padecen todos los seres que viven bajo del sol, mitigando esos dolores, fortificando y ayudando a aquellos seres, no sólo con su sabiduría, sino señalando el camino de su propia fuerza para levantarse y despojarse de sus dolores sanos y curados.
Y no obstante eso, jamás se ocupó de su propio poder como médico. Toda su atención estaba concentrada en las cuestiones religiosas y políticas de este país. Y esto me hace sufrir porque, antes que nada, debemos ser sanos de cuerpo. Pero estos sirios, cuando son atacados por algún mal, no buscan su panacea, sino más bien se entregan a las discusiones y a las polémicas especulativas y teológicas. Y su mayor desgracia es que su más grande médico renunció a su útil profesión y prefirió ser orador en la plaza pública.
SIMÓN PEDRO
Cómo fue llamado, con su hermano, por Jesús
Estaba yo a la orilla del lago cuando vi por vez primera a Jesús, mi Maestro y Señor. Mi hermano Andrés estaba conmigo y los dos andábamos pescando. Las olas estaban embravecidas y agitadísimas, y debido al mal estado del tiempo nuestra pesca era muy exigua. Nos encontrábamos transidos por el dolor que traspasaba nuestros corazones. De repente se detuvo Jesús frente a nosotros como si hubiera, en ese momento, llegado de la nada; por cuanto no lo vimos venir de ningún lado. Luego nos llamó a cada uno por su nombre y dijo:
-Si me seguís os conduciré a una ensenada -cerca de la costa de abundante pesca.
Cuando lo miré, la red se escapó de mis manos, porque una luz alumbró mi interior y lo reconocí; pero mi hermano Andrés le dijo:
-Nosotros conocemos todas las abras de estas orillas; también sabemos que en estos días muy ventosos los peces buscan las profundidades, donde no pueden llegar nuestras redes.
A lo que contestó Jesús:
-Seguidme, pues, a las orillas del mar Mayor y os haré pescadores de los hombres, y vuestras redes jamás se retirarán vacías.
Entonces abandonamos nuestra barca y nuestras redes y lo seguimos; reas yo le seguí guiado por una fuerza invisible que le acompañaba. Caminaba yo a su lado sin respirar, inundado por el asombro, mientras mi hermano Andrés venía detrás, no menos admirado y maravillado. Y mientras caminábamos sobre las arenas cobré ánimo y le dije:
-Señor, yo y mi hermano te seguiremos, y a donde tú vayas te acompañaremos; si es tu deseo visitar nuestra casa esta noche, ésta se llenaría de bendiciones. Sólo comerías platos frugales y sencillos. Mas,, si entras en nuestra choza la convertirías en palacio, y si compartes nuestro pan, seremos envidiados por todos los príncipes de la tierra.
Y respondió Jesús:
-Sí, seré vuestro huésped esta noche.
Mi corazón se alegró hondamente al oír sus palabras. Así lo hemos seguido en silencio hasta llegar a la. casa. Cuando pisamos el umbral, Jesús dijo:
-La paz sea en esta morada y con sus habitantes.
Luego entró y lo seguimos. Una vez dentro de la casa fue agasajado por mi mujer, mi suegra y mi hija. Todas se prosternaron delante de él y besaron los bordes de su manto. ¡Estaban maravilladas por tan honroso hospedaje al Señor, el Elegido que vino a dormir bajo nuestro techo! También porque ellas lo conocieron en el Jordán, cuando Juan el Bautista reveló su poder a la multitud. De inmediato, mi esposa y mi suegra se dieron a la tarea de preparar la cena.
En cuanto a mi hermano Andrés, de naturaleza tímido y vergonzoso, su fe en Jesús era más honda que la mía.
Mi hija, que a la sazón tenía doce años, se colocó junto a Jesús y lo cogió de un pliegue de su manto, temiendo que nos dejara para volver a emprender viaje bajo el cielo oscuro.
Se había aferrado a él como un cordero que ha encontrado su buen pastor. Y a la hora de la cena nos sentamos a la mesa todos juntos. Tomó en sus manos el pan, y luego de haber servido el vino nos miró y dijo:
-Amigos míos, bendecidme y acompañadme en esta comida, tanto como nuestro Padre nos ha bendecido al otorgárnosla.
Dijo todo esto antes de probar un solo bocado, porque de este modo quiso respetar las antiguas costumbres y las tradiciones, que hacían del huésped querido un señor de la casa.
Y cuando estuvimos sentados a la mesa, sentimos en lo más profundo de nuestro ser hallarnos sentados en el banquete de un gran rey.
Mi hija Petronila, la inocente pequeñuela, miraba extasiada la cara del Señor y seguía con atención los movimientos de sus manos y sus ademanes. Una nube de lágrimas empañaba sus ojos. Y cuando Jesús se hubo levantado de la mesa, salió seguido por todos nosotros y se ubicó debajo del gran parral. Mientras nos hablaba, nosotros lo escuchábamos con los corazones hondamente emocionados.
Nos habló de la segunda venida del Hijo del Hombre, de las puertas del cielo que en ese entonces se abrirá, y de los ángeles cuando bajan trayendo la paz y la alegría a todos los hombres, y cuando se elevan llevando a Dios sus anhelos y sus ansias.
En esa circunstancia me miró en los ojos y con su mirada llegó hasta lo más hondo de mi ser y dijo:
-Te he elegido junto con tu hermano y es preciso que me sigáis. Habéis trabajado mucho hasta el cansancio; ahora os haré descansar. Llevad mi yugo y aprended de mí, por cuanto mi alma desbórdase de paz, y en él hallarán vuestras almas su patria y sus necesidades cumplidas.
Al terminar estas palabras nos pusimos de pie y dije: -Maestro, te seguiremos hasta el fin del mundo, y si nuestra carga es pesada cual una montaña, la llevaremos en nuestro camino del cielo, aceptándola gustosos y satisfechos. Y luego mi hermano:
-Maestro, queremos ser hilos entre tus manos y en tu telar, para que hagas de nosotros cuando quieras, un lienzo que usarás en tu divino manto.
Después alzó mi mujer su cabeza y exclamó, mientras surcaban sus mejillas lágrimas de alegría:
-¡Bendito seas tú que vienes en nombre de Dios! ¡Bendito sea el Vientre que te concibió y el Pecho que te amamantó! Mi hija estaba echada a sus pies, abrazándolos contra su pecho; empero mi suegra, sentada en el umbral de la puerta, estaba callada; pero lloraba en su silencio, mojando así su manto. Jesús llegó hasta ella y alzándole la cabeza la miró en los ojos y le dijo:
-Tú eres la madre de todos estos amigos. Ahora que lloras de alegría, yo sabré guardar tus lágrimas en mis recuerdos.
En esa hora vimos asomar la bella luna; Jesús la miró detenidamente y nos dijo:
-Larga fue nuestra velada. Retiraos a vuestros lechos y que Dios vele vuestros sueños y vuestro reposo. En cuanto a mí, quiero permanecer bajo este parral hasta que nazca el día. Hoy he tirado mi red y pescado dos hombres, lo que me conforma y satisface. Que paséis buena noche.
Mi suegra le dijo
-Señor, te hemos preparado el lecho, ruego entres y descanses.
A lo que respondió Jesús:
-La verdad te digo que -necesito reposo; pero no bajo ningún techo. Dejadme dormir esta noche bajo el dosel de la viña y la luz de las estrellas. Y ahora hasta siempre.
Se apresuró mi suegra para sacar y preparar el lecho afuera. Era un colchón, una almohada y un cobertor. Jesús la miró dulcemente y dijo:
-Descansaré sobre un lecho que se hizo dos veces. Entonces lo dejamos solo y entramos en la casa. Mi hija fue la última en entrar. Lo miraba con insistencia hasta que cerró la puerta.
Así he conocido a mi Rabí y Señor por primera vez, y no obstante haber esto pasado hace muchos años, lo recuerdo como si hubiera sido hoy.
CAIFÁS, SUMO SACERDOTE
Lo hemos matado con la conciencia serena y pura
Es indispensable, al hablar de este hombre Jesús, de su vida y de su muerte, recordar dos realidades irrefutables: la conservación del Torá en nuestras manos y la salvación del Estado, para que permanezca en las fuertes manos de los romanos. Ese hombre constituía un peligro para nosotros y para Roma. Ha envenenado al pueblo ingenuo y cándido, y lo ha conducido, mediante un sortilegio admirable, a rebelarse contra el César y contra nosotras.
Hasta mis esclavos, hombres y mujeres, al oírlo hablar en la plaza pública, se llenaron de ideas subversivas y se tornaron muy díscolos y disconformes. Muchos de ellos abandonaron mi casa y regresaron al desierto de donde vinieron.
El Torá es la base de nuestra fuerza y la cúspide de nuestro triunfo. Ningún hombre puede destruirnos mientras en nuestras manos tengamos esta fuerza invicta, como ninguno puede reducir a escombros a Jerusalén, cuyas murallas y paredes están levantadas sobre las viejas rocas que con sus propias manos colocó David.
Si es necesario que la sementera de Ibrahim crezca y fructifique, nada más justo que esta tierra permanezca pura; y ese hombre Jesús trataba de mancillarla incitando a la rebelión. Es por eso que lo hemos muerto, cargando, a conciencia, con toda la responsabilidad. Y así mataremos a todo aquel que ose violar la ley de Moisés o profanar nuestro sagrado patrimonio.
Nosotros, juntamente con Pilatos, hemos advertido al pueblo el peligro que había en ese hombre, y vimos que era prudente poner fin a su vida. Mas ahora estoy poniendo todo el poder que está a mi alcance para castigar a sus discípulos, de igual manera como lo hice con él, para así destruir sus enseñanzas y su doctrina.
Si el judaísmo quiere sobrevivir, es necesario entonces reducir a polvo a quien lo persiga, y antes de que muera el judaísmo cubriría mi blanca cabeza con cenizas, igual que el profeta Samuel; rompería este manto y esta dalmática santa que he heredado de Harón; y me pondría el cilicio hasta el fin de mi vida.
JONÁS, MUJER DEL GUARDIA DE HERODES
Los hijos
Jesús no era casado y no se casó jamás; pero era amigo y defensor de las mujeres. Las comprendió tal como debieron comprenderlas todos los hombres en el Amor puro.
Amaba a los niños tal como debieron los hombres haberlos amado, con la fe y la comprensión. En sus ojos había la ternura del padre, el cariño del hermano y la abnegación del hijo. Tomaba a un niñito y, al colocarlo sobre sus rodillas, decía:
-En este niño se encuentra vuestra fuerza y vuestra libertad; con él formaréis el reino del Espíritu.
Dicen que Jesús desdeñaba la ley de Moisés y perdonaba a las pecadoras de Jerusalén y de los países adyacentes. En aquel tiempo yo misma era pecadora a los ojos de la gente porque amé a un hombre que no era mi esposo. Era un saduceo. Un día llegaron los saduceos hasta mi hogar, hallándose mi amante conmigo; me prendieron y me encarcelaron. Cuando fueron en busca de mi amante éste había desaparecido dejándome sola. Después de un tiempo me condujeron a la plaza pública, en donde Jesús enseñaba a la multitud. Me llevaron a su presencia, con el propósito deliberado de tentarlo y prepararle una artimaña, mas Jesús no me juzgó; por el contrario, avergonzó a mis acusadores y los llenó de reproches. Después me ordenó que me fuera en paz.
Después de aquella escena, todos los frutos insulsos de la vida cobraron sabor en mi boca. Y las rosas que nunca tuvieron aroma perfumaron mi corazón.
Y fui una mujer a quien nunca volvieron a acosar los malos pensamientos. Y me sentí libre, y jamás volví a bajar ante nadie mi frente.
REBECA
Novia de Caná
Sucedió esto antes que lo hubiera conocido el pueblo. Estaba en el jardín de mi madre, cuidando las flores, cuando Jesús se detuvo frente a nuestro portal y dijo:
-Tengo sed. ¿Quieres, muchacha, darme de beber de tu pozo?
Corrí adentro y luego de haber llenado de agua una copa de plata, vertí en ella unas gotas del ánfora de esencia de jazmín. Aplacó su sed y vi que estaba satisfecho. Luego me miró a los ojos y dijo:
-Vengan a ti mis bendiciones.
Cuando dijo eso sentí la sensación de un viento llegar de las alturas y vibrar todo mi cuerpo. -Perdí mi timidez, cobré ánimo y le dije:
-Soy ¡oh, mi Señor!, la prometida de un joven de Caná, de Galilea. En el cuarto día de la semana entrante me desposaré con él. ¿Quieres asistir a mi boda y de esa manera bendecir con tu presencia mi matrimonio?
A lo que me contestó:
-Sí, hija mía, asistiré.
No olvidaré nunca esas palabras: "¡hija mía!" Era él joven y yo frisaba los veinte años. Luego siguió su camino; en tanto yo permanecía en el portón del jardín, hasta que escuché la voz de mi madre que me llamaba.
En el día cuarto de la semana siguiente fui conducida por mi familia a la casa de mi novio, y allí me entregaron a él.
Y vino Jesús junto a su madre y su hermano Santiago. Se ubicaron alrededor de la mesa con los demás invitados, en el momento que las mozas de Galilea, las compañeras de mi mocedad, entonaban las canciones que para la boda de las vírgenes compuso el rey Salomón.
Jesús comía de nuestros platos, bebía nuestro vino y sonreía a todos los presentes, oía las canciones que el amante dedicaba a su amada a la hora que la acompañaba a su cabaña; los cánticos y coplas alegres del joven viñatero que amó a la hija del dueño de las viñas y la llevó a la casa de su madre; los poemas del príncipe que, locamente enamorado de la pobre campesina, la coronaba con la diadema y el cetro de sus padres. Creo también que escuchaba otras canciones; pero desde mi sitio de novia no podía oír ni precisar bien.
Al declinar la tarde vino el padre de mi novio y susurró al oído de la madre de Jesús las siguientes palabras:
-Ya no nos queda vino para nuestros huéspedes, y el día de la boda aún no ha concluido.
Oyó Jesús lo que a su madre fue dicho en secreto y respondió:
-El copero sabe que todavía hay en los jarrones bastante vino para beber.
Y así fue en verdad, pues hubo vino en abundancia durante toda la noche. Entonces comenzó Jesús a hablar. Nos habló de los milagros de la Tierra y del Cielo. Nos explicó el misterio de las flores del Cielo que abren sus pétalos cuando la noche se cierra sobre la Tierra; y de las rosas que florecen cuando los luceros se ocultan en la luz del día. Nos enseñó con parábolas y ejemplos y nos relató cuentos. Su dulce voz conmovía los corazones de todos los oyentes, y cuando lo mirábamos profundamente en los ojos, nos parecía que veíamos visiones del Cielo, y nos olvidábamos de los manjares y de las canciones. Y mientras yo lo escuchaba me sentía en una tierra extraña y distante.
Pasado un momento, dijo un comensal al padre de mi novio
-Has dejado el mejor vino para el final del banquete de boda, y no todos lo hacen así.
Todos los presentes en la casa se convencieron y creyeron en un milagro, y bebieron al finalizar el festín mejor vino que al comienzo.
Yo también creí en la maravilla del vino que Jesús hizo, mas no me asombré, porque en su voz escuchaba muchos milagros y muchas maravillas. Y así me acompañó su voz, desde aquella vez hasta el nacimiento de mi primogénito.
Y todavía la gente de nuestra aldea y pueblos cercanos recuerda las palabras de aquel querido huésped, diciendo constantemente
-El Espíritu de Jesús el Nazareno es mejor y más añejo que cualquier vino.
UN FILÓSOFO PERSA EN DAMASCO
Las deidades de antes y de ahora
Yo no puedo predecir lo que mañana será de ese hombre. Tampoco podré pronosticar lo que sucederá a sus discípulos, porque la semilla oculta en el corazón de la manzana es un árbol invisible, pero si esa semilla cae sobre una roca, no podrá germinar.
Por eso digo que el antiguo Israel es cruel y desconoce la piedad; por ello debe buscarse para Israel una nueva divinidad; un dios dulce y clemente que lo trate con piedad y ternura; un dios que descienda con los rayos del sol y camine por sus estrechos senderos, en reemplazo de esa deidad suya, ya envejecida, sentada eternamente sobre el trono de su tribunal, pesando errores y midiendo culpas.
Israel necesita un dios de quien la envidia no haya conocido ningún camino a su corazón, y en cuyo recuerdo no se hayan registrado las faltas y las culpas de su pueblo. Un dios que no se vengue de su pueblo castigando a los hijos por culpas de los padres hasta la tercera y cuarta generación.
El hombre de Siria es igual que su hermano de cualquier lugar. Se mira en el espejo de sus conocimientos y allí encuentra a su dios. Crea los dioses a su imagen y semejanza, y adora lo que sobre su faz refleja la imagen. Pero el ser humano, en verdad, ora a sus ansias lejanas para que se despierten y se cumplan todos sus deseos. En el cosmos no hay cosa más profunda que el alma del hombre. El alma es la hondura que se busca a sí misma, porque en ella no hay otra voz que hable ni otros oídos que oigan.
Nosotros mismos, en Persia observamos nuestras caras en el disco del sol y vemos nuestros cuerpos danzando en el fuego que encendemos en nuestros altares. Es por esa razón que el Dios de Jesús, que él llamó Padre, no será extraño en medio del pueblo de este Maestro. Por ello creo que satisfará sus anhelos.
Las divinidades de Egipto han arrojado las piedras que llevaban a cuestas y huyeron al desierto de Nubia, para vivir libres entre los que aún viven libres de conocimientos.
El Sol de los Dioses de Grecia y Roma marcha hacia su crepúsculo. Ellos eran muy parecidos a los hombres en cuyos pensamientos y meditaciones no pudieron vivir. Y el bosque
a cuya sombra ha nacido su magia, lo talaron las hachas de los atenienses y alejandrinos.
También en esta tierra vemos que los de altos sitiales bajan de sus elevados rangos para confundirse con la humildad y la modestia de los legisladores de Beirut y los ermitaños de Antioquía. Tú no ves más que los ancianos y mujeres decrépitas ir caminando a los templos de sus padres y abuelos; sólo buscan el comienzo del sendero aquellos que se extraviaron en su final.
Pero este hombre Jesús, este prodigioso nazareno, ha hablado de un dios que cabe en todas las almas y cuya sabiduría se elevó hasta escapar a todo castigo, y cuyo amor se sublimó tanto que rehuye nombrar los pecados de sus criaturas.
Y el dios de ese nazareno pasará por el umbral de todos los hijos de la tierra y se sentará a su lado, cerca del hogar, y será una bendición dentro de sus casas y luz en sus caminos.
Mas yo tengo un dios que es el dios de Zoroastro. Un dios que es sol en el cielo, fuego sobre la tierra y luz en el regazo del hombre. Me conformo con él, y fuera de él no necesito otra deidad.
DAVID, CORRELIGIONARIO DE JESÚS
Jesús práctico
No llegué a comprender el sentido de sus sermones hasta después de habernos dejado. No entendí nada de sus parábolas hasta que ellas cobraron forma ante mis ojos, naciendo, por reacción propia, en cuerpos que ahora escoltan las legiones de mis días.
He aquí lo que me ha sucedido: una noche estaba sentado en mi casa, pensando y recordando en éxtasis sus palabras y actos para registrarlos en el Libro de mi vida, cuando en ese instante entraron tres ladrones. No obstante percibir su presencia no pude levantarme e ir a su encuentro esgrimiendo la espada, ni preguntarles: "¿qué hacéis aquí?", porque estaba invadido por la Fe y por el Espíritu, que se mantenían hondamente en mi meditación.
Continué escribiendo mis memorias sobre el Maestro, y cuando los ladrones se hubieron retirado, recordé sus palabras: "A quien te pidiere tu capa, dale tu vestidura también". Y las entendí...
Cuando estaba registrando sus ejemplos y sus parábolas, no había en la tierra una persona capaz de interrumpir mi labor, aún a costa de perder todos mis bienes, porque no obstante el interés natural que tengo en protegerlos y defenderme, sabía en qué lugar se hallaba aquel otro Gran Tesoro.
LUCAS
Los hipócritas
Despreció Jesús a todos los hipócritas y los recriminó duramente. Su ira contra ellos caía cual rayo fulminante. En sus oídos, la voz de Él era como un trueno cuyo estampido hacía temblar los corazones. Pidieron su muerte por el miedo espantoso que le tenían. Eran como topos; trabajaban en sus oscuras cuevas conspirando contra su vida, pero Él jamás se dejó caer en sus trampas y ardides; se compadecía de su ignorancia, por cuanto sabía que no podían burlarse del Espíritu ni encaminarse al abismo.
Tomaba en sus manos un espejo y desde su fondo veía a los perezosos, los cojos, los desafortunados y los caídos a la orilla del camino rumbo a su tumba. Y tuvo compasión de todos, y su anhelo era elevarlos hasta su cabeza y cargarse con sus fardos. Sí; varias veces ha querido que sus debilidades y flaquezas se apoyaran sobre su brazo fuerte y firme.
En sus fallos no era tan severo contra el impostor, el ladrón y el homicida, tanto como en sus juicios contra los hipócritas, que enmascaraban sus rostros y ocultaban sus manos; con éstos era implacable, muy severo y terminante. En tantas ocasiones me puse a pensar en aquel corazón que recibía con toda bondad a todos aquellos que procedían del desierto árido de la vida, dándoles refugio y reposo, consuelo y calma dentro de su santo Templo. Jamás cerró sus puertas, salvo a los hipócritas.
Sucedió una vez, que mientras nos encontrábamos con Él en el huerto de los granados, le dije:
-Maestro, tú perdonas a los pecadores, consuelas a los débiles y a los enfermos y no rechazas más que a los hipócritas.
Y me respondió:
-Has puesto tus palabras en su justo lugar al llamar débiles y enfermos a los pecadores. Sí, perdono la debilidad de sus cuerpos y sus espíritus enfermos, pues la incapacidad para cumplir su deber ha puesto un pesado fardo sobre sus espaldas, peso impuesto por sus padres o sus vecinos; mas no soporto a los hipócritas, porque cargan el pesado yugo sobre la cerviz de los humildes y buenos servidores. Empero los débiles, que tú llamas pecadores, son como polluelos sin plumas, caídos del nido, mientras el hipócrita es un milano apostado sobre una roca, acechando a la víctima inocente para precipitarse sobre ella. Los débiles son hombres y mujeres perdidos en un desierto; no así el hipócrita, porque conoce el sendero y ríe en medio de las arenas y los vientos. Es por eso que no admito a los hipócritas en mi compañía.
Así habló nuestro Maestro, cuyas palabras no alcancé a entender en ese entonces, pero hoy las entiendo. Por eso se juntaron los hipócritas de todo el país de Judea, y lo arrastraron y condenaron a muerte, creyendo que así se ajustaban a la ley y justificaban su crimen. El arma con que se defendían contra Él ante los conciliábulos, era la ley de Moisés.
Así que los que transgredían la le de la aparición de cada aurora, para luego volver a violara por segunda vez al declinar la tarde, fueron los mismos que conspiraron contra su vida.
MATEO
El Sermón de la Montaña
En un día de siega nos llamó Jesús, con otro núcleo más de amigos suyos, a subir a las colinas.
La Tierra exhalaba sus aromas y estaba ataviada con su mejor manto, cual hija de un omnipotente rey en el día de su boda. El Cielo era el novio de la Tierra.
Y cuando hubo llegado al lugar más elevado se detuvo en medio de un bosque de laureles. En su hermoso rostro había serenidad y paz. Y dijo:
-Descansad aquí y abrid las ventanas de vuestra mente; templad las cuerdas de vuestros corazones, porque tengo mucho que deciros.
Nos recostamos sobre la grama, rodeados por las rocas del estío. En medio de nosotros se sentó Jesús; abrió su boca y derramó su voz por aquellas sierras, y Habló así: -Bienaventurados los buenos de Espíritu. "Bienaventurados los que no encadenan sus tesoros, porque ellos serán los verdaderamente libres. "Bienaventurados los que no recuerdan sus dolores, porque en sus dolores guardan su felicidad. "Bienaventurados los que tienen hambre de Verdad y de Belleza, porque su hambre los llevará hacia el pan y su sed hacia el manantial.
"Bienaventurados los clementes y los piadosos, porque encontrarán consuelo en su clemencia, en su dulzura y piedad.
"Bienaventurados los puros de corazón, porque ellos serán uno solo con Dios.
"Bienaventurados los pacificadores, porque sus espíritus habitarán flotando sobre los campos de batalla, y transformarán el campo del alfarero en un jardín encantador.
"Bienaventurados los perseguidos, porque sus pies serán alados y veloces.
"Alegraos y regocijaos, porque habéis encontrado el Reino de los Cielos en las profundidades de vuestros espíritus. Los antiguos cantores fueron perseguidos cuando modularon las canciones de aquel Reino; así seréis perseguidos vosotros, y en ello está vuestro honor y galardón. "Vosotros sois la sal de la Tierra, mas si la sal se viciara ¿con qué será salado el alimento del corazón del hombre? "Vosotros sois la luz del mundo, mas -no coloquéis esta luminosidad debajo de un celemín, sino que ella alumbre desde la altura delante de todos los que buscan la ciudad de Dios.
"No penséis que he venido a destruir la ley de los escribas y los fariseos, pues mis días entre vosotros están contados, y mis palabras serán breves, y no tengo más que algunas horas, en cuyo espacio terminaré de daros una segunda ley y un Nuevo Testamento.
"Habéis oído que os fue dicho: 'no matarás', pero yo os. digo: no os enfadéis sin razón. Los antiguos os han prescripto conducir al templo vuestros becerros, vuestros corderos y palomas, y que los sacrifiquéis en el altar, para que Jehová aspire el aroma de vuestros presentes, y así perdonaros vuestros pecados y faltas.
"Mas yo os digo: ¿podréis dar a Jehová lo que desde el principio era su patrimonio?; ¿podréis calmar su cólera si su trono se eleva por encima de las silenciosas y pacíficas profundidades, y cuyos brazos abarcan y envuelven el espacio? Buscad más bien a vuestro hermano y haced la paz con él antes de venir al Templo, y dad con amor a vuestro vecino de todo cuanto tengáis, porque en el corazón de éstos Dios ha construido un Templo que jamás se destruirá, y en cuya alma ha erigido un altar eterno.
"Oísteis que os fue dicho: 'ojo por ojo y diente por diente', empero yo os digo: no os resistáis al mal, porque la oposición lo alimenta y lo fortifica, y sólo el débil se venga.
Los fuertes en el Espíritu perdonan, y el damnificado se siente honrado y glorificado al perdonar las ofensas de los demás. Tan solo el árbol cargado de frutos es sacudido por la multitud y apedreado por los transeúntes.
"No os preocupéis por el mañana, más bien pensad y meditad sobre vuestro hoy, porque al día de hoy le basta su milagro.
"No os vanagloriéis cuando dais de lo que es vuestro, más bien mirad la necesidad de aquel a quien dais, pues todo aquel que diere a un necesitado, el Padre mismo le dará con mayor abundancia. Dad a cada uno según su necesidad, porque el Padre no da sal a los sedientos, ni vacas al hambriento, ni leche al niño destetado. No deis lo santo a los perros, ni echéis perlas a los cerdos, porque con tales presentes os burláis de ellos, tanto como los perros y los puercos se burlarán de vosotros, y tal vez su odio hacia vosotros los induzca a poner en peligro vuestra vida.
"No guardéis tesoros que se pudran o que los ladrones puedan apoderarse. Haceos tesoros que no se corrompan ni sean robados, sino más bien que aumenten en esplendor y hermosura a medida que los ojos los contemplen, porque allí donde estuviere tu tesoro allí estará tu corazón.
"Os dijeron que el homicida debe pasarse por el filo de la espada, y que al ladrón se le debe crucificar, y lapidar a la mujer adúltera; pero yo os digo que no sois inocentes del crimen del asesino, ni de la culpa del ladrón, ni del adulterio de la pecadora; y cuando sus cuerpos son castigados, vuestros espíritus se oscurecen en lo más profundo de vosotros. La verdad es que ningún hombre ni mujer alguna cometerían un crimen solos. Todos los delitos y los crímenes son cometidos por todos los hombres juntos; mas aquel que paga la pena sólo quiebra un eslabón de la cadena que sujeta vuestros pies; tal vez paga con su aflicción el precio de vuestra alegría pasajera y efímera.
De esa manera habló Jesús.
Dominado por el respeto y la veneración quise arrodillarme ante Él, pero mi vergüenza de ser pequeño y miserable me paralizaba, me impedía moverme de mi lugar y proferir una palabra; pero cobré ánimo y le dije:
-Señor, quiero rezar en este momento, pero mi lengua está pesada. Enséñame cómo debo orar.
Y me contestó:
-Cuando reces, que tus ansias sean las que canten las palabras de la oración. En lo más profundo de mí mismo hay un ansia escondida que, en este mismo instante, quiere orar así:
Padre nuestro que estás en la Tierra y en los Cielos:
santificado sea tu nombre;
acompáñanos con tu voluntad, tal como está en el Cosmos.
Danos de tu pan lo suficiente como para nuestros días.
Perdónanos con tu bondad y clemencia y aumenta nuestra comprensión para perdonarnos unos a otros.
Condúcenos hacia Ti y extiéndenos tu mano en nuestra oscuridad;
porque tuyo es el Reino y por Ti es nuestra fuerza y nuestra perfección.
Y era- el atardecer. Jesús descendió de las colinas seguido de todos nosotros; en tanto yo repetía detrás de Él su oración, recordando todas sus palabras, porque comprendí que las palabras que surgieron aquel día de sus labios debieran subsistir y eternizarse; y las alas que se cernían sobre nuestras cabezas en ese momento, debieron golpear la tierra como cascos de acero.
JUAN, HIJO DE ZEBEDEO
Los diferentes nombres de Jesús
Habéis visto que un núcleo de nosotros llamaba a Jesús "El Mesías", y otros "El Verbo", mientras algunos de nosotros lo llamaban "El Nazareno" y otros "El Hijo del Hombre".
Ahora vengo a explicaron el significado de estos nombres tal como me ha sido dado entenderlos. El Mesías, que existía desde antiguos tiempos, es la chispa de la Divinidad que mora en el espíritu del hombre. Es la brisa o el soplo de la Vida que nos visita y encarna tomando un cuerpo como el nuestro. Es la voluntad de Dios. Es el primer Verbo que habla en nuestras voces y habita nuestros oídos, para que entendamos y nos instruyamos. Y el Verbo de nuestro Dios ha construido una casa de carne y hueso y se hizo un hombre como tú y yo, porque nunca pudimos oír las canciones del viento, que no tiene forma corpórea, como asimismo nunca vimos nuestro Yo caminar en la niebla.
El Mesías vino muchas veces al mundo y recorrió muchos países, pero siempre fue extraño entre los hombres, que lo tomaron por loco; en cambio el eco de su voz no se ha apagado, por cuanto la mente del hombre retiene lo que muchas veces la memoria no ha podido retener y conservar. El Mesías es esto: Nuestra hondura más insondable y nuestra elevación más infinita. Él es quien acompaña al hombre hacia lo eterno. ¿No habéis oído hablar de Él en los caminos de la india, en la tierra de los Magos y en el desierto de Egipto?
Aquí, en el Norte de nuestra tierra vuestros poetas han cantado panegíricos a Prometeo, que robó a Júpiter el fuego del cielo, porque había realizado las aspiraciones del hombre y roto los barrotes férreos de la jaula que aprisionaba las esperanzas humanas, libertándose; y a Orfeo, que se ha transformado en una voz y una cítara, para revivir el alma en el hombre y encantarla con sus melodías.
No habréis escuchado hablar del divino rey Mithra y a Zoroastro el profeta de Persia, que despertaron de los sueños del hombre antiguo, para detenerse sobre el lecho de los nuestros; pero nosotros nos ungimos de Mesías en el momento de reunirnos en el templo invisible cada mil años. Es entonces cuando sale uno de nosotros encarnado, y a su advenimiento se convierte nuestro silencio encantos, y no obstante eso, nuestros oídos no se tornan muchas veces auditivos, ni videntes nuestros ojos.
Nació Jesús el Nazareno y creció como nosotros. Sus padres eran como los nuestros y él era como uno de nosotros; pero el Mesías, el Verbo, que desde el comienzo era el Espíritu que quería para nosotros una vida perfecta, se ha fundido con todas esas esencias en la persona de Jesús, y se unió con él y se hicieron una sola. El Espíritu era la mano lírica de Dios y Jesús era su cítara. El Espíritu era un salmo y su canción era Jesús; y Jesús, el Hombre de Nazareth, era el huésped y el Tabernáculo del Mesías, que con nosotros ha caminado bajo el sol y nos llamó sus amigos. Las montañas y los collados de Galilea, sus quebradas y valles, no han oído en aquél tiempo más que su voz. Y a pesar de mi corta edad, en aquel tiempo yo seguía los pasos de su senda.
Sí, he seguido su sendero y sus pasos para oír las palabras del Mesías en labios del Jesús de Galilea.
Ahora sin duda queréis enteraros por qué un núcleo de nosotros lo llamó el Hijo del Hombre. Él mismo quiso que así lo llamáramos, porque Él mismo conoció el hambre y la sed del hombre a quien veía buscar su Yo superior. El Hijo del Hombre es el Mesías tierno y bondadoso que quiere estar con todos. Es Jesús el Nazareno que viene a guiar a todos sus hermanos hacia el Elegido que Dios ha ungido con el sacro óleo de su santidad, y hacia el Verbo que en principio estaba con Dios.
Jesús de Galilea vive en mi alma. Es el Hombre que se elevó sobre todos los hombres. Es el poeta que con todos nosotros forma los poetas. Es, más bien, el Espíritu que llama a las puertas de. nuestros espíritus, para que despierten y se eleven a dar la bienvenida a la Verdad desnuda y confiada.
UN JOVEN SACERDOTE DE CAFARNAÚM
Jesús, el taumaturgo
Era un taumaturgo caprichoso e inconsecuente, un adivino hechicero que engañaba con su magia y brujería a la gente simple. Mistificaba con las parábolas de nuestros profetas y con todo lo sagrado de nuestros abuelos.
Buscaba sus testigos hasta entre los muertos, y tanto su poderío como sus correligionarios los tomaba de las tumbas silenciosas. Andaba tras las mujeres de Jerusalén y las mozas aldeanas, con la astucia de las arañas con las moscas que atrapan en sus redes. Y esto se explica, porque las mujeres son débiles y de cabeza vacía; ellas siguen al hombre cuyas palabras dulces cautivan sus bajas pasiones. Si no se hubiera cruzado en su camino ese grupo de mujeres imbéciles que se han dejado engañar por su espíritu maligno, su nombre estaría borrado de la memoria de los hombres.
¿Y esos hombres que lo siguen, quiénes son? Eran de la clase subyugada y oprimida, que nunca se les ha ocurrido declararse en rebelión contra sus amos, porque era gente cobarde, imbécil e ignorante; pero cuando les prometió colocarlos en elevados cargos en su reino, se entregaron a sus promesas inventadas, igual que el barro que se entrega blandamente a manos del alfarero.
¿No habéis visto, acaso, que el esclavo sólo sueña en su modorra con su grandeza, y el miserable y oscuro sólo se cree un león? El Galileo era un farsante y mistificador. Perdonó todas las faltas de los pecadores con el propósito de oír en sus bocas inmundas la gritería de los "hosannas".
Mitigó el hambre de los desesperados y de los miserables para ser escuchado por ellos y atraerlos a en osar las filas de su ejército. Violó la ley del sábado con aqueos que lo profanaban, al sólo objeto de tornar a su favor a los que vivían al margen de la ley.
Condenó e insultó a nuestros altos sacerdotes, a fin de que lo tuvieran en cuenta y así difundir su nombre por vía de la oposición. Repetidas veces he declarado aborrecer a ese hombre. Le odio más que a los romanos que gobiernan nuestra patria. Y lo más abominable es que viene de Nazareth, la aldea que nuestros profetas han maldecido y la que se convirtió en muladar de las naciones y de cuya esencia nada bueno puede salir.
UN LEVITA RICO DE NAZARETH
Jesús, hábil carpintero
Jesús era un hábil carpintero. Las puertas que construyó ningún ladrón consiguió violar ni arrancar, y las ventanas que fabricó se abrían maravillosamente al soplo del viento de oeste a este. Los baúles los trabajaba en madera de cedro, y resultaban muy bruñidos y fuertes. Los arados y las estevas que él construía de madera de encina eran también resistentes y de dócil manejo en manos del labrador.
Tallaba los facistoles de nuestras sinagogas en la dorada madera de morera, y sobre los dos lados donde se coloca la sagrada Torá, ponía dos alas extendidas, debajo de las cuales exhibía cabezas de toros, de palomas y de gacelas de grandes y bellos ojos.
Con su arte imitaba la escuela de los caldeos y de los griegos, pero, a pesar de eso, había en su trabajo algo que no era caldeo ni griego. En la construcción de mi casa han empleado muchas manos desde treinta años; buscaba yo los albañiles y los carpinteros de todos los pueblos de Galilea; cada uno de ellos tenía la habilidad de su arte; yo estaba contento con su trabajo; pero, mira estas dos puertas y aquellas ventanas, que son obra de Jesús el Nazareno; por su primor, esmero y sólida construcción, se burlan de cuanto tengo en mi casa. ¿No ves que estas dos puertas son distintas de todas las otras? ¿Y esta ventana abierta en dirección al este, no es distinta a todas las otras ventanas?
Todas las puertas y ventanas de mi casa son accesibles a las leyes del tiempo, menos éstas que él ha fabricado; ellas permanecen firmes y sólidas ante los embates de los elementos. Mira estos travesaños, los ha colocado unos sobre otros, y estos clavos se han hundido en ellos, atravesándolos con toda maestría y meticulosidad, haciéndolos sólidos.
Y lo curioso y maravilloso en todo esto, es que ese obrero que, en realidad, merecía el salario de dos hombres, no permitió que se le pagara más que el de uno solo. Ese obrero era, según la creencia de algunos, un profeta entre los hijos de Israel. Si yo hubiera adivinado, en ese tiempo, que aquel que portaba el serrucho y el cepillo del carpintero era un profeta, le habría pedido que me hablara en vez de que me trabajara, y le habría pagado doblemente el salario, por sus parábolas.
Muchos son los que hasta hoy trabajan en mi casa y en mi campo, mas ¿cómo me será permitido distinguir al hombre que lleva la mano sobre su arado, de aquel sobre cuya mano está la de Dios?
Sí; ¿cómo puedo distinguir y conocer la mano de Dios?
UN PASTOR DEL SUR DEL LÍBANO
Un ejemplo
Lo vi por vez primera en los últimos días de verano, caminando en aquel mismo lugar, en compañía de tres de sus discípulos. Era la hora del crepúsculo. De vez en cuando se detenía para contemplar el camino desde un extremo del prado. Yo estaba tocando la flauta en tanto pacía el rebaño junto a mí. Cuando estuvo cerca se detuvo; yo me puse de pie y me encaminé hacia él, deteniéndome en su presencia. Entonces me preguntó:
-¿Dónde está la tumba de Eliseo? ¿Queda cerca de aquí?
-Allá está, Señor, debajo de aquel montículo de piedras -contesté-. Hasta hoy los transeúntes siguen con la tradición de colocar una piedra al pasar.
Me agradeció y siguió su camino acompañado de sus discípulos. Tres días después me dijo Gamalael, que era pastor como yo, que el hombre que pasó por este lugar era un profeta de Judea; mas yo no lo creí. Pero el rostro de aquel hombre no se borró jamás de mis ojos.
Cuando llegó la primavera pasó Jesús por segunda vez por este prado. Venía solo. Aquel día yo no tocaba la flauta; estaba muy triste y el cielo de mi corazón estaba tormentoso porque se me había extraviado un cordero. Cuando vi a Jesús fui hacia él y me detuve callado en su presencia, porque quería ser consolado. Me miró y dijo:
-¿Hoy no tocas la flauta? ¿De dónde proviene esta melancolía que veo en tus ojos?
Le conté que había perdido uno de mis corderos, y que habiéndolo buscado en todos los lugares sin lograr encontrarlo, me sentía por esta razón muy triste y desconcertado, sin saber qué hacer. Me miró un momento y luego dijo:
-Espérame aquí hasta que halle a tu cordero.
Y siguió su camino perdiéndose entre las colinas. Transcurrida una hora volvió y junto a él trotaba mi recental. Y mientras Jesús estaba a mi lado, el cordero lo contemplaba lo mismo que yo. Estreché al cordero con gran contento mientras Jesús, con sus manos puestas sobre mis hombros, decía:
-Desde hoy amarás a este cordero más que a todo tu rebaño, porque estaba extraviado y lo encontraste.
Contento abracé por segunda vez al cordero. Cuando alcé la cabeza para agradecer a Jesús, estaba muy lejos de mí. Y no me animé a seguirlo.
JUAN BAUTISTA
A uno de sus discípulos
No permaneceré callado en esta oscura prisión mientras la voz de Jesús se levanta en el campo de batalla; ni nadie pondrá su mano sobre mí, ni encadenará mi libertad mientras Él esté libre. Me dicen que las víboras reptan alrededor de sus tobillos, mas yo os digo: las víboras le darán más fuerza para aplastarlas.
Yo no soy más que un trueno en sus relámpagos, y a pesar de haber hablado yo primero, la palabra con que he comenzado fue la palabra de Él, y mi intención fue su intención.
Me cogieron preso de improviso, y tal vez así harán con Él;. pero el Nazareno les dirá antes todo lo que tiene que decirles; y los vencerá. Su carroza pasará por encima de ellos; las herraduras de sus caballos los pisotearán; y saldrá victorioso. Vendrán a su encuentro con lanzas y espadas, mas Él les opondrá la fuerza del Espíritu. Su sangre correrá sobre la tierra, pero sus jueces y verdugos reconocerán sus heridas y sufrimientos, y dorarán y se bautizarán con sus lágrimas hasta purificarse de sus pecados.
Sus ejércitos avanzarán sobre sus ciudades con balistas de hierro, pero se ahogarán en el camino del Jordán; en tanto los muros y las torres de Jesús se tornarán más fuertes y más inexpugnables frente al brillo de sus corazas y escudos.
Dicen que me alié con Él para incitar al pueblo a la insurrección contra el reino de Judea; mas yo digo (y, ¡cuánto ansío tener fuego para amasarlo con mis palabras!) que si ellos llaman "reino" a la fosa del vicio y del mal, pues que se hunda y se destruya y que le suceda lo que a Sodoma y Gomorra, y que Jehová se olvide de esta raza, volviendo a esta tierra desierto de cenizas. Sí, soy un aliado de Jesús el Nazareno, detrás de estas rocas ciclópeas de mi cárcel. Él conducirá mis ejércitos con todos sus infantes y jinetes. Mas yo, no obstante ser un jefe en el ejército de Jehová, no soy digno de desatar la correa de sus sandalias. Caminad y repetid a sus oídos mis palabras y rogad, en mi nombre, que os consuele y os bendiga.
Yo no permaneceré mucho tiempo en este lugar, porque cada noche, entre un despertar y otro, percibo el paso lento de unos pies sobre mi cuerpo, y cuando presto oído siento-las gotas de lluvia caer sobre mi carne.
Id y decid a Jesús: Juan Al-Cadroni, cuya alma se llena y se vuelve a vaciar de espectros, ora por ti. Entretanto, al lado de él está el implacable sepulturero, y al otro lado yergue su cabeza el verdugo que tiende su mano para recibir la paga.
JOSÉ DE ARIMATEA
Los propósitos primigenios de Jesús
¿Queréis saber el primer propósito de Jesús? Pues, con placer y alegría os lo diré. Mas, ningún hombre podrá tocar con sus manos la viña sagrada, ni ver con sus ojos la savia santa que alimenta sus sarmientos. Y a pesar de haber yo gustado el fruto de esa viña y bebido el vino nuevo del trapiche, no me encuentro capaz de contaros todo, pero os puedo referir lo que sé.
Nuestro querido Maestro no vivió más que tres de las estaciones de los profetas. Me refiero a la Primavera de sus cantares, al Verano de su amor y al Otoño de su pasión; cada una de estas estaciones encerraba mil años. La Primavera de sus canciones la pasó entonando en Galilea; reunía en derredor suyo a sus queridos amigos; y a la orilla del lago glauco habló primero sobre el Padre y sobre la Libertad y la Esclavitud. A la orilla del lago de Galilea perdimos nuestro yo para encontrar nuestro sendero hacia el Padre. ¡Oh, qué insignificante es lo que perdimos ante lo que hemos ganado! Allí los ángeles elevaron sus salmos y cantaron en nuestros oídos, y luego nos ordenaron abandonar la tierra yerma, para ganar y gozar en el Paraíso de los anhelos del corazón.
Allí hablaba de los campos verdosos y de las praderas floridas; de las mesetas, declives y quebradas del Líbano, donde se refugian los tersos lirios que no quieren ser alcanzados por las caravanas envueltas en el polvo de la llanura. Nos describía la zarza silvestre que sonríe al sol y ofrenda su incienso a la brisa del campo. Y a este propósito nos decía:
-Los lirios y las zarzas viven un solo día, pero ese solo día es la Eternidad que se torna en Libertad. Una tarde estuvimos sentados a la orilla de un arroyo. Jesús nos dijo:
-Mirad estas aguas y oíd la melodía de sus murmullos; ellas siempre anhelan la ribera del mar, y no obstante este eterno anhelo, jamás cesan de cantar los misterios del mar, desde uno a otro mediodía. ¡Cuánto desearía que vosotros buscarais al Padre tal como este arroyuelo busca y canta la mar!
Y luego llegó el Verano de su amor y nos alcanzó el mes de junio, el mes del Amor. Sus parábolas fueron dedicadas a los demás hombres; al vecino, al peregrino, al forastero y amigos y compañeros de la mocedad. Nos habló del peregrino que viaja de Oriente a Egipto; del labrador que vuelve con sus bueyes a su casa a las horas del atardecer; y del viajero caminante, huésped inesperado que la noche tenebrosa encamina hasta nuestra puerta. Con respecto al vecino nos decía.
-Vuestro vecino es vuestro Yo desconocido. Se reencarna en vosotros para ser visible. Vuestras aguas tranquilas reflejan ante vosotros su rostro, y si lo miráis atentamente hallaréis vuestras propias caras. Y si escucháis en la quietud de la noche, lo oiréis hablando en forma tal que las palpitaciones de vuestros corazones se encantarán en sus palabras. Por lo tanto haced con él tal como quisiereis que él hiciese con vosotros. Esta es mi ley, que yo digo a vosotros y a vuestros hijos para ser transmitida a las generaciones venideras, hasta que se agoten los tesoros del tiempo y desaparezcan las arcas de los siglos.
Al siguiente día nos habló así:
-No estés solo en tu vida, por cuanto vives del trabajo de los otros que, por más que lo desconozcan, ellos viven contigo y te acompañan durante toda tu vida. No cometen ningún crimen sin que tu mano los haya armado. No caen sin que caigas con ellos, y cuando te levantes se levantarán contigo. Su camino del templo es tu camino, mas si escapan al desierto, donde los espera la fatal caída, irás con ellos cual desertor. Tú y tu pariente son dos semillas sembradas en un solo campo: crecéis y os mecéis juntamente frente al viento, pero ninguno de los dos podréis pretender el dominio del campo, porque la simiente que va cobrando diariamente su desarrollo, -no podría pretender ni siquiera el patrimonio de su amor o su propio sortilegio. Hoy estoy con vosotros, mañana me iré al Oeste, y antes de irme os digo que vuestro vecino es vuestro Yo invisible; se transfigura a vuestros ojos para ser visible.
Buscadlo con amor para hallaros a vosotros mismos, porque sólo así podréis ser mis hermanos.
Y luego llegó el otoño de su Pasión. Nos habló de la Libertad tal como cuando nos enseñaba en la Primavera de su canción, en Galilea. Mas esta vez sus palabras buscaban la profundidad en nuestra comprensión. Nos habló de las hojas que no cantan si no son mecidas por el viento; del hombre, que lo comparaba con un vaso que el Ángel de la Mesa escancia para mitigar la sed de otro Ángel; entretanto, vacío o lleno, el vaso permanecerá brillante con su cristal sobre la Mesa del Supremo Todopoderoso.
Esta es otra parábola suya: "Vosotros sois la copa y sois el vino; bebed de ese vino hasta la ebriedad, o recordadme y se aplacará vuestra sed".
En nuestro camino al Norte, nos dijo:
-Jerusalén, la orgullosa ciudad, que aposentada está sobre la cumbre de su gloria, bajará al abismo infernal y en medio de sus ruinas estaré yo de pie, solo. Se reducirá su templo a escombros y en derredor de sus pórticos y galerías oiréis el grito de las viudas y de los huérfanos. Las gentes, en su precipitada huida no verán las caras de sus hermanos; el horror los aturdirá, y cuando dos de vosotros se reunieran en aquel día para llamarme, que miren al Oeste y allí me verán y oirán el eco de mis palabras repercutir en aquel día en sus oídos.
Y cuando hubimos llegado a la loma de Betania nos dijo: -Vámonos a Jerusalén; la ciudad nos espera. Entraré por el pórtico montando un asno y predicaré entre la multitud. Son muchos los que quieren aprehenderme y encadenarme; más aún: son muchos los que avivan el fuego para quemarme. Mas, vosotros hallaréis en mi muerte vida y libertad. Ellos buscan el soplo de la Vida que flota sobre el corazón y el Pensamiento, a igual que el martinete que se cierne entre el campo y su nido. Mas el soplo de mi vida ha huido de ellos, y por esa razón no me vencerán jamás. Los muros que el Padre ha construido en torno de mí no caerán, y la tierra que ha santificado dentro de mi ser no se profanará; y cuando llegue el amanecer, el sol coronará mi cabeza y me uniré con vosotros para recibir al día, que será muy largo, y el mundo no verá su ocaso jamás. Dicen los fariseos y los escribas que la tierra está sedienta de mi sangre; me regocija mucho poder saciar la sed de la tierra con mi sangre; empero las gotas de esa sangre nutrirán y levantarán los brotes de las encinas y lirios de Persia, cuyas bellotas y semilla serán llevadas en alas del viento del este a todas las ciudades del mundo.
Después de un silencio agregó:
-La Judea no quiere un monarca para avanzar contra las legiones de Roma. Yo no quiero serlo, porque las coronas de Sión se han hecho para las frentes chicas, y el anillo de .Salomón es pequeño para este dedo. Ved estas manos, ¿no las veis que son más fuertes para no llevar cetro y más poderosas para no esgrimir espada? No es mi deseo que el sirio se rebele contra el romano, pero vosotros sabréis, mediante mis palabras, despertar la ciudad dormida, y con lo que mi espíritu le hablará en su segunda alborada. Mis palabras formarán un ejército invisible, equipado de carros y caballos; sin picas ni lanzas derrotaré a los sacerdotes de Jerusalén y triunfaré sobre los Césares. No me sentaré en un trono sobre el cual se hayan sentado esclavos para juzgar a otros esclavos como ellos; no; y no es mi propósito sublevarme contra los hijos de Roma, empero seré una tormenta en su cielo y un canto en sus almas; y todos me recordarán y me llamarán Jesús el Ungido.
Estas fueron las palabras que dijo Jesús al pie de los muros de Jerusalén, antes de penetrar en la ciudad, y se han impreso sobre nuestros corazones como grabadas a buril.
NATANAEL
Jesús no era ni modesto ni humilde
Dicen que Jesús el Nazareno era modesto y humilde. Dicen asimismo que era justo y piadoso pero débil, y que muchas veces se mostraba vacilante delante de los fuertes y poderosos; que cuando se presentaba ante los tribunales no era sino un cordero delante del león.
En cambio yo digo que Jesús tenía autoridad sobre todos los hombres y que nadie estaba, como él, seguro de su fortaleza, que la proclamaba desde las montañas y valles de Galilea en las ciudades de Judea y de Fenicia.
¿Qué hombre débil y sumiso dice: "Yo soy la Vida y el Camino de la Verdad?
¿Quién osaría afirmar si realmente era modesto y humilde, como lo considera, ante su declaración: "Yo estoy en mi Padre Dios y mi Dios Padre está en mí?"
¿Qué hombre no conoce bien su poder cuando pregona, "Quien no cree en mí no creerá en esta vida ni en la vida eterna?"
¿Quién no tiene confianza en el mañana cuando se siente capaz de manifestar: "Vuestro mundo desaparecerá y será reducido a cenizas, que el viento esparcirá antes que desaparezca una sola de mis palabras?"
¿Habrá dudado, acaso, de su fuerza cuando dijo a los que llevaron la adúltera a su presencia, so pretexto de tentarlo: "Quien de vosotros no tuviere pecado, que arroje la primera piedra?"
¿Tuvo, acaso, miedo de los poderosos cuando expulsó del templo a los cambistas, no obstante tener ellos la protección dedos sacerdotes?
¿Habrá tenido las alas rotas cuando exclamó: "Mi Reino está por sobre vuestros reinos terrenales: "
¿Se escondía, acaso, detrás de la reticencia de las palabras, cuando decía una y más veces: "Destruid este templo y yo lo reconstruiré en tres días?"
¿Cómo se atrevería el cobarde a levantar sus manos en casa de las autoridades superiores y llamarlas: "Falsos, viles y profanadores?"
Un hombre con el coraje de éste, que proclama palabras tales a los grandes señores de la Judea, no es ningún humilde ni es modesto. El águila no construirá su nido en el sauce llorón y el león no buscará hacer su cubil entre las malezas. Estoy cansado de lo que dicen los débiles de corazón y de origen humilde; dicen eso para justificar la pequeñez de sus espíritus y su origen humilde; y, principalmente, cuando oigo hablar a los que caminan sobre las puntas de sus pies, esos que. buscan consuelo poniendo al Maestro entre los de su condición.
Sí; me aburren ese tipo de hombres, mas yo predico el Evangelio de un fuerte Cazador y el espíritu montañés que jamás será doblegado.
SABAS DE ANTIOQUÍA
Hace la semblanza de Saulo de Tarsos
Escuché a Saulo de Tarsos predicar en esta ciudad el Evangelio de Jesús entre los judíos. Se hace llamar ahora Pablo, apóstol de los pueblos. Conocí a este hombre en mi infancia; en aquellos tiempos perseguía a los amigos del Nazareno. Aún recuerdo su goce y alegría cuando veía lapidar a Esteban, el joven iluminado.
Pablo es un ser curioso y extraño; no tiene alma de hombre libre, porque muchas veces aparece cual un animal perseguido y herido por los cazadores, en el bosque donde fue a refugiarse para esconder su dolor. No habla de Jesús ni repite sus parábolas, sino que predica la doctrina del Mesías que han anunciado los profetas, y a pesar de ser uno de los sabios judíos, se dirige a los judíos hablándoles en griego, idioma que habla mal y del cual no sabe escoger términos para sus temas.
En cambio es un hombre que posee una fuerza oculta; la gente lo apoya y acude a escuchar sus sermones; y varias veces les asegura cosas que él mismo no creía.
Nosotros, los que hemos conocido a Jesús y oído sus pláticas, sabemos que ha enseñado al hombre cómo romper las cadenas de la esclavitud para librarse de la cárcel de su pasado. En cambio Pablo forja cadenas nuevas para el hombre venidero; golpea el yunque con su martillo en nombre de un Hombre que él mismo no conoce.
El Nazareno desea que nosotros vivamos la hora con amor y ansias, mas el hombre de Tarsos nos ordena conservar y observar las leyes escritas en los antiguos Testamentos.
Otorgó Jesús un soplo de u alma al hombre que perdió
la vida. En la soledad de mis noches creo y comprendo. Cuando Jesús se sentaba a la mesa contaba a los comensales unos ejemplos que los alegraban y hacía delicioso el bocado de su boca, mientras que Pablo limita nuestro pan y nuestra copa.
Permitidme, pues, que vuelva mi rostro al otro camino.
DE SALOMÉ A UNA AMIGA SUYA
Un deseo no realizado
Era como el álamo que reluce bañado por el sol. Era como lago entre cerros solitarios al asomarse el sol. Era como nieve sobre las cimas de las montañas, muy blanca a los rayos del sol.
Era como todas esas cosas y por eso lo amé. Pero temía sentarme en su presencia, porque mis pies no podían soportar el peso de mi amor, para estrechar los suyos contra mi pecho.
Yo trataba de decirle: "Maté a tu amigo en un momento de pasión frenética que abrasaba mi alma; ¿quieres perdonar mi crimen? Ya que eres misericordioso y que te apiadas, desata las cadenas de mi juventud y líbrala de la ignorancia ciega de mi acto, para así poder caminar libre en tu Luz Mayor".
Confío en que me habrá perdonado, cuando para danzar pedí la cabeza de su amigo. Estoy convencida que en mí habría hallado tema para sus enseñanzas, por cuanto no había en el mundo un valle de hambre sin haberlo pasado, ni un desierto de sed que Él no haya atravesado.
Era como el bello álamo y como los lagos entre los cerros, y como la nieve de las montañas del Líbano. ¡Cuánto ansiaba aplacar la sed de mis labios entre los pliegues de su túnica!
Pero estaba muy lejos de mí, y yo tenía temor y vergüenza, tanto, que mi madre me prohibía ir a verlo. ¡Cuántas veces me tentaba el deseo de seguirlo! Y cada vez que pasaba- por nuestra casa mi corazón se conmovía ante su belleza. Mi madre fruncía su entrecejo con desprecio y me exhortaba a retirarme de la puerta, exclamando:
-¿Quién será ése, sino otro comedor de langostas del desierto? ¡Si será burlón y traidor! Un subversivo vividor, que no tiene otra ocupación que incitar al pueblo a rebelarse y despojarnos de nuestro cetro y nuestro trono, y traer a los coyotes de su tierra maldita a aullar en nuestros palacios y sentarse en nuestros sitiales. Vete y cubre tu cara ante la luz de hoy y espera el día en que su cabeza caerá, pero no sobre tu bandeja.
Todo eso dijo mi madre, pero mi espíritu no quiso retener ninguna de sus palabras, porque o en secreto lo amaba y ese amor circundaba mi sueño con llamas. Y ahora que ya pasó el día, y con él una cosa gigantesca que en mí había, quién sabe si no ha muerto en mí la juventud, pues yo no puedo vivir más en este mundo, después de haber visto morir, en él, al dios de la juventud.
RAQUEL, UNA DE LAS DISCÍPULAS
¿Era Jesús un hombre o una idea?
Muchas veces he meditado sobre el hecho de si Jesús era un pensamiento sin cuerpo vibrando en la Razón -pensamiento que frecuenta la intuición del hombre- o una criatura de carne y hueso como nosotros. Muchas veces se me ha ocurrido pensar que no era más que un sueño de un dormir más profundo que el mismo dormir, y una aurora más serena que todas las auroras.
Parece que mientras contábamos este sueño unos a otros, principiamos a creer que era una realidad efectiva, y cuando hubimos dado cuerpo en nuestra imaginación y voz en nuestros anhelos, lo modificamos por último en una esencia verdadera, en la materialidad de nuestro existir. Pero en realidad no era un sueño: lo hemos visto con nuestros propios ojos a la luz del mediodía; hemos tocado sus manos y lo hemos seguido de un lugar a otro; hemos oído sus discursos y fuimos testigos de sus hechos. Por ventura, ¿creeréis que éramos un pensamiento que buscaba otro pensamiento, o un sueño que aleteaba en el cielo de otros sueños?
Nos parece, con frecuencia, que los grandes acontecimientos son cosas extrañas a nuestra vida diaria e intrascendente, aunque estuviese su naturaleza arraigada en la nuestra. Ellos por más que vengan y vayan pronto o súbitamente, su esencia y naturaleza perdurarán a través de los siglos y de las edades.
Jesús el Nazareno es, pues, el Gran suceso. Aquel hombre cuyos padres y hermanos todos conocíamos, era en sí mismo un milagro producido en Judea. Y si colocamos todos los días, con todos los años y los -siglos, no podrían borrar su recuerdo de nuestras almas.
En la noche era una montaña ardiendo; mas al pie de los collados el calor era tibio y suave. En la atmósfera era una tempestad y, sin embargo, se movía flotando dulcemente sobre la neblina del amanecer.
Era Jesús un torrente que descendía desde las alturas para devastar y destruir los obstáculos; al mismo tiempo era ingenuo como la sonrisa de un niño. Cada año esperaba la visita de la Primavera en este valle, y esperaba los lirios y otras flores, mas, mi alma se sentía triste porque nunca pudo alegrarse en la Primavera, a pesar de haberlo deseado tanto. Pero cuando llegó Jesús a mis estaciones, era Él, en verdad, una Primavera para mis sueños, y en Él se habían realizado y cumplido las promesas de todos los próximos años. Llenó de alegría mi corazón en tanto yo crecía como la violeta, deslumbrada y avergonzada ante la luz de su advenimiento. Y hoy todos los cambios de las estaciones futuras no pueden borrar su belleza de nuestro mundo.
Jesús no era ni un sueño ni un pensamiento concebido por la fantasía de los poetas, sino un ser humano como tú y yo, en oído, en vista y en tacto; en lo demás era diferente a todos nosotros. De genio alegre, a través de la alegría conoció la tristeza de los hombres, y desde la más alta cima de su aflicción divisó la alegría de los hombres.
Las visiones que tuvo no las distinguimos nosotros; las voces que oyó no las oímos nosotros. Con frecuencia hablaba dirigiéndose a las multitudes invisibles, y muchas veces hablaba por intermedio nuestro, con gente no conocida todavía.
Las más de las veces se hallaba solo, mas cuando se encontraba con nosotros se sentía como extraño en nuestra compañía. Se hallaba en la tierra, pero Él era del cielo. Y nosotros no podemos ver la tierra de su soledad más que en nuestra soledad.
Nos amó con cariño y bondad. Su alma era una fuente al alcance de nosotros para llegar hasta Él y llenar nuestras copas y beber hasta colmarnos. Una sola cosa no podía comprender en Jesús: el uso frecuente de la chanza con sus oyentes; les relataba un cuento gracioso y hacía juego de palabras para luego reírse en lo más hondo de su corazón, y hasta en las horas más tristes, cuando el dolor se mostraba en sus ojos y se mezclaba en las vibraciones de su voz. Todo esto no lo concebía en aquellos tiempos, y hoy bien lo comprendo.
Muchas veces, cuando pienso en la Tierra, se me parece una virgen grávida y primeriza, que tuvo en Jesús su primogénito, y cuando éste murió fue el primer hombre que moría. ¿No te parecía que la tierra estaba serena aquella semana sombría y que los cielos estaban en guerra contra los cielos mismos? Más aún: ¿No te has sentido, al desaparecer su rostro de nuestros ojos, que sólo éramos unos recuerdos errantes en la neblina?
CLEOBA AL-BATRUNI
La Ley y los Profetas
Cuando Jesús habló se acalló el universo para oírlo. Sus palabras no eran para nuestra pobre inteligencia, sino para los elementos y sedimentos con que Dios creó la Tierra. Habló
con la mar, esa madre de pecho inmenso que nos dio la luz; habló con la montaña, nuestra hermana mayor, cuya cima es una promesa y una esperanza; habló con los ángeles que habitan detrás de la mar y la montaña, a quienes hemos confiado nuestros sueños antes de secarse el lodo que hay en nosotros, por los rayos del sol.
Sus palabras aún están reunidas en nuestra memoria, abriendo caminos a nuestros ideales. Esas palabras fueron sencillas, alegres y placenteras. La melodía de su voz resonaba como el agua serena sobre la tierra seca. Una vez alzó sus manos al cielo; sus dedos parecieron como ramas de sicómoro, y dijo con fuerte voz:
-Os hablaron muchos profetas de la antigüedad, cuyas palabras todavía pueblan vuestros oídos, mas yo digo que os vaciaréis de todo lo que habéis escuchado.
Esa frase de Jesús: "mas yo os digo", no la pronunció ningún hombre de los nuestros ni de ningún otro pueblo del mundo. Una legión de serafines la transportó al pasar por el firmamento de Judea. Tomaba los preceptos de la ley y de los profetas, una y más veces, y después agregaba: "mas yo os digo".
Palabras ardientes, palabras que son como olas del mar y que no pudieron conocer las costas de nuestros pensamientos: "mas yo os digo".
Esas palabras son astros luminosos que iluminan la pobreza del alma, y, ¡cuántas almas velan esperando la luz de ese amanecer!
Quien pretenda comentar los sermones de Jesús, debe poseer su Verbo o el eco de su Verbo, mas yo no tengo, desgraciadamente, lo uno ni lo otro, por eso os pido perdón si no comienzo con algún relato que no sabría terminar, por cuanto el final no está en mis labios; mis palabras son una canción de amor que está en la brisa.
NAAMAN AL-GADARINI
La muerte de Esteban
Sus apóstoles se dispersaron porque Él les vaticinó, antes de ser crucificado, que sufrirían mucho. Sus enemigos los cazaban como a gamos y los acosaban como a zorros del monte. Mas, el carcaj del cazador aún sigue lleno de dardos; y cuando eran cogidos por el enemigo y conducidos a la muerte, se alegraban mucho. Sus caras cobraban el esplendor y la frescura de las novias en el momento de sus bodas. También en su Testamento les legó la alegría.
Tenía yo un amigo del norte llamado Esteban, que fue apresado y apedreado en medio de la plaza pública por haber predicado en nombre de Jesús. Al morir, abrió sus brazos sobre el suelo, porque quiso morir igual que su Maestro. Eran sus brazos dos alas de paloma presta a volar, y antes de extinguirse el brillo de sus ojos vi una celestial sonrisa en sus labios. ¡Qué parecida fue aquella sonrisa a la brisa que corre al final del Invierno, anunciando la llegada de la Primavera!
¿Cómo puedo describir aquella sonrisa? Me parece que Esteban quería decirme en aquel momento: "Sábelo, amigo mío, que si en la otra vida me apedrean otros seres en la plaza de su ciudad no dejaré de predicar y anunciar Su nombre por la Verdad y la Razón que Él poseía, y por la Razón y la Verdad que hoy tengo".
Entre el público que se divertía con el martirio de Esteban, divisé a un hombre que observaba, lleno de contento, las piedras que caían como lluvia sobre aquél; ese hombre se llamaba Saúl de Tarso (Schaol El-Tarsosi), y fue él quien lo entregó a los clérigos, a los romanos y a la muchedumbre, para eliminarlo.
Saúl era calvo y de corta estatura, sus hombros tenían una joroba y no había armonía en las líneas de su cuerpo. Yo no podía quererlo. Me dicen que hoy predica en nombre de Jesús desde las azoteas; mas es difícil de creer. El sepulcro no puede impedir el avance de Jesús sobre el campamento de sus enemigos, para dominar su brutalidad y rendir a sus jefes. Sea como fuere, yo no lo quiero a ese hombre de Tarso, no obstante los buenos informes que me dan sobre la transformación que se operó en él después de la muerte de Esteban. Dicen que se calmó su cólera y fue derrotado en su viaje a Damasco. Ese hombre no puede ser nunca un discípulo leal, porque su cabeza es más grande que su corazón.
A pesar de todo esto, puede ser que yerre en mi juicio, pues confieso que a menudo me he equivocado al opinar sobre los hombres.
TOMÁS
Habla de su abuelo y de sus cuestionamientos
Me dijo una vez mi abuelo, que era abogado: -Pongámonos del lado de la Verdad, cuando ella se manifiesta con toda evidencia.
Cuando Jesús me llamó decidí seguirlo, porque la voz con que me llamó era más fuerte que mi voluntad, pero no por eso olvidé el consejo de mi abuelo (que en paz descanse).
Mientras hablaba se conmovían sus oyentes como ramas agitadas por el viento; sin embargo, yo lo escuchaba y no me conmovía y, a pesar de todo, lo amaba. Hace ya tres años que se ha ido; hoy somos un núcleo disperso que canta y glorifica su nombre en todas partes. Y desde aquel día me llaman mis amigos "Tomás el Dudoso", porque la sombra de mi abuelo me seguía más que mi propia sombra; además yo buscaba la Verdad para acariciarla con mis manos.
En aquel tiempo, ensombrecido por la duda, ponía mi mano sobre mi herida para cerciorarme dé si manaba o no sangre, y luego creer o no creer en mi pena; mas hoy sé que el hombre que ama con su corazón, pero que conserva una sombra de duda en su mente, es un esclavo condenado a remar en una nave oscura. Ese esclavo duerme sobre sus remos y sueña con su libertad, hasta que lo despierta el látigo de su amo.
Yo era como aquel esclavo que soñaba con su libertad, pero el recuerdo de mi abuelo pesaba sobre mis ojos, hasta que mi cuerpo tuvo necesidad del látigo de mi día, hasta en presencia del Nazareno me cerraba los ojos para ver mis manos encadenadas al remo.
La Duda es un dolor cuya soledad me hizo olvidar que ella y la Fe son gemelas. La Duda es una infeliz avecilla perdida; si su madre, después de hallarla, la estrecha contra su pecho, la rehuirá, temerosa y dubitativa.
No conocerá la Duda el camino de la Verdad en tanto no se cure de sus heridas. Dudé de Jesús hasta que se me reveló y puse mis dedos sobre sus heridas. Entonces, ante la Verdad, tuve Fe y me liberé de mi pasado y de todas las vacilaciones que heredé de mi abuelo. El muerto en mí ha enterrado a sus muertos, y el vivo en mí vivirá para el Ungido Rey, aquel que han denominado El Hijo del Hombre.
Me avisaron que debo ir a predicar en su nombre entre los hijos de Persia y de la India; estoy listo para viajar, y desde hoy al fin de mi vida, tanto en la Aurora como en el crepúsculo veré a mi Señor en toda su majestad y le oiré hablar.
UN ADELANTADO
Jesús era uno de afuera
Me solicitáis que os hable de Jesús el Nazareno; tengo mucho que deciros, pero no es tiempo aún, sin embargo. Todo cuanto os diga será la pura verdad; por cuanto toda palabra que no dice una verdad no tiene valor alguno. He aquí un desequilibrado que se rebela contra el orden, y un pordiosero que combate contra la propiedad, y un borracho que sólo se alegra y convive con repudiados y vividores.
No era hijo del Estado ni del Imperio, que disfrutara de un derecho o de un patrimonio a igual que los demás compatriotas útiles, por eso se mofaba del Estado y del imperio.
Vivía libre ignorando lo que era un deber o un derecho, como las aves en el espacio; por eso los cazadores lo derribaron con sus flechas. Ningún hombre que destruya las bóvedas del pasado se salva del derrumbe de sus piedras, y nadie puede abrir las compuertas del diluvio de sus padres sin que lo arrastre el aluvión. Es la ley. Y como aquel Nazareno ha violado y roto esa ley, fue eliminado con sus adeptos.
En el mundo ha habido muchos seres como él, que han querido torcer el curso de nuestra vida, y después tuvieron que cambiar de idea, porque fueron derribados. Hay al pie de los muros de la ciudad una vid que no da uva; crece y se extiende sobre las piedras del muro; si esa vid se dijera: "Destruiré estos muros con la fuerza del paso de mis ramas"; ¿qué dirían de. ella las otras plantas? Se mofarían de su pretensión.
Por eso me veis obligado a reírme de ese hombre y de sus ilusos apóstoles.
UNA DE LAS MARÍAS
Su tristeza y su sonrisa
Tenía siempre alta la frente. En sus ojos brillaba la luz del Señor. Era a menudo triste, pero su tristeza era un bálsamo para las heridas de los afligidos y desconsolados. Cuando sonreía, era la suya una sonrisa de los que tienen hambre de lo oculto; una sonrisa como polvo de estrellas sobre párpados de niños; era un pedazo de pan en la boca.
Era triste, pero su tristeza era de esas que hacen temblar los labios y al abrirlos se trueca en sonrisa. Era su sonrisa como su velo dorado en el bosque a las horas otoñales, y a veces parecían rayos de luna a la orilla de un lago.
Se sonreía como si sus labios quisieran cantar en el festín de una boda, y a pesar de todo Jesús era melancólico; tenía la tristeza de un alado que no quería volar sobre sus compañeros.
ROMANUS, POETA GRIEGO
Jesús el lírico
Jesús era poeta. Miraba para nuestros ojos y oía para nuestros oídos. Nuestras palabras mudas estaban siempre presentes en sus labios. Sus dedos tocaban lo que no alcanzamos nosotros a sentir.
De su alma volaban innumerables pájaros cantores; unos hacia el norte y otros hacia el sur. Las bellas y perfumadas flores que bordeaban y circundaban los caminos y los collados, dibujaban una línea divisoria por la cual debía dirigir sus pasos y seguir camino en el firmamento.
¡Cuántas veces lo he visto inclinarse para tocar las húmedas hierbas!, escuchándolo en mi corazón dialogar así con ellas: "¡Oh pequeñas y verdes hierbecillas, vosotras estaréis en mi Reino, conmigo; como la encina de Bizán y el cedro del Líbano!"
Amaba todo lo que era bello en este mundo: el rubor en el rostro de los niños, la mirra y la resina del sur. Aceptaba con amor una granada o un vaso de vino que se le ofrendara con amor; y no le preocupaba que viniera de un humilde extraño en la posada o de un rico hospedaje. Amaba las flores del almendro; lo vi una vez recogerlas con sus manos v cubrir su rostro con sus pétalos. Parecía desear que su amor alcanzara a todos los árboles de la Tierra.
Conoció el mar y los cielos. Habló de las perlas cuya luz no proviene de nuestra luz; y de los astros que vigilan nuestra noche. Conoció las montañas tal como las conocen las águilas, y los valles tanto como los conocieron los arroyos y los manantiales. Había un desierto en su silencio y un vasto vergel en sus palabras.
Jesús era un poeta cuyo corazón ha sido colocado por sobre el nuestro, y así como sus canciones fueron entonadas para nuestros oídos, asimismo otros oídos de otros pueblos las escucharon donde la Vida es juventud eterna y el Tiempo una constante Aurora.
Tiempo atrás yo me creía un poeta, pero cuando me detuve ante Él, en Betania, conocí el valor de aquel que pulsa un instrumento de una sola cuerda y la de aquel ante quien se rinden todos los instrumentos y todas las cuerdas con mansedumbre. En su voz se habían unido la risa de los truenos, las lágrimas de las lluvias y la danza de los vientos y de los árboles.
Desde que supe todo eso, mi cítara se convirtió en un instrumento de una sola cuerda, y mi voz no pudo más tejer recuerdos del pasado ni esperanzas del futuro. Es por eso que arrojé mi cítara y me callé para siempre, mas a cada hora crepuscular afino mis oídos para los cantares de Jesús, el príncipe de todos los poetas.
LEVÍ, DISCÍPULO
Los tentadores y los hipócritas
Una tarde pasó Jesús por mi casa, despertando mi alma de su adormecimiento. Me dijo:
-Ven, Leví, sígueme.
Y lo seguí aquel día. En la tarde del siguiente le pedí que honrara mi casa con su visita. Pasó por mi puerta con sus amigos y bendijo a mi mujer, a mis hijos y a mí. En casa había otros huéspedes; eran escribas y sabios, discretos adversarios suyos. Cuando estábamos sentados a la mesa, le preguntó un escriba:
-¿Es verdad que tú con tus apóstoles violan la ley, haciendo fuego el sábado?
Jesús replicó.
-Es verdad que en día sábado hacemos fuego, porque en ese día queremos alumbrar y quemar con nuestras antorchas todas las pajas secas que se acumulen en los demás días.
Otro escriba le objetó:
-Hemos sabido que bebes vino con los impuros.
A lo que respondió Jesús:
-Sí, también gozamos del vino. Hemos venido a compartir el pan y la copa de los no coronados que hay entre vosotros. Pocos son, muy pocos, los que no tienen plumas; pero se animan a desafiar al viento y muchos son los alados y los plumíferos que aún no se atreven a abandonar sus nidos. Nosotros damos alimento con nuestro pico, lo mismo a los perezosos que a los decididos, en partes iguales.
Un tercer escriba le advirtió:
-¿Crees, por ventura, que desconozco que tú defiendes a las rameras de Jerusalén?
Entonces vi con mis propios ojos que las alturas rocosas del Líbano se habían reflejado en su rostro, cuando respondió:
-Todo lo que habéis oído es cierto. Las mujeres se presentarán, el día del juicio final, delante del trono de mi Padre y Señor, y se petrificarán con sus lágrimas, pero a vosotros se os juzgará y. se os condenará a las cadenas de vuestros propios juicios. Babel no ha sido destruida por el pecado de sus mujeres. Babel se redujo a cenizas para que los ojos de los hipócritas no vieran más en ella la luz del día.
Otros escribas deseaban hacerle preguntas, pero un ademán mío los hizo callar; porque yo sabía que Él los vencería, y como eran mis huéspedes no quise que pasaran vergüenza en mi casa. A media noche se fueron los escribas con espíritu preocupado. Entonces cerré mis ojos y me sentí como si estuviera bajo el poder de un éxtasis; y vi: eran siete doncellas con trajes blancos rodeando a Jesús; estaban de pie, con los brazos cruzados sobre el pecho y el rostro inclinado con humildad y veneración; cuando hube mirado detenidamente en la niebla de mi visión, divisé el rostro de una de ellas que resplandecía luminoso: aquel rostro era el de la pecadora que vivió en Jerusalén. Abrí mis ojos y miré a Jesús; vi que sonreía; los cerré por segunda vez y en la esfera de luz de mi revelación aparecieron siete hombres con vestiduras blancas, en derredor del Maestro; cuando los hube mirado fijamente, reconocí en uno de ellos al ladrón que fue crucificado a la derecha de Jesús.
Pasada la medianoche se retiró Jesús de mi hogar acompañado de sus amigos.
UNA VIUDA DE GALILEA
Jesús el cruel
Mi hijo, primogénito y- único, cultivaba nuestro campo y se sentía muy alegre y conforme en su trabajo, hasta el día en que oyó a aquel hombre que llamaban Jesús predicar a la multitud; entonces se transformó instantáneamente, como si algún espíritu extraño y maligno lo hubiese dominado. Dejó el campo y el huerto, y me dejó a mí también, y se hizo haragán, viviendo entre mendigos: Este Jesús el Nazareno es un individuo malo, pues, ¿qué hombre bueno separa a un hijo de su madre?
Lo último que me dijo mi hijo fue lo siguiente:
-Me voy como uno de sus apóstoles al norte, porque he reconstruido el edificio de mi vida sobre la roca del Nazareno. Tú me has dado a luz y te agradezco tu bondad, pero un deber mayor me obliga a partir. Te dejo nuestro campo fértil y todo lo que poseemos de plata y oro; no llevaré conmigo más que esta ropa y este báculo.
Así me dijo, al abandonarme, mi hijo; pero romanos y sacerdotes tomaron preso a Jesús y lo crucificaron, ¡y qué bien hicieron!, porque el hombre que aleja al hijo de su madre no puede venir de Dios, y quien nos quita nuestros hijos para enviarlos como mensajeros a las ciudades de otras naciones, no es nuestro amigo. Sé que mi hijo no regresará más a mi regazo; estoy segura, porque eso lo he visto en sus ojos. Por eso aborrezco a Jesús el Nazareno, que fue el culpable de que yo quedara sola en este campo ahora yermo, y en este jardín abandonado; y aún aborrezco a las personas que lo ensalzan.
Me dijeron, hace unos días, que Jesús dijo una vez:
-Mis padres y mis hermanos son aquellos que escuchan mi palabras y me siguen.
Entonces, ¿por qué es deber de los hijos dejar a sus madres y seguirlo a él? ¿Por qué mi hijo tiene que olvidar la leche que lo amamantó, por una fuente cuya agua no conoce, y no recordar más la calidez de mis brazos, para ir al país frío del Norte, lleno de luchas y odios? Aborrezco a ese Nazareno y lo aborreceré hasta el fin de mis días, porque me robó mi primogénito y único hijo.
JUDAS, PARIENTE DE JESÚS
La muerte del Bautista
Ocurrió esto en una noche de Mayo. Estábamos con el Maestro en un prado cerca del lago, que los antiguos llamaron "Prado de los Cráneos". Jesús estaba recostado en la hierba, contemplando las estrellas, cuando dos hombres irrumpieron, agitadísimos, entre nosotros; el dolor se traslucía en sus rostros. Se postraron ante Jesús y éste se puso de pie, preguntándole de dónde eran.
-De Majaros -respondieron.
Jesús se conmovió e interrogó con visible ansiedad:
-¿Qué sabéis del Bautista?
-Hoy lo decapitaron.
Alzó Jesús la cabeza y luego de caminar un corto trecho se detuvo entre nosotros y nos dijo:
-Estaba en manos del poder matar al Mesías antes de hoy. Es verdad que el rey ha probado y gustado todos los placeres de sus pueblos; pero los reyes antiguos no eran tardíos en entregar la cabeza de un Mesías a los cazadores de cabezas. No estoy tan triste por la suerte que ha corrido Juan como por la de Herodes que la ha autorizado. ¡Pobre rey! Es corno el animal llevado por las riendas. ¡Qué desgraciados son esos hombres! Caminan en las tinieblas, y quien viaje en sombras caerá. ¿Qué podréis esperar de un mar infecto sino peces muertos? Yo no detesto a los reyes, más bien quiero que gobiernen, pero a condición de que sean más sabios que los demás hombres.
Luego miró a los dos recién llegados y a nosotros, y reanudó su plática:
-Juan nació herido y la sangre de sus heridas fluía de sus palabras y enseñanzas. Era una libertad que aún no se había liberado de sí misma, y una abnegación que sólo aceptaba a los rectos y virtuosos. En realidad era una voz que tronaba en la tierra de aquellos que tenían oídos y no escuchaban. Yo le amé en su tristeza y soledad, como amé también su altivez y rebeldía, que entregó junto con su cabeza al verdugo, antes de darlos al polvo de los sepulcros. En verdad os digo que Juan, hijo de Zacarías, es el último de su estirpe, y como sus antepasados, fue muerto en el umbral entre el Templo y el Altar.
Calló un instante, se paseó calmosamente, y volviendo a detenerse ante nosotros, agregó:
-Así fue y así será. Los que gobiernan un instante matan a aquellos que gobernarán siglos. Así será eternamente. Se reunirán en sus divanes y juzgarán al hombre que todavía no ha nacido y lo condenarán a muerte antes de haber cometido algún crimen. El hijo de Zacarías vivirá conmigo en mi Reino y su día será eterno.
Acto seguido se dirigió a los discípulos de Juan:
-Cada acción tiene su mañana. Tal vez yo mismo sea un mañana para este acto. Id y decid a los amigos de mi amigo que yo estaré con ellos.
Los dos hombres se retiraron, pero menos tristes y desesperados que cuando vinieron.
Jesús se recostó nuevamente sobre la hierba y volvió a la contemplación de los astros. Ya era hora avanzada de la noche; yo estaba recostado cerca de él, buscando descansar de todo corazón; pero una mano oculta golpeaba el pórtico de mi corazón; y así permanecí en vigilia, hasta que Jesús y el alba me llamaron para seguir el Camino.
UN HOMBRE DEL DESIERTO
Los cambistas
Yo no era un extranjero en Jerusalén. Vine a la Ciudad Santa en tren de peregrinación a conocer el Gran Templo, y a ofrecer mi presente en el altar, en agradecimiento a Dios, porque mi mujer había dado a luz dos niños para mi tribu. Después de haber hecho el sacrificio, me detuve en una galería a mirar los fariseos y los vendedores de palomas. En ese instante la algarabía de la multitud llegaba al cielo. En esa circunstancia entró de pronto un hombre, y con la rapidez del rayo se detuvo entre los cambistas y mercaderes. Tenía un aspecto venerable e imponente; llevaba en la mano un látigo trenzado de cuero de cabra, con la otra mano tiraba las mesas de los cambistas, mientras repartía latigazos. Le escuché gritar con potente voz:
-¡Soltad esas aves al espacio, que allí es su nido! Hombres y mujeres escapaban, mientras Él se movía entre ellos cual un huracán sobre un arenal. Todo esto sucedió en un instante, pasado el cual las galerías del Templo quedaron desocupadas. Aquel hombre quedó solo y sus camaradas agrupados a cierta distancia. Observé alrededor de mí y descubrí un hombre que observaba desde otra galería del templo; llegué hasta él y le pregunté:
¿Quieres decirme quién es ese hombre que está allí parado como si fuera otro Templo?
-Es Jesús el Nazareno, el Mesías que últimamente apareció en Galilea. Aquí, en Jerusalén, todos le aborrecen.
-Pues hay en mi espíritu una fuerza que me impulsa a convertirme en su látigo, y una sumisión y respeto como para hincarme a sus pies.
Se encaminó Jesús hacia el núcleo de sus amigos que lo esperaban, cuando tres palomas de las que había librado de su jaula, se posaron sobre sus hombros; Jesús las acarició con infinita ternura y siguió su camino. En cada uno de sus pasos había millas de distancia.
Pero decidme ahora, por vuestro Dios, ¿con qué fuerza ha castigado a esos cientos de hombres y mujeres, dispersándolos sin resistencia? Me dijeron que todos ellos lo detestaban, pero ninguno osó resistirlo ni ponérsele delante ese día. ¿Habrá arrancado los colmillos del odio en su camino al Templo?
PEDRO
El porvenir de los discípulos
Una vez arribó Jesús a Betsaida al declinar la tarde. Estábamos todos cansados, y lo que aún era peor: el polvo del camino nos rodeaba. Llegamos a una mansión señorial que se levantaba en medio de un jardín. En el umbral se hallaba de pie el dueño de la casa. Jesús le dijo:
-Estos hombres están cansados y tienen los pies lastimados y doloridos por el largo sendero. Déjalos dormir en tu casa; que la noche está fría y necesitan reposo y calor.
-No dormirán en mi casa -contestó el rico. -Entonces déjalos dormir en tu jardín. -No les permitiré dormir en mi jardín. Jesús se dirigió a nosotros:
-Este es un ejemplo de lo que os pasará en el día de mañana. Este presente os anuncia vuestro futuro. Todas las puertas se cerrarán para vosotros; hasta los jardines que se recuestan a la luz de las estrellas os obstruirán sus verjas. Si vuestros pies resisten la fatiga del Camino y podéis sufrir hasta el final, hallaréis un ánfora y un blando lecho, y tal vez pan y vino. Pero si no hallareis nada de eso, no olvidéis que habréis, en aquel día, atravesado uno de los áridos desiertos de vuestro Maestro. Vámonos de este lugar.
El rico se hallaba turbado y pálido; mascullaba palabras ininteligibles y se internó en su jardín.
Jesús retomó su marcha por el camino, seguido de todos nosotros.
MALAQUÍAS, ASTRÓLOGO BABILONIO
Los milagros de Jesús
Me preguntáis sobre los milagros de Jesús y os contesto: En cada un mil de mil años se juntan el Sol, la Luna y esta Tierra con sus hermanos los planetas, en una línea ecuatorial, para dar un ejemplo; luego se retiran lentamente y esperan pasar mil de otros mil años. No hay milagros en el Universo detrás de las Estaciones. Tú y yo nada conocemos de-Ellas, pues, ¿qué me puedes decir de una Estación llena que se encarna y toma la forma de una sola persona? En Jesús se han fundido todos los elementos de nuestros cuerpos y de nuestros sueños, conforme a la ley, y todo lo que era anterior a su tiempo hoy halló en él su tiempo y sazón.
Dicen que devolvía la visión a los ciegos y las fuerzas a los paralíticos, y expulsaba los demonios de los dementes. Puede ahora que la ceguera no sea sino una idea oscura que se puede vencer con un pensamiento luminoso y flamígero; y puede que el órgano inválido no sea más que una inercia que se puede despertar con la fuerza motriz, y que los malos espíritus que son los elementos perturbadores en nuestra vida, sean expulsados de nosotros por los ángeles de la Paz y el Sosiego.
Dicen también que tornaba la vida a los muertos. Si puedes decirme lo que es la Muerte te diré lo que es la Vida.
Vi una vez un arbusto de encina; era un arbusto modesto, tranquilo, sin importancia y sin valor; en la primavera siguiente encontré aquel arbusto con hondas raíces, convertido en gigantesca encina, erguida ante la faz del Sol. Tú, sin duda, crees que eso es un milagro, mas este milagro se obtiene mil veces en un descuido de cada año y en la nostalgia de cada primavera: entonces, ¿por qué no puede ocurrir el milagro en el espíritu del hombre? ¿No podrán las Estaciones agruparse en la mano de un Hombre Ungido tanto como en sus labios? Si nuestro Dios ha brindado a la Tierra la virtud de dar vida en sus entrañas a las semillas ¿por qué no otorga al espíritu del hombre la de transmitir el soplo de vida a otro corazón, aunque aparentemente haya estado muerto?
He hablado de estos milagros que, en realidad, no me llaman tanto la atención como el gran Milagro que es el Hombre mismo; ese caminante que ha trocado en oro puro el óxido que había en mí, y que me enseñó cómo debo amar a los que me odian. Con ese hecho que hizo conmigo me trajo el consuelo y coronó mis noches con los más dulces sueños.
Este es el milagro de mi vida. Yo era ciego y de errada conducta, y en mis profundidades había mucho de los espíritus inquietos; yo era un muerto. Mas hoy veo con claridad y camino rectamente, porque he recuperado mi salud. Hoy vivo para ver y proclamar los milagros de mi Ser en cada hora de cada día.
Yo no soy de sus aliados; soy un viejo astrólogo que recorre el campo del espacio en cada Estación. Ya estoy en el ocaso de mi vida, mas toda vez que busco un amanecer busco en realidad la juventud de Jesús. La vida busca eternamente la juventud, pero la sabiduría busca en mí las visiones apocalípticas.
UN FILÓSOFO
Admiración y belleza
Cuando estaba con nosotros nos observaba con toda admiración lo mismo que a nuestros actos, por cuanto sus ojos jamás se empañaron con el velo de los años. Todo lo vio caro a la luz de su juventud, y a pesar de haber sondeado la profundidad de la belleza, siempre se maravillaba ante ella y su esplendor.
Frente a la Tierra se ha detenido igual que el primer hombre, el día primero; mas nosotros, de embrutecidos sentidos, contemplamos la clara luz del día y nada vemos: prestamos oídos y no oímos; extendemos nuestras manos y nada palpamos; y si se quemaran delante de nosotros todos los inciensos arábigos, seguiremos nuestro camino sin oler nada. No vemos al labrador cuando vuelve de su campo en el crepúsculo, ni oímos la flauta del pastor cuando conduce su rebaño, ni alargamos nuestra mano para tocar el ocaso del Sol, y nuestro olfato no tendrá más ansias que aspirar el perfume de las flores de Charon.
No respetamos ni reconocemos monarcas ni reinos, ni oímos el trino de la cítara sin antes tener sus cuerdas en nuestras manos, ni advertimos la presencia de un niño en un monte de olivos, pues lo confundimos con un- olivo; que todas las palabras debían salir de labios naturales para no sentirnos mudos y sordos. Miramos y no vemos; prestamos oído y no oímos, comemos y bebemos, y no sentimos gusto. En todo esto consiste la diferencia primaria entre Jesús el Nazareno y nosotros, porque todos sus sentidos se renovaban siempre, tanto que tenía el orbe ante sus ojos, perennemente nuevo. No era menos para Él el balbuceo de un niño que el grito de la Humanidad entera, que para nosotros sería ni más ni menos el balbuceo de un infante. Y el tallo de la anémona amarilla era, a su juicio, una aspiración hacia Dios, lo que para nosotros no es más que un simple tallo.
URÍA, UN ANCIANO NAZARENO
Era un extraño en nuestro medio
Era un extraño en nuestro medio. Su vida se hallaba oculta por un manto oscuro. No siguió el camino de la felicidad, por cuanto ha elegido el camino de los malvados y la canalla. Su juventud se reveló y rechazó la dulzura de la leche que hay en nuestra naturaleza. Su juventud ardía como paja seca en la noche. Y cuando llegó a hombre tomó las armas contra todos nosotros. Hombres como éste son concebidos en la dulce bonanza humana. Nacen en las furiosas tormentas y en ellas viven un día, y luego mueren para siempre.
¿No lo recordáis cuando era niño, cómo discutía con nuestros sabios doctores, mofándose de sus investiduras? ¿No recordáis su juventud, transcurrida entre el serrucho y el cepillo, cuando rehusaba acompañar a nuestros hijos e hijas en los días de fiesta, prefiriendo la soledad? No devolvía el saludo a los transeúntes, como si nosotros no fuésemos amasados de su mismo barro. Una vez lo vi en el campo; lo saludé y sólo me sonrió. En su sonrisa vi reflejada la soberbia y el desdén.
Mi hija fue a la viña con sus compañeras, a cortar uvas; lo encontró, lo saludó, y él no respondió el saludo. En cambio dirigió la palabra a todas las trabajadoras de la viña, como si mi hija no hubiese estado entre ellas.
Cuando dejó a sus padres y vagó por el país, perdió todo y se hizo charlatán. Su voz era, en ese entonces, como garra que se hundía en nuestra carne. Rememoramos un eco ingrato y doliente de su voz: Hablaba mal de nosotros y de nuestros padres y abuelos; su lengua era una flecha envenenada que traspasaba el alma.
Ese era Jesús.
Si hubiese sido hijo mío lo hubiera enviado con el ejército romano, al país de los árabes, y hubiera solicitado al general que lo pusiera en primera fila, para que en la hora del comba te muriera bajo las flechas del enemigo, y así librarme de su audacia y soberbia. Mas no tengo hijo, por suerte; ¿qué habría sido de mí si de mi hijo hubiera salido un enemigo de su pueblo? Mis canas se habrían cubierto de ceniza y mi blanca barba se habría deshonrado.
NICODEMO, POETA
(EL MAS JOVEN DE LOS MIEMBROS DEL SANEDRÍN)
Los necios y los mistificadores
Muchos son los necios que dicen que Jesús se interpuso entre Él y su propio Sendero; que se combatió a sí mismo; que no conoció su propio pensamiento y que al perder ese conocimiento, se engañó y se perdió.
Numerosas son las lechuzas que no saben de cantos más que aquéllos que se asemejan a sus chistidos. Yo y tú conocemos a los charlatanes que gustan jugar con las palabras; aquellos que sólo respetan a los queles superan en burlas y engaños, y llevan sus cabezas en cestas para venderlas en la feria por el primer precio que se les ofrezca. Nosotros conocemos a los enanos que retan a los gigantes cuyas cabezas tocan el cielo. También sabemos lo que dice la zarza a la encina y al cedro. Me compadezco de ellas porque no pueden subir y trepar las alturas. Mas la compasión no les lleva luz por más que la rodea la piedad de todos los ángeles. Conozco el espantapájaros que se mueve con sus andrajos en medio de las espigas, pero está muerto para las espigas y el viento cantor. Igualmente conozco cómo la araña que no tiene alas teje sus redes para cazar los alados. Conozco a los impostores y a los que soplan en los caramillos y a los que tocan los atabales; aquellos que por el ruido o la barahúnda que hacen no pueden oír el canto de la alondra del cielo ni el susurro del aura matinal en el bosque. Conozco el que rema en todos los ríos pero no conoce el manantial, y viaja con todos los arroyos, pero sin atreverse a bajar a la orilla del mar.
Conozco aquel que ofrece sus manos lentas al jefe de los albañiles del templo y al ser rechazadas esas manos inhábiles, amenaza en la lobreguez de su corazón, diciendo: "Destruiré todo lo que se construya".
Conozco a todos esos, pues son los que protestan por lo que dijo Jesús una vez: "Os traigo la Paz"; y en otra vez: "Traigo una espada". Ellos no pueden entender que Jesús dijo la verdad cuando habló así: "Yo llevo la Paz para los hijos de la Paz y coloco la espada entre el que ama la paz y el que ama la espada". También se admiran de cómo dijo un día: "Mi Reino no es de este mundo", para luego añadir: "Dad al César lo que es del César"; porque ignoran que si en verdad desean ser libres para entrar en el Reino de los anhelos de sus almas, es menester primero no discutir con el guardián que vigila el pórtico de sus necesidades, pagando miserable tributo para entrar en aquella ciudad. Esos son los que dicen: "Ha enseñado la bondad, la misericordia y el amor al prójimo, pero no se interesó de su madre ni de sus hermanos, cuando éstos lo buscaban por las calles de Jerusalén", desconociendo acaso que, por temor de perderlo, querían que volviera al taller de la carpintería. Mas Él quería abrir nuestros ojos para que viéramos la Aurora de un nuevo día. Su madre y sus hermanos querían que viviese en lo oscuro de la muerte; pero Él prefirió morir sobre aquella colina, a, fin de permanecer vivo en nuestra mente, que no duerme.
Sé de esos topos que cavan sus cuevas sin un fin determinado. ¿No son ellos los que combaten a Jesús diciendo que él se elogiaba cuando, ufano, dijo a la multitud: "Soy el Camino y la Puerta de la salvación", y se llamó "La Vida y la Resurrección"? Pero Jesús no pidió para sí más de lo que para sí pregona mayo a su llegada. Es verdad que dijo que Él era el Camino, la Vida y la Resurrección para el espíritu humano. Yo testimonio la verdad de ese dicho. ¿No os acordáis de mi? Soy Nicodemo, quien jamás se apartó de la ley y no creyó sino en ella, respetando sus preceptos y mandatos. Observadme ahora veréis a un hombre que camina con la Vida y sonríe con el Sol al despuntar la aurora, hasta declinar la tarde y ocultarse tras las colinas.
¿Por qué os detenéis vacilantes, dudando ante la palabra "Salvación"?; yo mismo logré mi salvación por medio de Jesús. No me preocupa hoy lo que será de mí mañana, porque sé que Jesús reanimó mis sueños e hizo de ellos mis mejores camaradas y amigos del Camino. ¿Seré menos que un hombre si creo en una persona que es más que un hombre? Las barreras de los pies y de la sangre. han desaparecido al tenderme su manoel poeta de Galilea. Un espíritu me cogió y elevó a las alturas, y en medio del cielo entonaron mis alas las canciones del espacio puro. Y cuando bajé con el viento y manifesté mis curiosas opiniones en el Sanedrín, no perdí mis canciones ni aún en el seno del mismo, porque mi ascensión con alas sin plumas se ha conservado en el cántico, y todo lo que hay de indigencia en esta mísera tierra no podrá despojarme de mi Tesoro.
He hablado lo suficiente. Deja que los sordos entierren el balbuceo de la vida en sus oídos muertos; yo estoy conforme con la melodía armoniosa de la cítara de Jesús, que Él llevaba consigo, y en cuya cuerdas tañía su Himno cuando lo elevaron sobre la Cruz y con su Sangre regó la Tierra.
JOSÉ DE ARIMATEA
(DIEZ AÑOS DESPUÉS)
Los dos manantiales que surgían del Corazón de Jesús
En el Corazón del Nazareno había dos manantiales: el de su parentesco con Dios, a quien llamó Padre, y el del Amor, que cotejo con el Reino del Mundo Sublime.
¡Cuántas veces he pensado, en mis horas solitarias, en Él y he seguido esos dos manantiales que emanaban de su Corazón! Sobre el borde del primer manantial encontré
mi alma, y mi alma era, ya una pordiosera vagabunda, ya una princesa en su jardín. Después seguí el segundo manantial; en el camino encontré un hombre golpeado y despojado por ladrones, pero con inefable sonrisa en los labios. A tiempo que me marchaba me encontré con los mismos ladrones; vi que en sus rostros había surcos de lágrimas no lloradas por nadie. Después oí el murmullo de esos dos manantiales en las honduras mías y me llené de alegría. Y cuando visité a Jesús, antes de ser tomado preso por Poncio Pilatos y los clérigos, hablamos mucho todo un día sobre infinidad de cosas; y al retirarme supe que era el Rabí y Señor de esta Tierra sobre la cual vivimos.
Sucumbió el Cedro desde mucho y largo tiempo, mas su alba perdurará siempre y empapará los cuatro puntos cardinales de la Tierra, hasta la Eternidad.
GEORGIUS DE BEIRUT
Los extranjeros
Estaba Jesús con sus discípulos en el bosque de los olivos, tras el cerco de mi casa. Cuando comenzó su sermón me levanté a escucharlo. Lo habría reconocido en el acto, porque su nombre se había difundido en nuestras costas antes que él, hiciera su primera visita. Cuando concluyó llegué hasta él y le dije:
-Ven conmigo, Señor, y hónrame con tu presencia. Me miró sonriente y dijo:
-No este día, amigo mío, no será hoy.
En sus palabras había bendición, y sentí que su voz me envolvía cual un manto de lana en una noche glacial. Luego observó a sus discípulos y les habló así:
-Ved a este hombre que, sin habernos visto, no nos cree forasteros, tanto que nos invita a su casa. En verdad os digo que en mi Reino no habrá extranjeros. Nuestra vida es la de todos los hombres; nos fue dado conocerlos a todos y amarlos. Los actos de los hombres son nuestros primeros actos, tanto íntimos cuanto públicos. Os ruego no seáis un solo "yo" sino varios, y que seáis el dueño de la casa y el que no la tenga; el labriego y el ave que persigue los granos antes que descansen en la tierra; el que da con generosidad y alegría, y el que recibe con inteligencia y sin humillación. La belleza del día no se limita a lo que veis vosotros, sino que entiende a lo que ven otros también. Es por eso que os he elegido de entre los muchos que me han elegido a mí.
Me miró, sonrió por segunda vez y dijo:
-Todo lo que he dicho también te lo digo a ti, porque tú también recordarás mis palabras.
Le rogué otra vez:
-¿Honrarás mi casa con tu presencia, Señor?
Y me contestó:
-Conozco tu alma y me basta haber visitado tu Casa Mayor.
Cuando se dispuso a marcharse agregó:
-Quisiera Dios que tu casa sea una Casa Mayor, para que así hospede bajo tu techo a todos los peregrinos de la tierra.
MARÍA MAGDALENA
Su boca era como el corazón de una granada
Su boca era como el corazón de una granada. Las sombras de sus ojos eran muy profundas y Él era dulce y tierno como el hombre que está seguro de sus fuerzas. En mis sueños he visto todos los monarcas del mundo ponerse de pie, respetuosamente, ante Él.
Quisiera hablar de su Rostro, pero ¿de qué manera podré hacerlo? Era como la noche sin oscuridad, y como el día que no conoce el bullicio del día. Era un rostro triste pero pletórico de alegría. Recuerdo bien cómo una vez alzó su brazo hacia el cielo; parecían sus dedos ramas de fresno. Recuerdo bien cuando medía el agua con sus pasos; no parecía que caminaba. Era Él mismo un sendero sobre otro sendero del mismo modo que la nube que flota sobre la tierra y baja sobre ella para animarla e infundirle vida. Pero cuando llegué hasta Él, era un hombre cuyo enérgico semblante despedía confianza y fortalecía los ojos que lo contemplaban. Al verme, me preguntó:
-¿Qué quieres, María?
No le respondí. Mis alas se plegaron sobre mis secretos, y por mi cuerpo corrió calor; y como no podía soportar su Luz, lo dejé y proseguí mi ruta. En ese momento sentí huir de mí toda impudicia y quedarme sólo mi pudor, y las ansias de hallarme a solas para que sus dedos tañeran las cuerdas de mi corazón.
DE JOZAM EL NAZARENO A UN ROMANO
La vida y el espacio
Amigo mío, tú eres como todos los romanos; quieres imaginar la vida más que vivirla, y eliges gobernar la tierra antes de ser gobernado por el Espíritu. Prefieres conquistar los pueblos y ganarte las maldiciones de sus hijos, que quedar en Roma y vivir feliz y bendecido.
Tú que no piensas más que en los ejércitos conquistadores y en naves que cruzan los mares, ¿cómo puedes entonces entender a Jesús de Nazareth, el Hombre modesto, el Hombre humilde y solitario; aquel que vino, no con ejércitos ni con centurias, a construir un reino en cada corazón y un imperio en el espacio libre de cada corazón?
¿Cómo puedes comprender a ese Hombre, que no era guerrero, pero vino armado con la fuerza del Cielo? No era una deidad sino un hombre como tú y yo, pero en Él se fusionó la mirra de la Tierra con la resina del Cielo, y en sus palabras se entremezclaron nuestros tartamudeos con el susurro de lo invisible, y en sus cánticos oímos una voz inconmensurable.
Sí; Jesús era un Hombre, no un dios, y en ello está nuestro asombro y admiración.
Mas, vosotros los romanos os maravilláis sólo ante los dioses, y ningún hombre os causa admiración; por eso no podéis entender al Nazareno. Jesús se adueñó de la juventud del Pensamiento, y vosotros sólo poseéis la vejez del Pensamiento. Hoy nos gobernáis, pero esperemos un día más... ¡Quién sabe si este Hombre que no dirige ejércitos ni comanda centurias no gobierne el mundo mañana.
Nosotros, los que seguimos al Espíritu, surcaremos con nuestro sudor, y con gotas de sangre, la Tierra entera, en nuestros viajes en pos de Él. Roma se arrastrará en el suelo como los huesos de un esqueleto. Sufriremos mucho, mas nos armaremos de paciencia y triunfaremos, y Roma será vencida. Sin embargo, si Roma, en su caída y humillación, pronuncia su nombre, Él soplará en sus huesos nueva vida, a fin que vuelva a levantarse y ser ciudad viva entre las ciudades. Todo esto lo hará mi compatriota Jesús, sin necesitar ejércitos ni esclavos que remen en sus galeras, porque estará solo.
EFRAÍM DE JERICÓ
El banquete de la segunda boda
Cuando llegó por segunda vez a Jericó, fui a saludarlo y decirle:
-Maestro, mi hijo tomará esposa mañana; te pido nos honres con tu presencia en el banquete, como la vez que honraste la boda de Caná de Galilea.
Y me respondió:
-Es verdad que estuve presente una vez en una boda, mas no asistiré a otra, y menos hoy que mi alma está de novia.
Insistí:
-Te ruego, Maestro, que asistas a la boda de mi hijo. Sonrió, como si en su sonrisa hubiera un reproche e inquirió
-¿Por qué me suplicas? ¿No tendrás suficiente vino?
-Los cántaros y los jarrones están llenos, Maestro, mas, deseo que asistas a la boda de mi hijo.
-Quién sabe... Tal vez vaya... Sí, asistiré si tu corazón fuera un altar en su templo.
Al día siguiente se casó mi hijo; Jesús no acudió al banquete de la boda; y a pesar de haber venido mucha gente, me pareció como si no hubiese habido nadie. En realidad yo mismo, que recibía a los concurrentes, no me hallaba en la boda.
¡Quién sabe!... Tal vez mi corazón no era un altar cuando lo invité, y que sólo yo quería presenciar en mi casa un segundo milagro.
BARCA, MERCADER DE TIRO
La compra-venta
A mi ver, ni los judíos ni los romanos comprendieron a Jesús; ni sus mismos discípulos, aunque hoy predican en su nombre.
Los romanos lo asesinaron, y en esto cometieron un grave error. Los galileos quisieron hacerlo dios, y este fue otro error. Jesús era el corazón del hombre. He surcado los siete océanos con mis naves; he tratado con reyes y príncipes, como también con estafadores y perdularios, en las más lejanas ciudades, pero no conocí ningún hombre que haya entendido tan bien a los mercaderes, como Jesús.
Le oí una vez relatar esta parábola:
"Viajó un mercader a un país extraño. Tenía dos siervos. A cada uno le dio un puñado de oro y le dijo:
"-Estoy para partir a una tierra lejana en busca de ganancias, haced lo mismo vosotros por otras partes, con este dinero. Sed sagaces y meticulosos en vuestros tratos, tanto al dar como al recibir.
"Después de un año se reunió el comerciante con sus dos siervos, y estos dieron cuenta de lo que habían hecho:
"-Yo -dijo uno de ellos- negocié con el oro que me diste, comprando y vendiendo, y esta es la ganancia.
"-Esa utilidad es para ti, por haber empleado bien el capital. Fuiste fiel a mí y a ti mismo.
"-Yo -dijo el otro siervo- tuve temor de perder tu oro y por eso no compré ni vendí. Aquí tienes tu oro intacto, y en esta bolsa.
"-Hombre de poca fe; si -hubieses negociado y perdido habría sido más provechoso que no hacer nada, porque como el viento esparce la semilla y espera el fruto, debe ser el hombre comerciante. Más te habría valido servir a los demás". Cuando Jesús habló de esa manera, sin ser comerciante, reveló el secreto del comercio. Sus ejemplos evocaban ciudades y países lejanos que no he conocido en mis viajes, pero yo los sentía más realmente que mi casa y herederos.
Mas el joven nazareno no era un dios, y me duele que los discípulos de ese hombre justo y sabio, pretendan hacer de él una divinidad.
FUMÍA, PITONISA DE SIÓN
A sus compañeras
Empuñad vuestras flautas que quiero cantar
Tocad las cuerdas de plata y de oro.
Tañed que quiero cantar el recuerdo del Hombre valiente
Que mató al salvaje del valle, y luego se sentó
A contemplarlo con misericordia.
Templad vuestros laúdes para cantar
A la Alta Encina que está en las Alturas.
Cantemos al recuerdo del Hombre cuyo espíritu toca a
Los cielos y cuya mano rodea el Mar.
Aquel que besó los labios pálidos de la Muerte,
Pero que hoy tirita ante la boca de la Vida.
Templad vuestros laúdes para cantar juntas
Al Cazador valiente que está sobre la loma,
Que cazó al animal con su invisible flecha,
Extrayéndole la garra y el colmillo.
Templad vuestros laúdes para cantar todas juntas
Al joven aguerrido que venció las ciudades de los montes
Y de las llanuras, amontonadas cual serpientes sobre arena;
Y que no combatió contra enanos sino contra gigantes
Hambrientos y sedientos de nuestra carne y de nuestra sangre; y que era cual el primer halcón áureo que sólo riñe con las águilas, porque sus alas son grandes y orgullosas y no quieren ser castigo de los débiles.
Templad vuestros laúdes para cantar todas juntas la canción del mar y del aluvión.
Los dioses han muerto y hoy duermen en paz
En la isla olvidada, en el mar abandonado;
Mas Él está sentado sobre un trono, triunfante.
Estaba en su juventud, porque la Primavera
Todavía no le había dado barba.
Su estío era adolescente en su campo.
Traed vuestros laúdes para cantar juntas a la tormenta
Que en el bosque destroza los gajos secos y desnudos,
Mientras deja que las raíces se alimenten de la savia del suelo.
Tomad vuestros laúdes para cantar
Juntos el Himno Eterno de nuestro Bien Amado.
Deteneos, compañeras, y no tañáis más vuestras cuerdas.
Dejad vuestros laúdes; no podemos cantarle ahora;
Porque el susurro débil que arrancan vuestros cantares
No llega a su tempestad, y no tiene fuerza para penetrar
La majestad de su silencio.
Dejad vuestros laúdes y venid a mí.
Quiero repetir a vuestros oídos sus parábolas
Y cantaros sus ejemplos, porque la reverberancia de su voz
Es más profunda que nuestro amor.
BENJAMÍN, ESCRIBA
Permitid que los muertos entierren a sus muertos
Dicen que Jesús era enemigo de Roma y del judaísmo, mas yo os digo que no era enemigo de ningún hombre ni de ningún género de gente. Yo mismo le escuché decir:
-Las aves del espacio y de las altas cumbres no se ocupan de las culebras en sus cuevas. Permitid que los muertos entierren a sus muertos, y en cuanto a ti, envuélvete en la vestidura de tu "yo" aún entre los vivos, y elévate hacia lo alto.
Yo no era discípulo suyo, pero lo he seguido con la multitud que iba tras Él para ver su rostro. Miraba a Roma y a nosotros los esclavos de Roma, como cuando mira el Padre a sus hijos que pelean entre sí por un juguete.
Jesús era más grande que la Provincia y el Estado; era más grande que la Revolución. Vivía solo en su retiro y era una vigilia perfecta. Lloró por todo eso que nosotros no hemos llorado, y sonrió de nuestra rebelión y desobediencia. Jesús era el comienzo de un nuevo Reino sobre la Tierra, que jamás tendrá fin.
Era hijo y nieto de todos los monarcas que han levantado el Reino del Espíritu, y nuestro reino sólo será gobernado por el Espíritu.
ZACARÍAS
La suerte de Jesús
Vosotros creéis por lo que se dice en vuestra presencia, pero más os valdría creer en lo que no se dice, porque lo que calla la gente está más cerca de la verdad que sus palabras. Y me preguntáis si Jesús era capaz de rehuir la tortura de su muerte y salvar a sus discípulos y sus adeptos de la persecución. Yo os contesto que sí, que podía haberse salvado de la muerte si lo hubiera deseado, pero no lo hizo, ni se preocupó en proteger sus rebaños de los lobos de la noche.
Predijo su final y sabía lo que estaba reservado para sus fieles, tanto, que se anticipó en avisarnos lo que sería de cada uno de nosotros. No buscó su destino pero lo aceptó; como el labrador que, al enterrar sus granos en el corazón de la tierra, acepta el Invierno y luego la Primavera y por fin la cosecha; como el albañil que busca la piedra mayor para el cimiento.
Su grupo se componía de hombres venidos de los valles de Galilea y de las quebradas del Líbano. En las manos de nuestro Maestro estaba el reformar con nosotros a nuestra tierra y vivir acompañados de su juventud, en nuestros jardines, hasta que la vejez nos hubiera llevado de nuevo al corazón de los años. Podía habernos dicho: "Voy a Oriente con el Viento del Oeste", y así despedirse de nosotros con una sonrisa en los labios. Sí; podía decirnos: "Volved a vuestros hogares, pues el mundo no está preparado para recibirme. Volveré dentro de mil años; entretanto, enseñad a vuestros hijos a saber esperar mi regreso". Todo eso pudo habernos dicho si hubiese querido, pero sabía que para edificar el Templo invisible le era preciso colocarse Él mismo de Piedra Fundamental en sus cimientos, y luego ser nosotros las piedrezuelas del cemento reforzante.
Sabía también que la savia de su árbol, cuyas ramas se elevan hasta el cielo, no viene sino de sus raíces; por eso vertió su sangre sobre ellas sin pretender hacer con eso algún sacrificio, sino ganar un galardón más. La muerte devela los misterios y la muerte de Jesús reveló el misterio de su vida. Si hubiera huido, habríais triunfado vosotros y sus enemigos al mundo; es por eso que no ha huido, porque ninguno gana todo sin haberlo dado todo. Jesús pudo escapar de la muerte y vivir hasta su completa vejez, pero conocía el giro de las Estaciones y quiso entonar la canción de su alma. ¿Qué hombre armado enfrenta un mundo desarmado y rehúsa vencerlo por corto tiempo, para luego conquistar el mundo y los siglos?
Y ahora ¿queréis saber, en verdad, quién asesinó a Jesús, si fueron los romanos o los sacerdotes de Jerusalén? Sabed que no fueron ellos, mas la humanidad en pleno se ha reunido al pie del Gólgota para tributarle veneración.
JONATHÁN
Entre los lirios del agua
Un día yo estaba con mi amada remando en un lago de agua dulce, circundado por las colinas del Líbano. Pasábamos debajo de los sauces llorones, gozando de la fresca sombra que se dibujaba alrededor de nosotros. En tanto yo remaba y la barquilla se deslizaba, mi amada cantó así:
"¿Qué otras flores, de no ser los lotos del Nilo, conocen el agua y el sol?
"¿Qué otro corazón, de no ser el tuyo, conocerá la tierra y el cielo?
"Mira, amado mío, esta flor dorada que flota entre el cielo y la mansa hondura del lago tal como nadamos (tú y yo) entre mi amor, que estuvo desde el principio y que así seguirá hasta el fin de los siglos.
"Mueve tu remo, amor mío, que yo tocaré mi laúd, y así seguiremos al sauce llorón y al lirio del agua.
"En Nazareth hay un poeta cuyo corazón es como la flor de loto. Es un poeta que conoce el alma de la mujer, y sabe de su sed que brota de las aguas y de su hambre de sol; no obstante tener ella sus labios hartos.
"Dicen que vive en Galilea, pero yo digo que está remando con nosotros.
"Mírame, amado mío, mira; donde se inclina el sauce y se resume su sombra sobre el rostro del lago, allí se mueve ese poeta, tal como nos mecemos blandamente en esta barca.
¡Cuán bello y encantador es conocer la juventud de la vida, amado mío, con su alegría cantante!
"¡Cuánto anhelo que tus remos permanezcan eternamente en tus manos y tener yo entre mis dedos las cuerdas de mi laúd, donde sonríen los lotos del Nilo, bajo los rayos del Sol, y se lustra el sauce en el agua, acompañados de la reverberancia de mis cuerdas!
"Rema, amado mío, que quiero tañer mi laúd. En Nazareth hay un poeta que nos conoce y nos ama.
"Rema, amado mío, que quiero arrancar a las cuerdas de mi laúd la canción más dulce".
JUANA DE BETSAIDA
(AÑO 73)
Mi tía en su juventud
Mi tía nos dejó cuando era joven para ir a habitar una cabaña próxima a una viña, en heredad de su padre. Vivía sola y era muy frecuentada por los campesinos, a quienes curaba sus males con hierbas frescas o con raíces y flores secadas al sol. Los campesinos la creían profetisa, pero no faltaba quien la creía hechicera y bruja.
Un día me llamó mi padre y me dijo:
-Lleva estas hogazas de trigo a mi hermana, con esta jarra de vino y esta cesta de pasas.
Cargué con todo mi burrito y fui hasta la cabaña de mi tía, quien al verme se alegró mucho. Mientras me hallaba sentada con ella a la sombra, pasó un hombre que saludó a mi tía diciéndole:
-Buenas tardes, y bendiciones de la noche sobre ti. Mi tía se levantó respetuosamente y respondió:
-Buenas tardes tengas, Señor de los Buenos Espíritus y vencedor de los malos.
La miró aquel hombre con dulce mirada y siguió su camino. Reí en mi corazón porque creí aue mi tía estaba loca, pero hoy bien sé que no lo estaba. Supo que yo había reído en mi alma y me reprochó tiernamente:
-Óyeme, hija mía, y aprende de mí lo que te voy a decir: ese hombre, que ha pasado ante nosotros en este instante, cual la sombra de un águila que vuela entre el sol y la tierra, vencerá a los Césares y a su imperio; derribará al toro alado de los caldeos y al león con cabeza de hombre del Egipto, y gobernará el mundo. Esta tierra sobre la cual camina sucumbirá; y en cuanto a Jerusalén, que está sentada soberbia sobre sus colinas, sucumbirá repudiada en medio del humo ante el viento desolador.
Cuando dejó de hablar mi risa se trocó en calma, y pregunté:
-¿Quién es ese hombre, de qué país es y de qué tribu viene? ¿Cómo logrará vencer a los grandes reyes y a los opulentos reinos?
-Nació en este país, mas nosotros ya lo habíamos visto en los sueños de nuestros anhelos antes de venir a este mundo y desde el comienzo del tiempo. Es de todas las tribus y no pertenece a ninguna. Vencerá con su palabra de verdad y con el fuego de su espíritu.
Y de pie, inmóvil cual una roca, agregó:
-Perdóneme el Ángel de Jehová estas palabras: Lo matarán y envolverán su juventud con las mortajas, y dormirá junto al corazón callado de la tierra, y será llorado por las doncellas de Judea.
Y alzando sus brazos al cielo continuó:
-Pero sólo morirá su cuerpo físico. Subsistirá su espíritu y saldrá con sus legiones de esta tierra en que nace el sol, a aquella en cuyo horizonte muere al atardecer, y su nombre será el primero entre las naciones.
Mi tía era una profetisa de avanzada edad cuando me dijo esas palabras, mientras yo sólo era una pequeñuela, un campo virgen y agreste y una piedra que aún no se había empleado en ningún muro. Todo cuanto he visto en ese entonces en el espejo de sus pensamientos, ahora ha sucedido ante mis ojos. Jesús resucitó y luego condujo la humanidad a la tierra donde muere el sol. Y la ciudad que lo entregó a sus enemigos se redujo a escombros. En la sala donde. lo condenaron a muerte graznan los búhos y las lechuzas, en tanto derrama la noche el rocío de su corazón, como lágrimas sobre mármol destrozado.
Hoy ya soy vieja, encorvada por el peso de los años. Mis padres han muerto y mi pueblo se ha extinguido. Después de aquel día lo vi una sola vez y oí su voz; sucedió esto en una meseta sobre una colina, cuando se dirigía a sus discípulos y amigos. Y a pesar de mi vejez actual y de mi amarga soledad, Él me visita en mis sueños; llega hasta mí cual ángel blanco; silencia con su gracia el terror de mis noches y me transporta a un mundo elevado, poblado de sueños sublimes.
Aún sigo siendo un campo inculto y una fruta insulsa, todavía pegada a la rama. Todo cuanto poseo es el calor del sol y el recuerdo de aquel Hombre. Sé que en mi pueblo no habrá más reyes, ni Mesías, ni sumos sacerdotes, tal como lo predijo mi tía; porque saldremos de este mundo con la corriente de los ríos y se olvidarán eternamente de nuestros nombres.
Mas los que han atravesado los mares de Jesús en su propia corriente, dejarán su recuerdo en el mundo.
MANASS, UN ABOGADO DE JERUSALÉN
Los discursos y ademanes de Jesús
Más de una vez lo he escuchado hablar. La palabra estaba presente en sus labios en todo momento. Lo admiré más como hombre que como líder, porque sus sermones no me agradaban. Tal vez no los habré comprendido bien, porque superaban a mis pensamientos. Además, yo no necesito ni pretendo que nadie me aconseje.
Pero lo que más me había deslumbrado en él eran sus ademanes y su voz, y no los argumentos de sus discursos. Me agradó, mas no me convirtió, porque es ambiguo y lírico y de mucha reticencia. Por eso no penetró en mis ideas.
Conocí a muchos como él, pero no fueron tan constantes en sus principios, ni tan perseverantes y persuasivos en sus trabajos como firmes en sus luchas. Asimismo éstos encantaron a su auditorio, pero no alcanzaron al templo de los espíritus.
Lo lamentable es la persecución que le hacen sus feroces enemigos, que piden su muerte. No creo necesaria la eliminación de ese hombre, y esa hostilidad duplicará su fuerza y trasmutará su dulzura en un avasallador poder. No es extraño que con su dialéctica opositora diera ánimos a un hombre que no los poseía, y le creara alas.
No conozco a sus enemigos, pero estoy convencido que por miedo a ese hombre, que nunca hizo mal a nadie, le han dado fuerzas para convertirlo en un gran peligro para todos ellos.
NEFTALÍ DE CESAREA
Un hombre que odia el nombre de Jesús
Ese hombre cuyo recuerdo colmó vuestros días y cuya sombra os acompaña en vuestras noches, es la hiel en mi boca; pese a ello, vosotros mortificáis mis oídos hablándome de él, y perturbáis mis pensamientos refiriéndome sus actos. Yo no tolero escuchar nada de lo que ha dicho y, sobre todo, de lo que ha hecho. Tan sólo nombrarlo me molesta tanto como el nombre de su pueblo. No quiero escuchar nada de lo que a él se refiera.
¿Por qué hacéis un profeta de un hombre que no era más que una sombra? ¿Por qué divisáis una torre en un montón de arena y un lago en la concavidad producida por la pisada de un caballo, donde se han amontonado unas gotas de agua? No detesto el eco que repercute en las grutas de los valles, ni las largas sombras que dibujan las horas del ocaso, pero no quiero oír las sandeces ni las manifestaciones que llenan vuestras cabezas; como tampoco quisiera detenerme ante el efecto que podría provocar en vuestros ojos. ¿Qué cosa dijo Jesús que antes no la hubiera dicho Hilel, y qué sabiduría proclama ese Nazareno que no fuera proclamada antes por Gamalael? ¿Qué comparación hay entre sus palabras indecisas y su tartamudeo con la voz de Filón? ¿Qué címbalos él ha tocado sin que, antes que él naciera, no hayan sido tocados por otros?
Oigo el eco que repercute en las grutas de los silenciosos valles, y contemplo las sombras que sobre la tierra dibuja el ocaso del sol, pero no soporto que el corazón de ese hombre encuentre eco en otros corazones, y no admito oír al espectro de los brujos charlatanes llamarse profetas. ¿Quién se atreve a hablar después de Isaías, ni a cantar después de David? ¿Nacerá otra vez la sabiduría, después de haber ido Salomón a reunirse con sus padres? ¿Y qué podemos decir de nuestros profetas, cuyas lenguas eran puñales, y llamas de fuego sus labios? ¿Habrán dejado una sola espiga a este espigador de Galilea, o alguna fruta caída a ese pordiosero del norte?
No supo más que romper para sí el pan que antes que él habían horneado nuestros antepasados, y escanciar el vino de la viña que sus pies santos estrujaron. Yo respeto más al alfarero y no al que compra el ánfora, y venero más a aquellos que están sentados ante sus telares y no a los haraganes que visten sus telas.
¿Quién era ese Jesús el Nazareno y quién es? Es un hombre que no se atrevió a vivir sosteniendo sus ideas; es por ello que encontró su muerte, su único merecido. Por consiguiente, os ruego no mortificar mis oídos con lo que pudo haber dicho y hecho ese hombre. Mi corazón está lleno de gracia de los santos profetas de la antigüedad. Y esto me alcanza.
JUAN, EL DISCÍPULO BIENAMADO
(EN SU VEJEZ)
Jesús, el Verbo
Me pedís que os hable de Jesús, pero ¿cómo puedo engañar o ahogar la canción del amor divino que llenó el universo, con esta caña hueca? En cada suceso de los diversos aspectos del día, Jesús veía al Padre presente ante Él. Lo vio en las nubes y en la sombra de las nubes que flotaban sobre la tierra. Vio el rostro del Padre reflejado en las albercas quietas y las huellas de sus pies marcados sobre los médanos. Y muchas veces cerraba sus ojos para contemplar aquellos ojos divinos. La noche le hablaba, con la Voz del Padre y en su soledad sentía a los ángeles que lo llamaban, y cuando buscaba descanso en el sueño oía el cuchicheo de los cielos en esas horas. A menudo se sentía muy feliz en nuestra compañía y nos llamaba hermanos. Mirad, pues, cómo el Verbo, que en el principio era con Dios nos llama hermanos a nosotros, que apenas somos ciertas humildes sílabas pronunciadas ayer. Tal vez me preguntéis por qué lo llamé Verbo primordial; pues oíd: en el principio se movió Dios en el espacio y de su movimiento inconmensurable nació la Tierra y sus Estaciones. Por segunda vez se movió Dios y brotó la vida, y el anhelo de la Vida buscó ansiosamente la Altura y la Profundidad para que Dios posea la Mayor de toda Mayor cantidad de sí mismo.
Y después habló Dios, y el hombre fue una de sus palabras, un espíritu hecho del Espíritu de Dios. Y cuando hubo hablado así, el Mesías fue su primer Verbo, un Verbo Perfecto. Y al advenir Jesús el Nazareno al mundo, se supo del nacimiento del primer Verbo salido de la boca de Dios. Y fue concebido en carne y sangre la Voz del Verbo. De este modo, Jesús el Ungido es el Verbo Primordial con que Dios habló al mundo. Del mismo modo que el manzano de un jardín, que florece y da frutos, antes que los demás árboles, por un día; y en el jardín de Dios, en aquel único día, había un ciclo completo. Sí, todos somos hijos del Altísimo, mas el Ungido era su primer hijo, que, encarnando en el cuerpo de Jesús el Nazareno, vivió entre nosotros y a quien hemos visto con nuestros propios ojos. Os digo todo esto para que lo comprendáis, no tan sólo con el pensamiento, sino también con el alma. El pensamiento pesa y mide, pero el espíritu llega al corazón de la vida y abraza sus misterios, porque la simiente del espíritu no muere. El viento sopla y luego acalla, y el mar tiene su flujo y reflujo; mas el corazón de la vida es un círculo sereno iluminado por astros firmes y eternos.
DE MANUS DE POMPEYA A UN GRIEGO
Los dioses de los semitas
Los judíos son como sus vecinos fenicios y árabes, no permiten descansar un momento a sus dioses sobre las alas de los vientos. Se preocupan demasiado de ellos y disputan por cuestiones de oración, de adoración y de sacrificio.
Nosotros los romanos, mientras tanto, nos ocupamos en construir los templos con piedras de mármol precioso, para nuestros dioses, en tanto vemos a esos pueblos semitas pasar su tiempo discutiendo sobre la naturaleza de su dios. Los romanos, en nuestras horas de amor y pasión por -nuestros dioses, cantamos y bailamos a las puertas de los templos de Júpiter, de Juno, de Marte y de Venus; en cambio ellos, en esas horas visten cilicio y se cubren la cabeza con ceniza, gimiendo y maldiciendo el día en que han nacido.
Mas Jesús, ese hombre que demostró a su pueblo que Dios es un ser que ama la felicidad y el placer, fue perseguido y crucificado por ellos. Esa gente no quiere ser feliz con un dios feliz, y extraño es que los compañeros de Jesús y sus mismos discípulos, que conocieron su alegría y oyeron su risa, adjudiquen una imagen a su dolor y la adoren. Con esa imagen no se elevan hasta su dios, sino que lo rebajan al nivel de ellos mismos.
De todo esto creo yo que ese filósofo de Jesús, que no es muy distinto de Sócrates, tomará pronto en sus manos el gobierno de su país y tal vez extenderá sus doctrinas a otras naciones; porque todos somos seres tristes que tenemos nuestras dudas infantiles. Si alguien nos dijera: "¡Alegrémonos con los dioses!, no titubearíamos en seguirlo. Extraño es, entonces, que el sufrimiento de ese hombre se haya convertido en dogma. Esos hombres quieren dar con un segundo Adonis.
Pero confesemos, como un romano a un griego, que si nosotros estuviéramos en las calles de Atenas, nos asombraría la risa de Sócrates y olvidaríamos la copa de cicuta, aún cuando nos halláramos en el templo de Dionisio.
¿No se detienen nuestros padres, hasta hoy, en las esquinas de las calles, para comentar y hablar de sus males y gozar, por un instante de dicha, del recuerdo del triste final sobre cuyo camino han pasado nuestros grandes hombres?
PONCIO PILATOS
Ritos y supersticiones de Oriente
Mi mujer me habló de él más de una vez, antes de traerlo sus enemigos a mi presencia, mas nunca me preocupó.
Mi esposa es muy soñadora, como todas las mujeres romanas de su casta. Últimamente se ha entregado a los ritos y a las supersticiones de Oriente, que son para el imperio muy nefastas. Tanto como encuentren eco en el corazón de nuestras mujeres, en cuanto su peligro se agranda, por causa de las tales supersticiones, que pueden ocasionar nuestra ruina.
Egipto murió y se eclipsó su poderío cuando las caravanas de los árabes le transportaron desde su desierto el Dios único. El esplendor de Grecia se vino abajo cuando desde las orillas de Siria partió Astarté para ocuparla, con sus siete doncellas. Yo no había conocido a Jesús antes del día en que me lo entregaron, como malhechos y enemigo de su pueblo y de Roma.
Lo condujeron a palacio con los brazos atados con gruesa soga. Yo estaba sentado en el pabellón cuando llegó hasta mí, caminando con pasos atléticos y firmes. Se detuvo ante mí con la cabeza erguida. No puedo recordar ni imaginar lo que en ese instante pasó por mí; tuve súbitamente un deseo oculto y emocionante -no obstante no haber habido causa justificada en mi voluntad- de abandonar mi sitial y prosternarme ante él. Sentí como si el César hubiera entrado en mi casa, porque el que estaba parado delante de mí era más grande que la misma Roma. Esta emoción me duró un tiempo, pasado el cual vi en mi presencia un hombre modesto y simple, acusado de traición por su pueblo. Yo era su gobernador y su juez.
Le pregunté por qué causa lo habían traído hasta mí, y no respondió, pero me miró; había mucho de compasión en su mirada, como si él fuera mi juez y mi gobernador. Se oían los gritos y la algarabía que afuera producía el pueblo, mas él permanecía callado, sereno y tranquilo, y en sus ojos se reflejaba la conmiseración. Salí y me detuve en la escalera del palacio; cuando el pueblo me vio cesó en su algarabía.
-¿Qué deseáis con este hombre? -pregunté a la muchedumbre.
-¡Queremos crucificarlo, porque es enemigo nuestro y de Roma! -contestaron al unísono.
Había entre ellos quien acusaba:
-¡Dijo que destruiría el templo! ¡Quiso reinar! ¡Nosotros no queremos más rey que el César!
Regresé a la sala pretorial; allí estaba el reo de pie, solo, erguida la cabeza y honda la mirada. En ese momento me asaltó un pensamiento que había yo leído a un filósofo griego: "El solitario es el más fuerte de los hombres". Y es verdad; en aquel instante el Nazareno era más grande que todo su pueblo. No sentí por él alguna compasión, porque él estaba por encima de toda conmiseración. Al preguntarle si era el Rey de los judíos, no respondió. Le pregunté por segunda vez:
-¿Dijiste que eras el Rey de los judíos?
Y contestó con voz suave y serena:
-Tú mismo me has proclamado Rey, y tal vez para eso he nacido; mas sólo he venido para testimoniar la Verdad.
Pensad un poco sobre este hecho curioso: un hombre que habla de la Verdad cuando su pueblo lo conduce para ajusticiarlo. Me armé de paciencia, y repliqué en voz alta, como hablando conmigo mismo:
-¿Y qué es la Verdad, y de qué le sirve al inocente cuando la mano del verdugo está erguida sobre su cabeza? Entonces Jesús contestó firme y enérgico:
-Ningún hombre puede gobernar en el mundo sino por el Espíritu y la Verdad.
-¿Y tú vienes del Espíritu?
-También tú vienes del Espíritu, pese a que lo ignores. ¿Qué es el Espíritu y qué es la Verdad, en momento en que yo, por salvar el país y su pueblo, por mantener celosamente sus costumbres y sus ritos, entrego un hombre inocente al suplicio? Ningún hombre, ni pueblo, ni imperio alguno, desearán eludir el camino de la Verdad, si lleva a la meta de la perfección. Insistí en preguntar:
-¿Eres el Rey de los judíos?
-Tú lo has dicho. He llegado al mundo en esta hora.
De todo cuanto me dijo fue esto lo único que no estaba en su lugar, porque, como sabéis, Roma es la única que ha triunfado en el mundo entero. En ese momento las voces atronadoras del populacho inquieto llenaban la sala. Le dije al reo:
-Ven conmigo.
Y me detuve con él en las gradas del palacio. Cuando el pueblo lo vio, clamó tumultuosamente. En medio de aquella marea tempestuosa de pueblo agitado, sólo se escuchaba esta condenación:
-¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo!
Lo restituí a los sacerdotes que me lo habían entregado y les dije:
-Haced lo que os guste con este inocente. Y si queréis lo haré vigilar con soldados romanos.
En el acto lo precedieron. Ordené que sobre la cruz se fijase este rótulo: "Jesús el Nazareno, Rey de los judíos". Sin duda, mejor hubiese sido: "El Rey Jesús Nazareno".
Lo desnudaron y lo crucificaron.
Podía haberlo salvado, pero eso hubiera incitado una insurrección en todo el pueblo. La cautela aconseja siempre al gobernante de una provincia romana, aceptar con paciencia todas las dudas y las supersticiones religiosas del pueblo vencido. Hasta ahora sigo creyendo que aquel hombre era al o más que un insurrecto. Las órdenes que dicté en aquea tragedia no fueron por mi voluntad; lo hice por Roma.
Después de un corto tiempo salimos de Siria, y desde aquella fecha mi mujer estuvo triste y melancólica. Muchas veces la vi pasear por este hermoso jardín con el rostro sombrío, como si se desarrollara en su interior una tragedia. Luego supe que siempre hablaba de Jesús a las damas de Roma.
Observad cómo el hombre cuya muerte yo había ordenado, vuelve desde el mundo de las sombras a refugiarse en mi casa; mientras yo sigo hasta ahora preguntando desde lo más hondo de mi ser ¿Qué es la Verdad...? ¿Qué es la Verdad? ¿Será factible que el Sirio nos convenciera en la quietud de nuestras noches? Esto, en realidad no puede ser, ya que Roma deben vencer los sueños de nuestras mujeres.
BARTOLOMÉ EN ÉFESO
Los esclavos y los parias
Dicen los enemigos de Jesús, que éste hacía sus propuestas a los esclavos y a los repudiados, incitándolos a la rebelión contra sus patrones. Dicen que siendo él también de la plebe y mientras pedía socorro para los de su clase, trataba de ocultar su origen.
Pero hablemos ahora sobre los acólitos de Jesús y sobre su autoridad. En él principio eligió unos compañeros, para su obra, de gente del Norte, y todos eran libres, robustos, audaces y fuertes en el Espíritu. En los veinte años pasados han maravillado al mundo por su valor, por su voluntad inquebrantable y por su valor aún ante la muerte. ¿Creeréis, por ventura, que esos hombres eran esclavos o repudiados? ¿Cómo admitir que los grandes adalides y príncipes del Líbano y de Armenia, tan vanidosos de su linaje, se hayan destituido de su jerarquía y potestad para aceptar a Jesús como profeta de Dios? ¿Es de creer que esos nobles de Antioquía, Bizancio, Roma y Atenas se hubiesen dejado embaucar por la voz de un jefe de esclavos?
El Nazareno no estaba junto al esclavo en contra de su amo, ni con éste en contra de aquél; porque era un Hombre superior a todos los hombres, y los arroyuelos que han transitado en los cursos de su fuerza, cantaban con el dolor y con la fuerza al mismo tiempo. Si la nobleza está en la protección, Jesús el Nazareno es el más noble que hay en la tierra, y si la libertad constituye el pensamiento, el decir y el hacer, Él sería el príncipe de todos los libres y de todos los siglos.
No olvidéis que en la carrera sólo el más fuerte y veloz logra laureles. Y Jesús fue coronado por sus amigos y adeptos, tanto como por sus enemigos, sin que lo supieran, y hasta ahora Él recibe los trofeos de los triunfos, de las sacerdotisas de Artemisa en la sacristía de su templo.
MATEO
Jesús ante los muros de la prisión
Una tarde pasó Jesús por la Torre de David mientras nosotros íbamos detrás de él; de pronto lo vimos detenerse para colocar sus mejillas sobre las piedras de la prisión y exclamar:
-¡Hermanos de mi antiguo día!: mi alma se conmueve con la vuestra detrás de estos muros, y desearía que os libertarais dentro de mi libertad, y marcharais conmigo y con mis compañeros. Estáis prisioneros, mas no estáis solos. ¡Numerosos son los que caminan en las calles amplias, no obstante tener las alas sanas! Son como los pavos reales, aletean pero no vuelan.
"¡Hermanos de mi segundo día!: pronto os visitaré en vuestras cárceles y os ofreceré mis hombros para alivianar vuestras cargas, porque el inocente y el criminal no se separan uno del otro; son cual los dos huesos del brazo, que nunca se separan.
"¡Hermanos de este día de hoy, que es mi día!: habéis nadado contra la corriente de los pensamientos de vuestros enemigos y os aprehendieron. Dicen que también yo nado contra esa corriente, y quizá me lleve pronto hacia vosotros, donde permaneceré como violador de la ley entre sus violadores.
"¡Hermanos de un día que aún no ha Regado!: estos muros caerán y con sus rocas harán muchas formas de casas, las manos de Aquel cuyo martillo es la luz y cuyo buril es el viento. En cuanto a vosotros, os detendréis libres en la libertad de mi nuevo Día.
Así habló Jesús y luego siguió su rumbo. Su mano fue acariciando el muro de la fortaleza hasta que abandonamos la Torre de David.
ANDRÉS
Los profanos
La angustia de la muerte es, en verdad, menos amarga que la vida sin ella. Se enmudecieron los días y calláronse cuando se apagó su voz. Sólo permanece el eco que devuelve a mi memoria sus palabras, pero no su voz.
Cierto día le oí decir:
-Id al campo en vuestras horas de añoranza y anhelos, y sentaos al lado de los lirios, y los oiréis cantar a los rayos del sol. Los lirios no tejen vestiduras para vosotros, ni cortan madera ni piedra para vuestras casas, sino que entonan sus cantinelas. Y quien trabaja en la noche reemplaza sus necesidades y el rocío de su bondad moja sus pétalos. ¿Y a vosotros no os cuidará también Aquel que no sabe de la fatiga ni sabe dar tregua a su labor?
Otra vez le oí hablar así:
-Los pájaros del firmamento están conformes. Vuestro Padre los protege y los cuenta, lo mismo que cuenta los cabellos de vuestras cabezas. No caerá ningún ave a los pies del cazador; no encanecerá ningún cabello de vuestras cabezas ni caerá al abismo de la ancianidad sin que todo se haga por la voluntad de Él.
En otra ocasión dijo así:
-Os he oído susurrar en vuestros corazones, diciendo: "Es menester que nuestro Dios sea más clemente y piadoso con nosotros, que somos hijos de Abraham, que con esos que no lo conocieron desde el principio". Mas yo os digo: El patrón de la viña que requiere un obrero a la madrugada, para trabajar, y llama otro al atardecer, pagando igual paga a ambos, está libre de toda censura. ¿Acaso no paga de su bolsa y por propia voluntad? Es así como abrirá mi Padre las puertas de su palacio cuando los pueblos vayan a golpearlas. Y las abrirá a cualquiera de vosotros, porque sus oídos gozan con el mismo amor, tanto del nuevo canto como de las viejas canciones a que ya están habituados. Y festeja jubilosamente y de modo particular el nuevo canto porque es la cuerda menor en la cítara de su Alma.
En otra oportunidad habló así:
-Acordaos de estas palabras mías: "El ladrón es un hombre necesitado, el mentiroso es un hombre medroso y el vago a quien le prende el guardián de vuestras noches, es atrapado por el vigía de su misma lobreguez. Deseo que os compadezcáis de todos éstos. Si golpean las puertas de vuestras casas abridlas y convidadlos a vuestra mesa, y si los rechazáis seréis culpables por cualquier acto que cometieran".
Un día lo seguí, como varios otros, hasta la plaza de Jerusalén, y allí nos contó la historia del hijo pródigo, y la del comerciante que vendió todo lo que tenía para comprar una joya. Mientras nos hablaba llegaron los fariseos trayendo una mujer que ellos llamaban "adúltera". La colocaron en medio del gentío y, rodeando a Jesús, le dijeron:
-Esta mujer profanó el voto de fidelidad, cometiendo adulterio. .
Posó Jesús su mano sobre la frente de la mujer pecadora y la miró largamente en los ojos; luego se volvió a los fariseos, y después de observarlos gravemente, se inclinó y comenzó a escribir con un dedo en la arena, los nombres y pecados de los fariseos. Mientras escribía vi que los acusadores se marchaban, unos tras otros, vencidos. Antes de que terminara Jesús no quedaban a su lado más que la mujer y nosotros. Miró nuevamente a la acusada y le dijo:
-Has amado mucho, pero los que te han conducido a mi presencia muy poco han amado, y sólo te trajeron para inmiscuirme en sus ardides. Ahora vete en paz; ya no queda ningún acusador; y si quieres ser tan sensata cuanto eres amorosa, llámame, que el Hijo del Hombre no te juzgará.
Me quedé admirado en ese entonces, sin saber si esto se lo dijo a ella, porque Él mismo no se hallaba libre de pecado. Desde aquel día estudio, investigo y medito. Ahora sé bien que un corazón puro disculpa al hombre esa sed que lo conduce a aguas putrefactas, y que sólo el fuerte puede tender su mano al caído.
Y de cierto digo que la angustia de la muerte es, en verdad menos amarga que la vida sin ella.
UN HOMBRE RICO
Los bienes
Jesús condenaba a los ricos. Un día le pregunté:
-¿Qué debo hacer, Señor, para poseer la paz del Espíritu? Me ordenó entregar mis bienes a los, pobres y seguirle. Como él no posee nada no conoce lo que hay en el dinero y los bienes de seguridad para la vida y la libertad personal, y el respeto de afuera e interno.
En mi casa hay ciento cuarenta sirvientes y esclavos; algunos trabajan en mis montes y otros dirigen mis naves a tierras lejanas. Si yo le hubiera escuchado, dando a los pobres mi dinero y todos mis bienes, ¿qué habría pasado con mis esclavos y sirvientes y sus respectivas familias? Sin duda alguna se habrían vuelto pordioseros y vagabundos como él y sus acólitos, y en ese estado andarían por las calles de la ciudad y por las galerías del templo.
Ese buen hombre no ha sabido investigar el secreto que rodea al oro, y como él vivía con sus sectarios de la caridad pública, creyó que todos los hombres deberían vivir como ellos. He aquí ahora este secreto contradictorio: ¿Es deber de los ricos dar su fortuna a los pobres; que éstos deban poseer la copa y el pan del rico antes de ser recibidos por ellos, a sus mesas? ¿Es deber o es digno del Señor de la Torre, dar hospedaje a sus amigos sin que primero sea nombrado dueño y señor de la tierra?
La hormiga que guarda su alimento para el invierno, es más sabia que las cigarras, que un día se alegran con sus canciones y otro pasan hambre. Dijo uno de sus secuaces en la plaza pública:
-Sobre el portal del cielo, donde Jesús pone sus sandalias, ningún hombre es digno de poner su cabeza.
Mas yo cuestiono: ¿Sobre el umbral de qué casa pudo aquel vagabundo y simple de corazón dejar sus sandalias, él que no tenía casa ni umbral y con frecuencia andaba descalzo?
JUAN EN PATMOS
Jesús el piadoso
Deseo hablar de Él otra vez, pero como Dios me privó de la palabra, me dio en cambio la voz y los labios ardientes; y a pesar de no ser yo merecedor del Verbo perfecto, convoco mi corazón para que se pose sobre mis labios.
Jesús me amó y no sé por qué. Yo lo amé porque Él elevó mi alma por sobre mi cabeza y la bajó a honduras insondables. El Amor es un misterio sacrosanto; los que verdaderamente aman no hallan palabras con qué definir su amor, mas aquellos que no aman creen que el amor es una burla cruel. Jesús me llamó a mí y a mi hermano mientras trabajábamos en el campo. Yo era joven; mis oídos sólo conocían la voz de la aurora, pero su voz puso punto final a mi trabajo y dio inicio a la era de mi amor y fascinación. Para mí sólo quedó, desde entonces, el caminar bajo el sol y adorar la Belleza de la Hora. ¿Puedes aceptar una sublimidad cuya sutileza impide su manifestación, o una belleza cuya luz no llega a nuestros ojos? ¿Podrás escuchar en tus sueños una voz que se avergüenza de su amor?
Jesús me llamó y yo lo seguí. Esa tarde volví a la casa de mi padre para munirme de mi segunda vestidura, y dije a mi madre:
-Jesús el Nazareno quiere unirme a los suyos.
Mi madre me ordenó:
-Sigue su camino como lo siguió tu hermano.
Y seguí a Jesús. Me dio sus órdenes, pero para liberarme solamente, porque el Amor es hospitalario y generoso con sus huéspedes, pero su casa es espejismo y burla para los no llamados.
¿Queréis ahora que os aclare mejor los milagros de Jesús? Somos todos una señal milagrosa del tiempo, y nuestro Señor y Maestro es el punto medio de ese tiempo, mas Él no quiso que nadie lo supiera. Le oí una vez decir al paralítico:
-Levántate y vete a tu casa, pero no digas al sacerdote que yo te he curado.
El pensamiento de Jesús no se hallaba con los paralíticos, sino más bien con los fuertes y los erguidos. Su pensamiento buscó otros pensamientos, y los protegió, y su Espíritu perfecto visitó otros espíritus, y con este acto su Espíritu alteró aquellos pensamientos y aquellos espíritus, lo cual a la gente pareció un gran milagro; pero para nuestro Señor y Maestro era una cosa sencilla como el soplo del viento cotidiano.
Y ahora hablemos de otras cosas.
Un día me paseaba con Él en un huerto: los dos teníamos hambre; así llegamos a un manzano silvestre; en el árbol había dos manzanas; Jesús lo sacudió con sus manos, de tal suerte que cayeron las dos manzanas; las alzó y me entregó una, conservando la otra en su mano. Yo metí diente a la mía y cuando terminé de comerla vi que Jesús tenía aún, la suya en su mano, que me extendió, diciendo:
-Toma y come esta también.
La recibí avergonzado, pero el hambre me incitó a ello. Y mientras caminábamos observando su rostro... ¡Oh! ¿Cómo puedo contaros lo que en Él he visto? Vi una noche en cuyo espacio se quemaban los cirios de un sueño inabordable por nuestros sueños; un mediodía en el que los pastores se alegran mirando pacer su rebaño; una tarde serena y un silencio confortable y encantador; una casa para refugio del espíritu y un dormir tranquilo y un dulce soñar.. Todo eso he visto en su cara.
Me dio las dos manzanas. Yo sabía que Él tenía tanto hambre como yo, y sé ahora que al darme las dos había satisfecho y saciado su hambre, porque había comido y gozado el fruto de un árbol desconocido.
Quisiera contaros otras cosas más, pero ¿cómo me sería posible hacerlo?, porque cuanto mayor es el amor tanto más difícil es explicarlo o definirlo, y cuando la memoria se encuentra muy cargada, se encamina a buscar las honduras calladas.
PEDRO
El vecino
Cierto día me dijo mi Rabí y Maestro en Cafarnaúm:
-Vuestro vecino es vuestro segundo "yo" que vive tras las paredes. Con la mutua comprensión sucumben todas las paredes. Y quién sabe si vuestro vecino no es vuestro mejor "yo" encarnado en otro ser. Procurad, entonces, quererlo tanto como a vosotros mismos. Es también una manifestación del Todopoderoso, que vosotros no conocéis.
"Vuestro vecino es un campo en el cual se pasea la Primavera de vuestras esperanzas con su atavío verdoso. Vuestro Invierno sueña en él, con las cimas cubiertas de nieve.
"Vuestro vecino es un espejo en cuya faz se refleja vuestra imagen alegre y triste; alegría y tristeza que vosotros desconocéis. Amad, pues, a vuestro vecino tal como os he amado yo.
Entonces le pregunté:
-¿Cómo puedo amar a un vecino que no me ama, que es envidioso y quiere quitarme lo mío, y muchas veces me roba?
-Cuando aras y mientras tu siervo echa la semilla detrás de ti, ¿te detienes, acaso, para observar hacia atrás y ahuyentar un gorrión que baja al suelo a mitigar su hambre con un grano de los tuyos? Si así lo hicieras no serías digno de la bendición ni la riqueza de la siega.
Cuando me hubo dicho eso tuve vergüenza de mí mismo, mas no me desanimé porque me fortaleció su sonrisa.
UN ZAPATERO EN JERUSALÉN
Neutralidad
Jamás lo amé, pero tampoco lo odié. Nunca presté oído a sus prédicas; prefería oír su voz melódica, que me era tan agradable.
Todo lo que dijo era ambiguo e incomprensible a mis oídos y pensamientos, aunque la música de su voz era clara y sonora para mí.
En verdad, si yo hubiera oído de labios de la gente la acotación de sus enseñanzas, no habría podido diferenciar si Jesús era amigo o enemigo del judaísmo.
JOSÉ, LLAMADO "JUSTUS" .
Jesús el peregrino
Dicen que era villano y una espiga endeble en una endeble y raquítica sementera; un hombre obtuso y bruto.
Dicen que sólo el Viento peinaba sus cabellos y que sólo la lluvia lavaba su rostro y sus ropas.
Dicen también que era un loco, y atribulan sus palabras a influencia de los demonios. Pero ese hombre ha retado a duelo a sus enemigos, y sus palabras continúan infundiéndoles temor, porque ningún ser humano puede detenerse ante Él. Cantó una melodía cuya resonancia nadie podrá interrumpir. Ella seguirá libremente vibrando de siglo en siglo, recorriendo los océanos, llevando el eco de aquellos labios que la modularon y el gran Espíritu que la engendró.
Era un extraño; sí, sí; era un Peregrino que andaba en el Sendero del Sacrosanto Lugar. Era un Mensajero que venía a golpear nuestras puertas. Era un Huésped que venía de lejanas
ciudades, y que no encontró entre nosotros cumplido y generoso hospedaje; por eso regresó al Lugar que le fue preparado desde la creación del mundo.
SUSANA, NAZARENA VECINA DE MARÍA
El joven y el hombre en Jesús
Conocí a María, madre de Jesús, antes de casarse con José el carpintero. En aquel momento las dos éramos solteras. María tenía visiones y oía voces, y hablaba de servidores celestiales que la visitaban en sus sueños.
Los nazarenos tenían obvia preocupación por ella y la observaban en sus idas y venidas. La miraban con dulzura, porque su frente era alta y derechos sus pasos, mas unos decían que era loca, porque actuaba con entera libertad. Yo la consideraba como una mujer adulta, pese a su plena juventud, porque he visto una sazón de cosecha en sus flores y frutos, ya maduros, en su Primavera.
Nació y creció en medio de nosotros, y sin embargo ha sido en nuestra aldea como una extraña del Norte. En sus ojos había siempre la sorpresa del extranjero que nunca nos vio. Tenía también el mismo orgullo de la vieja Myriam que con su hermana se había retirado del Nilo al desierto. Después se casó con José el carpintero.
Durante su embarazo, de Jesús, María solía hacer paseos por los prados, y cuando regresaba traía en sus ojos una belleza encantadora y un hondo dolor. Y al nacer Jesús, me contó una amiga que María dijo a su madre:
-No soy sino un árbol cuyas ramas aún no fueron podadas, sino observa este fruto.
Estas palabras fueron oídas por Martha la partera.
Luego de tres días fui a visitarla. En sus ojos se reflejaba sorpresa y su pecho estaba agotado. Tenía abrazado al niño como la concha que atesora su perla. Todos hemos amado al hijo de María y seguimos sus pasos con amorosos ojos, porque el niño estaba lleno de vitalidad. Pasaron las estaciones y sucediéronse las lunas, y llegó el niño a la pubertad.
Era alegre; reía mucho. Nadie sabía lo que iría a ser ese niño que parecía extraño a nuestra raza.
Nadie se animaba a reprenderlo, no obstante el peligro a que muchas veces se exponía por su tesón e intrepidez. Jugaba con sus compañeros, pero no podría aseguraros si estos jugaban con él.
Cuando llegó a los doce años ayudó a un ciego a vadear el arroyo, y lo llevó hasta el camino real. El ciego, agradecido, le preguntó:
-¿Quién eres, tú, niño?
-No soy niño, soy Jesús.
-¿Quién es tu progenitor?
-Dios es mi padre.
Se rió el ciego y agregó:
-Has dicho la verdad, hijo mío. ¿Quién es tu madre?
-Yo no soy hijo tuyo, y la Tierra es mi madre.
-Entonces es el Hijo de Dios y de la Tierra el que me ha llevado.
-Te conduciré a donde quieras y mis ojos acompañarán tus pies.
Y crecía Jesús como una preciosa palmera en nuestros jardines, y cuando llegó a los diecinueve años era ya un mozo muy gallardo y bello como un gamo. Sus ojos eran dulces y llenos del asombro del día. Su boca tenía la sed de un rebaño en el desierto frente a un arroyo cristalino. Caminaba solo en los campos, mientras nuestros ojos y los de las mozas de Nazareth lo seguían con ternura, pero en presencia de los suyos todos nos sentíamos avergonzados, y como el Amor es púdico y vergonzoso ante la belleza, ésta es y siempre será el objeto y punto de mira del Amor.
Y luego lo invitaron las estaciones a conversar en los jardines de Galilea. A menudo María le seguía los pasos para oír sus palabras y en ellas escuchar a su espíritu, mas cuando iba con sus amigos a Jerusalén no lo seguía, porque siempre en las calles de Jerusalén se mofaban de nosotros, los hijos del Norte, aunque vengamos con nuestro presente para el Templo. María era tan delicada que no quería ser causal de mofa de la gente del Sur.
Jesús visitó otros países de Oriente y Occidente, y a pesar de no conocer nosotros el país que Él había visitado, nuestros corazones lo seguían. Mientras, María lo esperaba sentada en el umbral de su casa, mirando siempre al camino por donde tenía que volver al hogar. Y cuando regresaba Jesús a su casa venía María a decirnos:
-Es enorme para que sea mi hijo; su elocuencia supera la inteligencia de mi corazón callado. ¿Cómo, pues puedo pretender que me pertenezca?
Noté que María no pudo creer que la llanura engendrara la montaña, y en el candor de su corazón no: advirtió que la falda de la montaña era el camino a la cima. Ella conoció en Jesús al Hombre, pero como era su hijo no se atrevió a reconocerlo como tal.
Un día fue Jesús al lago para encontrarse con sus amigos los pescadores; María me susurró al oído:
-¿Quién es el Hombre, sino ese ser inquieto que surge de la Tierra y del ansia, y que se yergue camino del cielo? Mi hijo es un anhelo que viene de muy lejos; es todos nosotros elevándonos con nuestros anhelos hacia las estrellas. ¿Dije yo que es mi hijo? ¡Dios me perdone! Pero mi corazón me dice que soy su madre.
Me es difícil poder contaros más de lo referido sobre María y su hijo Jesús, mas aunque nazcan espinas en mi paladar, o que mis palabras os arribaran a vosotros cual paralítico que se arrastra, no puedo menos que contaros lo que he visto y oído. El año era feliz y glorioso por su lozanía encantadora. Las anémonas engalanaban las cumbres de las colinas, cuando Jesús llamó a sus apóstoles y les dijo:
-Venid conmigo a Jerusalén y asistiremos al sacrificio del cordero en la Pascua.
El mismo día vino María a mi casa y me dijo:
-Él va a la Ciudad Santa. ¿Querrás acompañarme para seguirlo junto con las otras mujeres?
Y en el momento nos encaminamos tras de María y su hijo, por aquel largo camino hasta llegar a Jerusalén donde fuimos recibidos por una multitud de gente a la entrada de la ciudad, porque sus discípulos habían anunciado su arribo a sus adeptos; pero Jesús dejó la ciudad esa misma noche, con sus amigos. Nos dijeron que se había marchado a Betania. En la fonda quedó María con nosotros esperando su regreso.
Lo prendieron lejos de los muros de Jerusalén y lo encarcelaron. Cuando lo supimos observé que María no dijo una sola palabra, mas en sus ojos se había manifestado rápida mente la oculta verdad de aquel prometido dolor y aquella futura alegría, que todos hemos visto cuando era novia en Nazareth.
María no lloró; andaba con nosotros cual el espíritu de una madre que no quiere llorar por el alma de su hijo. Nos sentamos en cuclillas en el suelo, mientras ella caminaba erguida por el cuarto, y de vez en cuando se detenía para contemplar por la ventana la lontananza, peinando sus cabellos con las manos. Al despuntar la aurora la vimos de pie entre nosotros, como un estandarte que flamea en un desierto sin legiones.
Lloramos cuando supimos lo que el día de mañana guardaba para su hijo, pero ella no lloró. Sus huesos eran del más puro bronce y su fuerza era de encina; sus ojos como el firmamento, en su amplitud y temeraria dimensión. Dime si has visto una calandria cantar ante su nido destrozado por el fuego. ¿Habrás visto una mujer cuyo dolor sobrepasa sus lágrimas o un corazón herido que se eleva por sobre de su sufrimiento? No has visto a esa mujer porque no estuviste ante María, y porque jamás te ha tenido en su regazo la Madre Transparente.
En aquella hora serena, en cuyo espacio las herraduras del silencio golpeaban sobre el pecho de los que nos hallábamos en vigilia, entró Juan, el hijo menor de Zebedeo, exclamando: -¡Oh, Madre! ¡Oh, María! Jesús se va; ¡sigámosle!
Colocó María su mano sobre el hombro de Juan y salieron seguidos de nosotros. Cuando llegamos a la torre de David, vimos a Jesús cargando con su cruz y rodeado de mucha gente. Lo acompañaban dos hombres que también llevaban una cruz cada uno. María tenía la cabeza erguida; iba con nosotros al lado de su hijo, con pie firme. Tras ella caminaban Sión y Roma; es decir, el mundo entero, para vengarse de sí mismo ante el Hombre Libre y Único. Cuando llegamos a la colina lo crucificaron. Yo observaba a María; su rostro era el de una mujer afligida. Tenía el aspecto de la tierra fértil que da hijos sin cesar y los entierra displicente. Después, evocando la adolescencia de su hijo, exclamó:
-¡Hijo mío que no es mi hijo! ¡Oh! Hombre que habitó una vez mi vientre, ¡gloria a tu fuerza y a tu valor! Sé que cada gota de sangre que fluye de tus manos, será un manantial que formará ríos de naciones. Mueres en esta tormenta tal como ha muerto, una vez, mi corazón en el ocaso del sol. Es por eso que no te lloraré.
En ese instante intenté cubrirme el rostro con las manos, a fin de huir y regresar a mi tierra del Norte; pero en ese momento oí a María exclamar:
-¡Hijo mío que no es mi hijo! ¿Qué es lo que dijiste al hombre de tu diestra para hacerlo feliz en sus dolores, tanto que ya en su rostro se dibuja apenas la sombra de la muerte, y al punto que él no puede quitarte de sus ojos? Tú me sonríes ahora y esa sonrisa me dice que has vencido al mundo. Entonces Jesús miró a su madre y respondió:
-¡Oh, María, sé a partir de hoy una madre para Juan.
Y dirigiéndose a éste:
-Sé un tierno hijo de esta mujer. Vete a su morada y que tu sombra se dibuje y atraviese aquel umbral sobre el cual tantas veces me he sentado. Haz todo eso en mi memoria.
Alzó María su diestra hacia Jesús; estaba cual un árbol de un solo gajo, y le dijo:
-¡Hijo mío que no eres mi hijo! Si esto es de Dios, vénganos entonces la paciencia y que nos brinde el conocimiento de la Verdad; y si es del hombre, que Dios lo perdone por toda la eternidad. Si es de Dios, la nieve del Líbano te servirá de mortaja, mas si es de estos sacerdotes y de estos soldados solamente, mi manto cubrirá tu cuerpo desnudo. ¡Hijo mío que no es mi hijo! Lo que Dios crea aquí no puede desaparecer, y lo que el hombre destruye permanecerá construido y en pie, pero en una forma que escapa al raciocinio del hombre.
En ese momento el Cielo lo entregó a la Tierra, cual una voz y un Soplo viviente. También María lo dio al hombre cual una herida y un bálsamo.
-Mirad ahora -agregó María-, ya se fue, ya concluyó la batalla y el Astro dio su luz. Ya llegó la nave al puerto, y Aquel que se había recostado sobre mi pecho, se cierne hoy en el espacio. Aún en la propia muerte se sonríe. Venció al mundo, y me enorgullece ser la madre del Triunfador.
María se puso en camino a Jerusalén, apoyada en el brazo de Juan, el discípulo amado. Era una madre cuyas esperanzas ya se habían realizado. Cuando arribamos a la puerta de la ciudad, miré su rostro y quedé hechizada. Si es cierto que la cabeza de Jesús estaba en ese día más erguida y altiva que la de todos los hombres, la de María no lo estaba menos. Ocurrió todo esto en la Primavera; ahora estamos en Otoño, y María ha vuelto a su morada y vive sola.
Desde dos sábados mi corazón era como una piedra en mi pecho,,porque mi hijo me había abandonado para ir en busca de una barca en Tiro y largarse a los mares. Me dijo que no regresaría a verme.
Una tarde fui a visitar a María y la encontré sentada ante su telar, pero no trabajaba; se hallaba en contemplación, con la vista puesta en el horizonte, hacia la lejanía de Nazareth.
-¡Salud, oh María!
-Ven y siéntate a mi lado -respondió extendiéndome la mano- a contemplar cómo vierte el sol su sangre sobre estos montes.
Me senté al lado de ella a contemplar el paisaje; pasado un momento, dijo:
-No sé a quién crucifica el Sol esta tarde.
Yo, a impulsos de la obsesión que allí me llevó, repuse:
-Vine en busca de consuelo. Mi hijo me dejó y se fue al mar, dejándome sola en casa.
-Quisiera consolarte, mas ¿cómo lograrlo?
-Háblame de tu hijo y ello me consolará.
-Te contaré de Él, porque lo que a ti te consuela me trae a mí un consuelo mayor.
Y me relató de Jesús todo lo que fue desde el comienzo.
No hizo distinciones entre su hijo y el mío, pues formuló esta comparación:
-Mi hijo es marino como el tuyo; ¿por qué no entregas tu hijo al anhelo de las horas tal como entregué el mío? La mujer será eternamente por siempre un vientre y una cuna, pero jamás será un sepulcro. Nosotras morimos para otorgar vida a la vida; tanto como cuando nuestras manos tejen los hilos de una vestidura que no usaremos jamás. Nosotras echaremos nuestras redes para pescar peces que no comeremos. Por eso nos afligimos y nos entristecemos; pero en todo eso se halla nuestra alegría y felicidad.
Así habló María. Retorné a mi casa y, a pesar de haber declinado el día, me puse al telar a tejer la tela que nunca vestiré.
FILIPPUS
Cuando murió, la Humanidad murió con él
Cuando murió nuestro Amado, murió con Él toda la Humanidad. Se transformó en silencio todo cuanto había en el espacio y cambió de color. El levante se oscureció y de sus profundidades bramó una tempestad huracanada que envolvió toda la tierra. Los ojos del cielo se abrían y cerraban provocando una lluvia fortísima que lavó la sangre que manaba de sus manos y sus pies.
Yo he sido uno de los desmayados, pero lo escuché en la hondura de mi negligencia hablar así:
-¡Padre mío, perdónalos, porque no saben lo que hacen! Su voz buscó mi alma ahogada y me condujo por segunda vez a la orilla. Abrí mis ojos y vi su cuerpo blanco y puro colgado frente a las nubes. Sus palabras se reencarnaron en mi alma y me hice un hombre nuevo. Desde aquel entonces no supe lo que era el gusto de la tristeza.
¿Quién se aflige por el mar cuando se quita el velo de su cara, o por la montaña cuando se ríe frente al Sol? ¿Qué corazón humano es capaz, al ser herido, de decir sendas palabras?
¿Qué juez, entre los jueces de los hombres, ha perdonado a sus jueces? ¿Habrá existido un amor, en todos sus cursos, que hubiera vencido al odio con esa fuerza absoluta que tanta confianza tiene en sí? ¿Cuándo ha oído la Humanidad la voz de un clarín cual éste, que hace temblar la tierra y el cielo? ¿Se ha oído antes de ahora a una víctima pedir piedad para sus torturadores? ¿Se ha visto que un topo detuviera el curso de un rayo?
Sucederán y pasarán las estaciones y se plegarán los años antes de desaparecer de la tierra el eco de estas palabras: "¡Padre mío, perdónalos, porque no saben lo que hacen!.
Pero tú y yo, si nacemos por segunda vez, no olvidaremos esas palabras. Y ahora marcho a mi casa para mendigar, con la frente alta, a su Puerta.
BÁRBARA, LA AMONITA
Jesús el implacable
Jesús era muy paciente con los simples y los ignorantes; era como el Invierno que aguarda la llegada de la Primavera. Era paciente como la montaña, con los embates de la tempestad. Respondía con dulzura todas las preguntas que, estúpidamente, le formulaban sus enemigos. Callaba ante vanas y erróneas discusiones, porque era fuerte, y al alcance del fuerte está siempre el poder y la fuerza de ser paciente. Pero Jesús también era impaciente e implacable. Jamás toleró a los hipócritas y nunca encomendó sus armas a los malvados ni a los mistificadores. Ningún hombre pudo dominarlo. No tuvo paciencia con esos que negaron la Luz para vivir en la sombra, ni con los que exigían señales del cielo, en vez de solicitarlas a sus corazones.
No era paciente con los que han pesado el día y medido el cielo antes de haber ofrecido sus sueños al Alba y al Atardecer. Jesús era paciente, pero tenía menos paciencia con esa gente. Exigía que tejieras la tela aunque perdieras muchos años entre el telar y sus hilos, pero nunca permitió a nadie romper un centímetro de la tela ya terminada.
DE LA MUJER DE PILATOS A UNA DAMA ROMANA
El amor y la fuerza
Andaba yo cierto día, con mis doncellas, en un bosque lejos de Jerusalén, cuando me encontré con él, rodeado de hombres y mujeres. Les hablaba en un lenguaje que yo entendía a medias. Pero el ser humano no necesita de lengua alguna para ver una columna de luz o una montaña de cristal. Así es el alma que entiende lo que no dice la boca y lo que no perciben los oídos. Hablaba a sus amigos sobre el Amor y la Fuerza. Sí, entendí que hablaba del Amor porque en su voz había una dulcísima melodía. Comprendí asimismo que hablaba de la Fuerza, porque legiones y ejércitos avanzaban en sus . gestos. Era gracioso y dulce. No creo que mi propio esposo pueda haber hablado con más autoridad de la que hablaba ese hombre.
Cuando notó que yo iba pasando delante del grupo, se calló un momento y me miró con dulzura. Sentí en ese instante que mi alma se humillaba ante sus ojos y presentí que me hallaba ante un dios. Desde aquel día su imagen me visita en mi retiro; sus ojos se ahondaron en los secretos de mi alma; su voz era poseedora de las quietudes de mis noches. Ahora soy prisionera del encanto de aquel hombre hasta la eternidad; mi salvación está en mis dolores y la libertad está en mis lágrimas.
Tú no has visto a ese hombre, amiga mía, y ya no lo verás; ha desaparecido de nuestros sentidos; mas hoy está más cerca de mí que todos los seres.
JUDAS ISCARIOTE
Cuenta la escena un hombre de los suburbios de Jerusalén
El día viernes 17 de Nisán y víspera de la Pascua, llamó Judas violentamente a la puerta de mi casa. Al entrar sus miradas me inspiraron pánico y estupor.
Estaba pálido y demacrado; sus manos temblaban como ramas secas al soplo del huracán. Sus vestiduras destilaban agua, como si se hubiera sumergido en un río. Es cierto que aquella tarde habían soplado vientos impetuosos y fuertes tormentas se desencadenaron sobre la ciudad.
Judas me observó fijamente y con gravedad; las cuencas de sus ojos parecían dos tenebrosas cavernas y sus pupilas dos manchas de sangre. Con voz grave me dijo:
-Entregué a Jesús el Nazareno a sus enemigos y a los míos, porque tiempo atrás me había prometido derrocar a ambos. Yo lo creí y lo seguí, cuando en realidad no era más que un inepto, incapaz de lograr la meta de la victoria; así nos engañó a todos. ¡Esperanza perdida! Cuando me llamó para seguirlo, me hizo igual promesa que a sus discípulos: que nos entregaría un reino invicto y poderoso.
"Y lo hemos seguido y escuchado, procurando contentarlo con nuestra sumisión, esperanzados con alcanzar en su Corte las más altas posiciones. Confiamos en él; creímos que nos haría reyes del tiempo, devolviendo a estos romanos las humillaciones y escarnio que consumaron con el pueblo de Israel.
"Tantas veces nos confirmó esas promesas en sus sermones sobre nuestro reino, como veces se alegró mi corazón oyéndolo. Y yo me contaba entre los elegidos para guiar sus ejércitos y ser proclamado jefe de sus legiones.
"Lo seguí sumisamente, y tuve la mala estrella de oír sus triviales sermones sobre el amor, sobre la ayuda al prójimo, sobre el perdón de las culpas de otros, y trivialidades que gustan a las aldeanas y simples. Entonces sentí embargarme una profunda tristeza y endurecerse mi espíritu.
"Hemos creído ver en él al futuro rey de Jerusalén, cuando solamente era un lírico flautista que tocaba su caramillo en los valles de Judea y cuya única preocupación era enderezar el juicio de los mendigos e irresponsables. Lo creímos un ánfora plena de aromático vino, y no era más que una flor sobre cuyos pétalos brillaban tenues unas pocas gotas de rocío, sin savia y sin esplendor.
"Yo lo amaba tanto como muchos de mi tribu lo amaron y depositaba en él la esperanza de salvarnos del yugo de los extranjeros; pero lo vi callado y sin valerse de su poder para libertar a Israel de su esclavitud, otorgando al César lo que era del César y esto desgarraba mi corazón. Y cuando vi desvanecerse mis ilusiones, me dije: Quien mata mis esperanzas merece la muerte, ya que ellas y mis sueños valen más que la vida de un hombre,, y me vengaré, pues no aceptaré ser yo tumba de la derrota y de la decepción.
Frunció el ceño y apretó los puños. En su silencio yo veía desfilar ante mis ojos la tragedia de su crimen, porque después, como desanimado, añadió:
-Lo entregué y hoy lo crucificaron... Pero murió sobre la cruz como un rey. Murió en medio del huracán tal como mueren los salvadores, como los grandes que seguirán viviendo la inmortalidad, a pesar de la mortaja y del sepulcro. Sucumbió dulce y piadosamente, con un corazón desbordante de piedad. Murió por todos, hasta por mí... que lo traicioné entregándolo.
Yo repliqué...
-Has cometido ¡oh Judas!, ¡una acción verdaderamente ruin!
-Pero sufrió la muerte de los reyes. ¿Por qué rehusó vivir como un rey, y aceptó la muerte de los criminales y de los esclavos?
-Has cometido un acto imperdonable.
Se sentó en un banco y quedó callado e inmóvil. Yo me paseaba presa de hondo pesar y le grité:
-¡Has cometido un crimen terrible!
Se levantó bruscamente e irguiéndose ante mí me dijo con voz quejumbrosa, cual el sonido arrancado a un vaso de cristal quebrado:
-En mi corazón no había ningún crimen. Esta misma noche iré en busca de sus reinos y me presentaré ante Él y le pediré perdón. Murió como un rey y yo lo haré como un traidor. Mi corazón me dice que me perdonará. -Y envolviéndose en su raído manto, siguió:-Hice bien en venir a tu casa esta noche, no obstante saber que te causaba disgusto. ¿Me perdonarás? Diles a tus .hijos, a tus hermanos y nietos, que Judas Iscariote entregó a Jesús el Nazareno a sus enemigos porque creía que era enemigo de su pueblo. Diles asimismo que al cometer ese crimen ha seguido, en el mismo día, al rey de los judíos hasta las gradas de su trono, para ser juzgado por Él en el día del juicio final. Y a Él le diré que mi sangre tiene también sed de la Tierra y mi alma perversa busca la Libertad.
Apoyó su cabeza en el muro e invocó:
-¡Oh, Dios!, ¡cuyo nombre nadie menciona sin que los dedos de la muerte sellen sus labios. ¿Por qué me has quemado con un fuego que no ha tenido luz? ¿Por qué has dado al Galileo ese supremo anhelo de una tierra desconocida, y a mí me has cargado con deseos que no pasan las paredes de mi casa y de mi fogón? ¿Y quién es ese Judas cuyas manos se han manchado con sangre? Ayúdame a sacarlo de mí. No es más que un andrajo y un arma mellada. Ayúdame a lograrlo esta noche y déjame poder detenerme fuera de estos muros. Ya me desespera esta libertad con sus alas cortadas. Quiero una cárcel mayor que ésta; quiero circular como un manantial de lágrimas hacia el amargo mar; quiero ser un hombre que goce de tu piedad antes que golpear la puerta de su corazón.
Así habló Judas. Luego, salió de mi casa y se perdió en las tinieblas de la noche.
Transcurridos tres días después de la tragedia del Gólgota, visité Jerusalén y supe todo lo que había pasado. Judas se había arrojado desde lo alto de un peñasco. Sentí honda tristeza, y desde ese día he pensado mucho en su crimen, y observé que los que han amado al Nazareno aborrecen a Iscariote; pero yo no puedo odiarlo; creo haberlo comprendido; consumó los deseos de su mísera vida. Era un ave de alas débiles que sólo podía volar a ras del suelo y como nube que flotaba sobre esta tierra esclavizada por los romanos, mientras el Gran Profeta remontaba las alturas. El primero anhelaba un reino del cual ambicionaba ser soberano; el segundo soñaba con un Reino Superior, en donde todos los hombres serían soberanos.
SARQUÍS
(ANCIANO PASTOR GRIEGO APODADO "EL LOCO")
Jesús y Pan
Soñé una noche que Jesús el Nazareno y Pan, mi dios, se encontraban sentados en el corazón de un bosque, festejando el uno las palabras del otro. El arroyo participaba de sus risas. La de Jesús era más feliz y jovial. Estuvieron dialogando largamente.
Habló Pan de la tierra y de sus misterios; de sus hermanos de pezuñas y cuernos; de los sueños, de las raíces y de la serenidad y, sobre todo, de la savia que se reanima y despierta cantando con la primavera.
Jesús habló de las pequeñas ramas del bosque, de las flores de los frutos y de las semillas que llevarán sus ramas en una estación que aún no ha venido. Habló de los pájaros que vuelan y cantan en el espacio infinito y de los gamos blancos que el ojo del Todopoderoso cuida en el llano.
Se alegró Pan con los diálogos del nuevo dios, llenándose de placer sus narices. En el mismo sueño vi que el sueño reinaba sobre Pan y Jesús, y que estaban sentados a la sombra de los árboles, luego, tomó Pan su caramillo y tocó; su música produjo un movimiento de sacudidas en los árboles; tiritó el follaje y se estremeció el helecho, lo cual me causó temor y pánico. Jesús le dijo:
-Buen hermano, has reunido en tu caramillo los senderos de los bosques y las cumbres de las montañas.
Pan, alcanzándole el caramillo a Jesús; le dijo:
-Toca tú ahora. Ya es tu turno.
-Es grande en mi boca esta caña; déjame que toque en la mía.
Y Jesús comenzó a tocar; entonces oí la melodía de la lluvia sobre las hojas, el murmullo de los arroyos entre las colinas y la suave caída de la nieve sobre la cima de los cerros. Y los latidos de mi corazón, que había tomado del viento, volvieron al viento. Toda la marea de mi pasado volvió a mi ribera, y fui otra vez Sarquís el pastor. Y el caramillo de Jesús se convirtió en mil naies de mil pastores que conducen innumerables rebaños.
-Tú estás más cerca de la música -dijo Pan- por tu juventud, que yo por mi vejez. Antes de hoy he oído en mi paz tu música y tu nombre. Tu voz. y tu nombre son sacros y dulces; ellos se elevarán fuertemente con la savia a las ramas y correrán entre montes y quebradas. Tu nombre no es desconocido para mí, no obstante no habérselo oído a mi padre; bastó que tocaras tu caramillo para recordarte. Ahora vamos a tocar al unísono.
Y los dos tocaron al mismo tiempo. Su música golpeó el cielo y la tierra y un terror invadió a todos los vivos. Oí el rugido de, los animales y la angustia del bosque; el lamento de los solitarios y la queja de los que anhelan lo desconocido. Oí los suspiros de la doncella por su amado, y el jadeo del cazador tras su presa. Luego volvió la paz a la música de ambos. Y se emocionó alegremente la tierra y juntamente con el cielo entonaron una canción.
Todo eso he visto y escuchado en mi sueño.
ANÁS
Jesús era un plebeyo
Pertenecía a la clase baja; un ladrón, un mistificador; un aventurero y vanidoso, que sólo tocaba su clarín para sí. Nadie lo tuvo en cuenta, más que los herejes y los miserables, y por eso su camino era el de la gente viciosa, malvada, deshonesta y sucia.
Se burló de nosotros y de nuestras leyes; se mofó de nuestro honor y de nuestra dignidad. Era tanta su locura que osó manifestar ante la muchedumbre que derribaría el Templo y profanaría los Santos Lugares.
Era muy casto y altivo, y por ello lo condenamos a muerte humillante y vergonzosa. Venía de Galilea, que es suelo de todos los pueblos; un forastero del Norte, donde Adonis y Astarté siguen disputando a Israel y a su dios su dominio sobre su pueblo. Aquel, cuya lengua farfullaba las parábolas de nuestros profetas, terminó alzando su voz, hablando y arengando en la lengua de los bastardos, a la canalla y la ralea que le seguía. ¿Qué otra cosa podía yo hacer que condenarlo a muerte? ¿No soy el Sumo Sacerdote, guardián del Templo y cumplidor de la Ley? ¿Podía volverle mis espaldas, diciendo tranquilamente: "Este es un loco suelto entre locos; dejadle seguir en paz su camino hasta que su locura lo consuma, por cuanto los locos e idiotas poseídos por espíritus malignos no obstruyen el camino de Israel?"
¿Cómo podía yo cerrar mis oídos a sus palabras, cuando nos insultó llamándonos impostores, hipócritas, chacales, hijos de víboras? No porque era un loco debía yo hacerme el sordo a sus ultrajes. Era un pagado de sí mismo y por eso se atrevió a provocarnos y desprestigiarnos. Ordené que lo crucificaran para castigo y ejemplo de los que se hayan estigmatizado con su sello maldito.
Sé bien que bastante gente ha reprobado mi actitud, y algunos eran del Gran Consejo del Sanedrín, pero comprendí en aquel momento, y de ello estoy seguro ahora, que un hombre solo debería morir en aras de la Nación, para evitar que fuera arrastrada al caos y a la destrucción.
Un enemigo extranjero ha vencido al judaísmo, mas no debemos dejar que un enemigo de adentro también nos subyugue. Ningún hombre de aquel Norte maldito debe llegar hasta nuestra santidad, ni su sombra alcanzar a mancillar nuestra Arca Sacra.
UNA VECINA DE MARÍA
Elegía
M cumplirse los cuarenta días de su muerte, fueron todas las vecinas de María a consolarla y a cantar sus elegías. Una de ellas cantó de esta manera:
¿A dónde, Primavera mía, a dónde,
Y hasta qué otro espacio se elevó tu perfume?
¿En qué huerta andarás?
¿Hasta qué firmamento alzarás tu cabeza
Para hablar y revelar lo que hay en tu corazón?
Se volverán desiertos estos vergeles,
Ya no tendremos campos rasos Y desiertos eriales.
Todo lo verde y lozano Se marchitará al Sol.
Nuestros jardines no darán más
Que manzanas agrias, y nuestros viñedos
No cargarán sino uva amarga.
Tendremos sed de tu vino
Y ansia de tu aroma.
¿A dónde ¡oh, flor de nuestra primogénita
Primavera! a dónde?
¿Volverás con nosotros?
¿No nos visitará más tu jazmín?
¿No crecerán más flores en
Las orillas del camino, con el
Perfume de tu corazón para advertirnos
Que nosotros también tenemos
Profundas raíces en la tierra,
Y que nuestros suspiros no interrumpidos
Permanecerán elevándose por siempre
Hacia el cielo?
¿A dónde ¡oh, Jesús! a dónde?
¡Oh, hijo de mi vecina María
Y amigo de mi hijo querido!
¿Para dónde ¡oh, nuestra
Primogénita Primavera! y a cuál
Erial te vas?
¿Volverás otra vez a
Estar con nosotros?
¿Visitarás, en la marea de tu Amor,
Las desiertas playas de nuestros sueños?
AHAZ, POSADERO OBESO
La cena antes de Pascua
Recuerdo fielmente la última vez que me visitó Jesús el Nazareno. A la hora del mediodía de un jueves llegó Judas y me pidió preparara una cena para Jesús y sus discípulos. Me entregó dos piezas de plata y me dijo:
-Compra todo cuanto sea necesario para la cena.
Al irse dijo mi esposa:
-Para nosotros es un inmerecido honor, porque Jesús es ya un gran Profeta y sus portentos son muchos.
Al declinar la tarde llegó Jesús con sus discípulos y subieron a la planta superior y se sentaron alrededor de la mesa. Estaban silenciosos, como si el Ave estuviese volando sobre sus cabezas. En otras ocasiones vinieron a mi casa pero satisfechos y alegres, cortaban el pan, escanciaban el vino y cantaban nuestras viejas canciones, o escuchaban a Jesús que solía hablarles con animación hasta medianoche, para luego dejarlo solo, porque así él lo deseaba.
Permanecía despierto toda la noche; yo escuchaba el eco de sus pasos. Esta vez me pareció que estaban preocupados él y sus amigos. Mi esposa había preparado pescado del lago, con gangas de Hurán y rellenos de arroz y granos de granada. Yo les serví vino de mi propia cosecha. Observé que deseaban estar solos, y así permanecieron hasta la hora del mogreb, en que se fueron. Jesús, antes de salir, nos dijo a mí y a mi esposa, poniendo su mano sobre la cabeza de mi hija:
-Buenas noches. Retornaremos a vuestra casa y no nos iremos tan temprano como ahora; permaneceremos con vosotros hasta el alba. Volveremos pronto y os pediremos mayor cantidad de pan y vino. Nos habéis tratado bien y os recordaremos cuando lleguemos a nuestra casa y nos sentemos a nuestra mesa.
-He tenido mucho honor en servirte, Señor -respondí-. Mis colegas posaderos me envidian el honor de estas visitas tuyas. Me río con soberbia de ellos en la plaza pública y les vuelvo la espalda.
-Todos los posaderos deben sentirse honrados cada vez que sirven, porque quien da el pan y el vino es hermano de aquel que siega y recoge las gavillas para llevarlas a la era; también es hermano del que estruja la uva en el lagar. Todos vosotros sois generosos, porque dais de vuestros bienes al que llega a vuestra casa con su hambre y su sed.
Luego, hablándole a Judas, que llevaba la bolsa de la Comunidad, le dijo
-Dame dos ciclos.
-Son las dos últimas monedas de plata que quedan en nuestra bolsa -advirtió Judas, dándoselas.
Jesús lo envolvió con su mirada y contestó:
-Pronto tu bolsa se colmará de plata -y poniendo las monedas en mi mano, añadió-: Compra una blusa de seda para tu hija, para que la. luzca en la Pascua, en recuerdo nuestro.
Contempló a mi hija, la besó en la frente, y echó a caminar, saludando:
-Buenas noches a todos.
Ahora me dicen que todo lo que nos dijo esa noche lo escribió uno de sus discípulos sobre cuero fino y lo guardó en su casa; mas yo lo relato tal como lo he oído de sus labios. Mientras viva recordaré el timbre armonioso de su voz, cuando se despidió diciéndome: "Buenas noches a todos".
Si deseáis saber más sobre este nuevo Profeta, preguntad a mi hija, que hoy ya es mujer, y no trocaría sus recuerdos de su infancia por todo. el oro del mundo. Ella está más preparada que yo para hablaros sobre Él.
BARRABÁS
Las palabras póstumas de Jesús
A mí me pusieron en libertad; en cambio, a Él lo eligieron para la cruz; pero Él se levantó y yo caí.
Lo arrestaron y presentaron como holocausto de la Pascua. Yo, libre de mis cadenas, me sumé a la gente que lo seguía, pero era yo un hombre vivo que marchaba hacia su sepulcro. Habría sido para mí mejor y más digno huir al desierto, donde el deshonor se purifica a los rayos del Sol; mas fui con los que lo eligieron para que Él cargara con mis crímenes.
Cuando lo clavaron en la cruz yo estaba en ese lugar, vi y oí, pero mi "yo" conciente estaba fuera de mí. Le dijo el ladrón que estaba a su derecha:
-Tu sangre mana como la mía... ¡oh, Jesús el Nazareno!
-Si estos clavos no sujetaran mi diestra te la hubiera tendido para saludarte. Nos han crucificado juntos, pero hubiese querido que tu cruz estuviera más cercana a la mía.
Miró luego hacia abajo y vio a su madre y a un joven que estaba a su lado y les dijo:
-¡Madre, he aquí a tu hijo! ¡Mujer: este es el Hombre que transportará las gotas de mi sangre al Norte!
Al oír los lamentos de las mujeres de Galilea dijo:
-Ved cómo lloran ellas cuando tengo mucha sed. Me elevaron tan alto que no puedo llegar a sus lágrimas. No beberé el vinagre amargo para apagar el fuego de esta sed.
Abriéronse sus ojos y, elevando su mirada al cielo exclamó:
-¡Padre!, ¿por qué nos abandonaste?
-Y después de un corto silencio, pronunció estas misericordiosas y compasivas palabras: -¡Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen!
Al oír estas postreras palabras me pareció ver a todos los hombres de rodillas ante Dios, demandando perdón por la crucifixión de este Hombre Único. Momentos después invocó en alta voz:
-Padre ¡en tus manos confío mi alma!
-Y tras un corto silencio alzó la cabeza y dijo:-Todo ha concluido... pero sobre esta colina solamente.
Y cerró sus párpados. Rayos y relámpagos rasgaron el velo oscuro del cielo; y se escucharon muchos truenos.
Hoy sé que aquellos que lo mataron en sustitución mía me han condenado a un suplicio eterno, porque su crucifixión sólo duró una hora, en tanto la mía durará hasta el fin de mis días.
CLAUDIO, CENTURIÓN ROMANO
Jesús era un gran jefe
Después de arrestarlo me lo entregaron. Poncio Pilatos me ordenó que lo incomunicara hasta el día siguiente. Se dejó prender tranquilamente. Yo tenía por costumbre hacer inspecciones nocturnas en la tropa a mi cargo, pero esa noche me dirigí a la sala de armas porque allí estaba el preso. Encontré a mis soldados y a unos jóvenes judíos distrayendo su aburrimiento y burlándose de él. Le habían quitado su ropa y colocado en su cabeza una corona hecha con ramas espinosas. Lo habían sentado al pie de una columna, con una caña en sus manos, y bailoteaban y gritaban alrededor de él. Al verme, uno de ellos exclamó:
-¡Mira, centurión, al rey de los judíos!
Me detuve frente a él y lo contemplé. Súbitamente me sentí avergonzado, sin explicarme por qué. En las Galias y España libré muchas batallas, hallándome frente a la muerte muchas veces; jamás tuve miedo y nunca fui cobarde, pero frente a aquel hombre perdí toda mi valentía cuando me miró, y tuve miedo; sentí que mis labios se habían sellado y no pude pronunciar una sola palabra. En el acto abandoné la sala.
Sucedió esto hace treinta años. En ese entonces mis hijos eran pequeños; hoy son hombres que sirven al César y a Roma; cada vez que los reúno para darles mis órdenes y consejos, les hablo de aquel hombre que mientras moría pedía a su padre perdón para sus verdugos.
Yo soy anciano, he vivido sin privarme de nada y creo que ni Pompeyo ni César tenían el don de mando de aquel galileo, porque desde su muerte, que se ejecutó sin resistencia, se formó un ejército enorme en la tierra, para defender su nombre y combatir por él.
Y a pesar de haber muerto se le sirve y venera, lo que Pompeyo ni César jamás obtuvieron de sus soldados y partidarios.
SANTIAGO, HERMANO DEL RABÍ
La última cena
Mil veces me ha visitado el recuerdo de esa noche, y ahora sé bien que mil veces más volverá a visitar mi mente.
La tierra se olvidará de los surcos que hieren su pecho; la mujer olvidará el dolor y el placer del alumbramiento, mas yo no me olvidaré de aquella noche en tanto esté vivo.
Una vez, estando fuera de los muros de Jerusalén, nos dijo Jesús:
-Vayamos a la ciudad a comer en la posada.
Cuando llegamos ya era de noche y todos teníamos apetito. Tan pronto como nos vio, el posadero se apuró a recibirnos cordialmente, conduciéndonos al comedor de la planta alta. Jesús nos pidió que nos sentáramos alrededor de la mesa, pero Él permaneció de pie y dijo al posadero:
-Tráenos una jarra, agua y toalla. Luego nos miró dulcemente y nos dijo: -Sacaos vuestras sandalias.
No entendimos sus intenciones, pero obedecimos. Llegó el posadero con lo que Jesús había pedido y fue entonces cuando nos dijo su voluntad:
-Os lavaré los pies, porque es preciso que yo les quite el polvo del viejo camino, para que podáis entrar libres en el Nuevo Camino.
Quedamos perplejos y ruborizados. Simón Pedro se levantó y pretextó:
-¿Cómo permitiré que mi Señor y Rabí se moleste en lavarnos los pies?
-Lavaré vuestros pies -replicó Jesús- para que no os olvidéis que aquel que sirve a los hombres será más grande que todos los hombres.
Paseó su vista por nosotros y agregó:
-El Hijo del Hombre que os ha elegido por hermanos y cuyos pies han sido ungidos con ungüentos árabes y secados por el cabello de una mujer, quiere, a su vez, lavar vuestros pies.
Echó agua en la jofaina, se arrodilló y nos lavó los pies, comenzando por Judas el Iscariote. Cuando hubo terminado se sentó entre nosotros. Su rostro resplandecía cual una aurora sobre un campo de batalla luego de una noche de combate sangriento.
El posadero y su cónyuge trajeron la comida y el vino. Antes del lavado yo tenía apetito, pero después lo perdí. En mi garganta había llama sacra que no quise apagar con vino. Tomó Jesús un pan y dio un pedazo a cada uno de nosotros, diciéndonos:
-Tal vez ya no comeremos más pan juntos: comamos, pues, este trozo en recuerdo de nuestros días de Galilea.
Acto seguido llenó su vaso de vino y después de beber un sorbo lo pasó a nosotros, diciéndonos:
-Bebed este vino, recordando la sed que juntos hemos conocido. Bebed con la fe de una vendimia nueva y mejor. Cuando me ausente de vosotros, partid el pan cada vez que os reunáis aquí o en otro lugar, y bebed tal como en este momento lo hacéis; luego mirad en derredor de vosotros, que quizá me hallaréis allí.
Y nos repartió pescado y ganga, igual al ave que da alimento a sus pichones. A pesar de que comimos muy poco nos sentíamos hartos y satisfechos. Apenas entonamos unos sorbos, nos pareció que la copa que teníamos delante era un espacio entre esta tierra y otra distinta. Al terminar nos dijo Jesús:
-Levantémonos, y antes de abandonar esta mesa cantemos los cantos de alegría que juntos entonamos en Galilea. Nos pusimos de pie y cantamos; pero su voz sobresalía de las nuestras y en cada tono tenía una armonía particular. Cuando concluimos nos miró a cada uno y dijo:
-Me despido de vosotros por ahora. Encaminémonos a Getsemaní, lejos de estos muros.
-Maestro ¿por qué te despides esta noche de nosotros? -inquirió Juan el hijo de Zebedeo.
-Nada temáis, no os dejaré hasta que os prepare lugar en casa de mi Padre, pero si tenéis necesidad de mí volveré a estar con vosotros; os oiré cuando me llaméis; donde vuestro espíritu me solicite, allí estaré. Recordad que la sed conduce al lagar y el hambre al festín de la boda. Vuestro anhelo os eleva hasta El Hijo del Hombre, porque es la Fuente santa del Amor y el Camino seguro que conduce al Padre.
-Si en verdad nos dejas ¿cómo podremos guiarnos hacia nuestras alegrías, y por qué hablas de separarnos?
-El gamo perseguido conoce la flecha del cazador antes de que se clave en su pecho. El arroyo conoce el mar antes de llegar a la playa. Así es El Hijo del Hombre, que ha recorrido todos los senderos de los hombres. Antes de reventar los botones de los almendros al calor del Sol, mi Árbol habrá buscado el corazón de otros campos.
-Maestro, no nos dejes ahora -rogó Simón Pedro- y no nos prives de la dicha de tu presencia entre nosotros. Iremos donde tú vayas y estaremos a tu lado en cualquier lugar.
Posó Jesús sus manos sobre los hombros de Simón Pedro y le contestó:
-¡Quién sabe si no me negarás antes de terminar esta noche, y me dejarás antes de que yo te deje! -Y súbitamente, dirigiéndose a todos, dijo:
-Vámonos.
Dejamos la posada, y cuando llegamos a la puerta de la ciudad advertimos la ausencia de Judas Iscariote. Pasamos el Valle del infierno. Jesús iba al frente. Al llegar al Monte de los Olivos se detuvo y nos dijo:
-Descansad en este lugar.
La tarde era fría, no obstante hallarse la Primavera a mitad de su carrera. Las moreras reverdecidas y los manzanos en pleno florecimiento. Tenían los jardines encantos de suprema belleza. Cada uno de nosotros se recostó al tronco de un árbol. Yo me recosté debajo de un pino y me envolví en mi manto. Jesús se fue solo al huerto. Yo lo miraba mientras los demás dormían. El Maestro, tranquilo y sereno se paseaba en corto trecho, hasta que deteniéndose, alzó su cabeza hacia el cielo, extendió sus manos hacia el Levante y luego al Poniente. Le oí decir: "El Cielo, la Tierra y el infierno mismo proceden del hombre". Recordé esas palabras y comprendí que el Hombre que se paseaba a mi vista en el Monte de los Olivos, era el Cielo transformado en Hombre, y pensé que el vientre de la Tierra no es el Principio ni el Fin, sino un vehículo y una estación; una sensación de asombro y de maravilla. También he visto a Gehena en el valle conocido por el infierno, que estaba elevado entre Jesús y la Ciudad Santa.
Yo seguía tendido en el suelo, envuelto en mi manto. Le oía hablar, pero no con nosotros. Tres veces le escuché pronunciar "Padre" y es todo lo que pude oír. Bajó sus brazos y quedó como en éxtasis, de pie, erguido cual un álamo entre mis ojos y el firmamento.
Finalmente se volvió hacia donde estábamos nosotros, ya dormidos, y nos despertó diciéndonos:
-Despertaos y levantaos, ya está cerca mi Hora y el mundo se alza armado en mi contra y se prepara para el combate. Hace un segundo oí la voz de mi Padre, y si no vuelvo más a veros, no olvidéis que el Victorioso no gozará de la paz hasta caer vencido.
Nos levantamos y acercamos a Él y vimos que su cara era como un cielo enjoyado sobre el desierto. Besó a cada uno de nosotros en la frente; sentí que en sus labios había el fuego de un niño afiebrado. En esas circunstancias percibimos fuertes rumores y ruidos que procedían de la entrada del monte; parecía acercarse una multitud, pues se oía bullicio de gentes cuanto más se acercaban los ruidos. Repentinamente aparecen hombres que vienen a todo correr, con antorchas, garrotes y armas. Jesús fue a su encuentro. Los guiaba Judas el Iscariote. Eran soldados romanos y populacho. Judas se adelantó y besó a Jesús, y señaló a los soldados:
-Este es.
Jesús dijo a Judas:
-Me tuviste mucha paciencia ¡oh, Judas! -Y hablándole a los soldados, añadió:-Llevadme con vosotros, pero tratad que vuestra jaula sea muy grande, para que en ella puedan caber estas alas.
Se arrojaron sobre Jesús y lo prendieron entre gritos y vocerío.
El terror me hizo huir para librarme de ellos. Huí sin pensar en nadie durante toda la noche. Al amanecer me encontré en una aldea cerca de Jericó. ¿Por qué abandoné a Jesús? No lo sé. Me siento triste y arrepentido de mi cobardía. Así, avergonzado y arrepentido, volví a Jerusalén. Allí lo habían. encerrado e incomunicado. Después lo crucificaron. Su sangre creó nuevo polvo sobre la tierra. Yo todavía estoy vivo, pero alimentándome con el panal de miel que su vida elaboró.
SIMÓN CIRINEO
Cómo lo ayudé a llevar la cruz
Me dirigía yo al campo cuando lo vi cargado con la cruz y seguido de la multitud, y me agregué a los que iban al lado de él. El peso de su carga lo hizo detenerse varias veces, a medida que sus fuerzas se agotaban. Un soldado me dijo:
-Acércate; eres fuerte y fornido; ayuda a este hombre a llevar su cruz.
Al oír esas palabras mi alma bailó de alegría y aprovechando la ocasión cargué gustoso con la cruz.
Era pesada, por haber sido construida de madera húmeda de pino. Jesús me miró, mientras el sudor de su frente empapaba su barba y me dijo:
-Tú también bebes este cáliz; verdaderamente te digo, que lo apurarás conmigo hasta el fin de los siglos.
Y posó su mano sobre mi hombro y así caminamos juntos hasta la colina del Gólgota. Pero, puesta su mano sobre mi hombro yo no sentía el peso de la cruz; sólo sentía el de su mano, que era cual el ala de un ave. Cuando llegamos a la explanada de la colina, donde todo estaba pronto para la crucifixión, sentí entonces todo el peso de la madera.
Cuando hundieron los clavos en sus manos y pies, no pronunció una sola palabra, ni salió de su boca una sola queja; tampoco tembló su cuerpo bajo los golpes del martillo. Yo creí que sus manos y pies habían muerto y que en ese instante volvían a la vida bañados en su sangre; mas Él anhelaba los clavos como el príncipe su cetro, y quería elevarse hacia lo alto, muy alto.
Mi corazón no tuvo la advertencia de ocuparse de Él, porque la perplejidad llenaba mi ser. Y he aquí el hombre cuya cruz yo había llevado, que se trueca su cruz en mía. Pues si me dicen otra vez: "lleva la cruz de ese hombre", la portaría con mucho gusto, hasta que me conduzca al camino del sepulcro. Pero entonces le rogaría que sobre mi hombro pusiera su mano.
Esto ha pasado hace muchos años, mas toda vez que sigo el surco de mi campo y cuando el sueño trata de apoderarse de mí, pienso en aquel Hombre querido y siento su Mano Alada posarse aquí, sobre mi hombro izquierdo.
CIBOREA, MADRE DE JUDAS ISCARIOTE
Habla de su hijo
Mi hijo era un hombre correcto y virtuoso, y muy amable y cariñoso en su trato conmigo. Amaba a su familia, parientes y compatriotas, y aborrecía a nuestros malditos enemigos, los romanos que se visten de púrpura sin que hayan tejido una sola pieza ni se hayan sentado ante ningún telar; que cosechan y acopian sin sembrar ni crear.
Mi hijo tenía diecisiete años cuando lo prendieron por primera vez, por haberlo sorprendido arrojando flechas contra la guardia romana que pasaba por nuestro campo. En aquella edad hablaba a los jóvenes del pueblo, de la gloria de Israel, pronunciando discursos que yo no podía comprender. Era un hijo muy cariñoso; también era el único. Bebió la vida en este seno ya seco. Ensayó sus primeros pasos en este jardín, agarrado siempre a estas hoy temblorosas manos, que en aquellos tiempos eran más frescas que las uvas del Líbano. He guardado sus primeras sandalias en un lienzo de seda, regios de mi madre, que aún conservo en aquella aliazana que todavía está cerca de la ventana.
Cuando dio sus primeros pasos sentí que yo con él los daba, porque las mujeres no viajan sino cuando son conducidas por sus hijos.
Me han dicho que se suicidó tirándose desde lo alto de un peñasco, por haberse arrepentido de haber entregado a su amigo Jesús el Nazareno a sus enemigos. Estoy segura que no traicionó a nadie, porque amaba a los hombres de su raza y detestaba a los romanos. Un solo norte tenía en su vida: la gloria de Israel; era el tema obligado de sus pláticas y discursos.
Cuando conoció a Jesús me abandonó y lo siguió. Yo sabía que Judas se equivocaría siguiendo a cualquier hombre, porque había nacido para mandar y no para ser mandado. Al despedirse de mí le advertí de su error, pero no quiso oírme. Nuestros hijos no oyen nuestros consejos; son la marea de hoy que no quiere oír la marejada del ayer.
Os ruego no me preguntéis nuevamente por mi hijo. Lo amé y lo amaré hasta el fin de mis días.
Si el amor estuviera en la carne, quemaría la mía con hierros candentes para conseguir mi salvación; pero el amor está en lo más hondo del alma, hasta donde no se puede llegar: Ahora quiero callarme. Id y preguntad a otra madre más honrada y más noble que la de Judas; id a la madre de Jesús, por cuyo corazón pasó también la espada; ella os hablará de mí, y así entenderéis mejor.
UNA MUJER DE BIBLOS
Elegía
Llorad conmigo ¡oh, hijas de Astarté y amantes de Tammuz! Que vuestros corazones se expriman y se derramen cual lágrimas de sangre;
Porque Aquel que fue concebido de oro y marfil ya no está más con nosotros.
Lo embistió el jabalí en el bosque oscuro y destrozó su cuerpo con sus colmillos.
Hoy duerme ensangrentado con las hojas de los años ya idos; El eco de sus pisadas no despertará más las semillas que duermen en el regazo de la Primavera.
Su voz no vendrá más con el alba a mi ventana. Viviré eternamente sola.
Llorad conmigo ¡oh, hijas de Astarté y amantes de Tammuz! porque mi Amado se escapó de mis manos.
Mi Amado hablaba como los ríos; su voz y su tiempo eran gemelos.
La boca de mi Amado era un dolor en llamas y luego se transformó en dulzura.
El Amado era Aquel en cuyos labios el acíbar se volvía miel. Llorad conmigo ¡oh, hijas de Astarté y amantes de Tammuz! Llorad conmigo alrededor de su ataúd como cuando lloran los astros;
Y como cuando los pétalos de la Luna caen sobre su cuerpo lastimado.
Mojad con vuestras lágrimas los cobertores de seda de mi lecho; Allí donde descansó mi Amado una vez en mi sueño y luego Se apartó de mis horas de vigilia.
Os conjuro ¡oh, hijas de Astarté! y todos los que amáis a Tammuz que lloréis conmigo; pues Jesús el Nazareno
Ha muerto.
MARÍA MAGDALENA
(TREINTA AÑOS DESPUÉS)
La resurrección del Espíritu
Nuevamente digo que Jesús triunfó sobre la muerte por la muerte misma; resucitó en Espíritu y Fuerza y caminó en nuestra soledad; visitó el jardín de nuestro amor y de nuestros anhelos.
Él no duerme allí, sobre aquella roca labrada, detrás de aquella mole. Nosotros, los que amamos a Jesús, lo hemos visto con estos ojos a los que Él mismo ha dado la luz, y lo hemos tocado con esas manos que Él enseñó a abrirse y a tenderse. A todos los que no pensáis en Él os conozco; yo era uno de vosotros. Hoy sois muchos, pero mañana seréis menos. Mas, decidme, ¿es necesario quebrar vuestro laúd para hallar la música que encierra? ¿Es menester cortar el árbol antes de tener fe en sus frutos?
Vosotros aborrecéis a Jesús porque un Hombre del Norte dijo que era un Hijo de Dios; mas vosotros os odiáis entre vosotros, porque cada uno de vosotros se cree mucho más que un hermano para los otros.
Vosotros lo detestáis porque unos dijeron que nació de una mujer virgen y no del semen de ningún hombre. Vosotros no conocéis a las madres que se van a la tumba aún vírgenes, ni a los hombres que se dirigen a sus sepulturas ahogados en su sed. Vosotros no sabéis que la Tierra se desposó con el Sol, y que la Tierra es la que nos envía al desierto y a la montaña.
Hay un abismo que bosteza entre los que aman a Jesús y los que lo aborrecen; entre los que creen en Él y los que no creen. Cuando los años construyan un puente entre esas orillas opuestas, sabréis entonces que quien vivió en nosotros no morirá, porque era el Hijo de Dios, de la misma manera como nosotros somos también hijos de Dios; y que Él ha nacido de una mujer virgen, tal como hemos nacido de la Tierra que no tiene esposo.
Es curioso y extraño que la Tierra no diera a los creyentes más que las raíces que se nutren de su seno y alas para elevarse y beber el rocío del espacio.
Mas yo sé que sé, y en esto hay demasiado para mí.
OPINA UN HOMBRE DEL LÍBANO
19 siglos más tarde
¡Príncipe de los poetas!
¡Oh, soberano de las silenciosas parábolas! Siete fueron las veces que he nacido y siete las veces que he muerto, luego de tu rápida visita y nuestra apresurada recepción.
Otra vez vivo, me encuentro rememorando ese tiempo en cuyo espacio tu marejada nos ha alzado, entre un solo amanecer y un solo crepúsculo, sobre valles y montañas.
Luego he caminado muchos senderos y navegado en muchos océanos, y a cualquier lugar que las caravanas por la tierra y las embarcaciones por las aguas me llevaran, escuché tu nombre, ya en la oración que brotaba de lo hondo del espíritu, ya en las búsquedas de la mente, porque las personas se dividen en dos facciones: una te bendice y la otra te maldice. Pero, la maldición es indicio seguro del fracasó, en tanto que la gracia es el cantar del cazador triunfante que vuelve de cazar pleno y feliz.
Tus compañeros moran aún entre los hombres, para nuestra consolación y ayuda. Asimismo tus enemigos entre nosotros están, y ello aumenta nuestra valentía y nuestra fe.
Tu madre se encuentra entre nosotros; he podido ver la luz de su semblante en el rostro de todas las madres. Su mano mece tiernamente la cuna de todos los niños del planeta, de la misma forma como prepara misericordiosamente las mortajas.
María Magdalena, esa mujer que probó el vinagre de la vida escanciando luego su ambrosía, no se ha ido todavía de entre nosotros. Y Judas, ese hombre de ruinas y rastreras ambiciones y sufrimientos, aún existe y pisa nuestro suelo, y sigue cazándose a sí mismo, y no encontrando otra presa que su propio "yo", se autoelimina, tratando de hallar otro "yo" más elevado.
Y Juan, cuya juventud ha sido regalada por la belleza, asimismo se halla con nosotros. Prosigue cantando aunque nadie lo oye. Y Simón Pedro, el fogoso, el impulsivo, que negó saber tu nombre a fin de prolongar su vida para conocerte mejor, continúa sentado alrededor de nuestras fogatas; tal vez tenga que negarte nuevamente antes que raye la aurora del día que nace, sin embargo, está predispuesto a inmolarse sin considerarse digno de tal honor.
Y Caifás y Anás aún gozan de la luminosidad de las mañanas, juzgando y dictando sentencia al culpable tanto como al inocente, descansando en sus colchones de plumas en tanto que el látigo flagela la espalda del condenado.
La mujer adúltera continúa asimismo entre nosotros, con hambre del pan que todavía no ha sido sacado del horno y habitando solitaria una casa desierta.
Poncio Pilatos está de pie ante ti, desvestido de su soberbia, dirigiéndose hacia ti con respeto. No osa arriesgar su puesto ni ponerse al frente de un pueblo extranjero. Todavía no ha concluido de lavarse las manos. Jerusalén todavía sostiene la aljofaina y Roma el jarro, en tanto que millares de manos aguardan turno para ser lavadas.
¡Príncipe de los poetas!
¡Oh, soberano de todo lo cantado y todo lo dicho! Las personas han erigido templos en tu nombre y en cada cumbre han alzado tu cruz, en forma de testimonio y símbolo de las huellas de tus vacilantes pasos, y no para felicidad de tu Espíritu, pues tu felicidad es una cima que se yergue más allá de sus ideas y sus premoniciones, y ello no brinda consuelo. Pretenden glorificar a ese ser que no han comprendido, pues... ¿qué consuelo pueden sentir ante un ser que es idéntico a ellos y cuya misericordia es cual la suya, o ante una divinidad que posee un amor idéntico al suyo y cuya piedad y complacencia es como la que ellos tienes?
No es su deseo idolatrar al hombre viviente, a ese hombre primigenio que entreabrió sus ojos y miró al Sol sin parpadear ni vacilar. No lo conocen y pretenden ser iguales a Él.
Desean vivir desconocidos y caminar en cortejos inexistentes. Desean portar su propia melancolía, y es por ese motivo que rehuyen el consuelo que brinda tu felicidad. Sus doloridas almas no buscan alivio en tus poemas ni en tus parábolas. Su sufrimiento silencioso y relajado los convierte en misántropos a los que nadie quiere visitar.
Y a pesar de vivir entre sus compatriotas y parientes transcurren la vida solitarios y sin amigos; peor no pueden sentirse solos y cuando el viento del Oeste sopla se inclinan hacia el del Levante. Te nombran Soberano y pretenden formar parte de tu corte y proclaman que eres el Mesías, pero en realidad lo único que quieren es ungirse a sí mismos con el óleo santo.
¡De qué forma tratan de vivir a tu costa, Señor!
¡Príncipe de los cantores! Tus lágrimas eran como gotas de rocío en Mayo, y tu risa como el oleaje del océano blanco, y en el momento que hablaste, tus frases tradujeron un distante balbucear de su boca, en tiempo que esa boca debía iluminarse por las llamas. Has sonreído para dar felicidad a su médula que no estaba capacitada para recibir la risa. Has vertido llanto para sus pupilas que nada sabían de lágrimas. Tus palabras eran un padre bondadoso para su mente y sus ideas y era también una madre cariñosa para su aliento y sus frases. Siete fueron las veces que he nacido y siete las veces que he muerto, y por segunda vez hoy puedo mirarte: guerrero entre guerreros; poeta entre poetas; monarca sobre todos los monarcas y un hombre desnudo entre los amigos, compañeros vagabundos que caminan a la orilla de los caminos. Todos los días, prelados y sacerdotes inclinan la frente al decir tu nombre, y los pordioseros piden limosna asimismo en tu nombre, diciendo: "¡Una moneda, para comprar pan, en nombre de Jesús!"
Los hombres nos suplicamos y rogamos los unos a los otros, pero en verdad únicamente a ti suplicamos y rogamos. Somos como la marea alta en la primavera de nuestras ambiciones y necesidades, y en cuanto llega nuestro otoño nos parecemos a la marea baja. Aún seamos gigantes o pequeños, patricios o plebeyos, en nuestros labios tu nombre siempre está presente. Eres el Señor Eterno de la Eterna Bondad.
¡Príncipe de los poetas! ¡Príncipe de nuestras silenciosas ansias! La esencia del mundo repercute con el eco de los latidos de tu corazón. El mundo escucha tu voz con tranquilidad y paz, pero no se molesta en levantarse del lugar donde está sentado para adornar las laderas de tus montes. Los hombres desean soñar tus sueños, mas no desean despertarse con tu alborada, que es todavía más grande que tu sueño. Pretenden observar mediante tus ojos, pero sin encaminar sus entorpecidos pasos hacia tu trono. No obstante, muchos son los que se han colocado en ese trono invocando tu nombre, su testa coronada por tu poder, transformando tu visita áurea en coronas para sus frentes y cetros para sus diestras.
¡Príncipe de la luz! Tu mirada se encuentra en el tacto vidente de los ciegos; todavía se te desprecia, se te mofa y escarnece. ¡Oh, hombre, tus debilidades no te permiten alcanzar a la divinidad! ¡Oh, Dios, tu esencia eterna y humana no permite que alcances la adoración! ¡Señor, cuanto te ofrendan las personas, ya sean oraciones o salmos, misas u Hosannas, no es más que para su propio "yo" preso, porque solamente tú eres ese distante "yo", sus ansias y su grito lejano!
¡Señor, oh, gran espíritu celestial; héroe de nuestras doradas ensoñaciones! ¡Oh, tú que aún hoy permaneces caminando y entre nosotros habitas, ni espadas ni saetas detienen tu camino, pues avanzas imperturbable entre nuestras lanzas y flechas!
Desde tu Elevación nos sonríes, y no obstante ser menor en edad que todos nosotros, eres nuestro Padre. ¡Oh, poeta! ¡Oh, cantor! ¡Oh, enorme espíritu! ¡Que Dios bendiga tu nombre y el viento que te ha concebido y el seno que te ha amamantado! Y que Dios tenga misericordia de todos nosotros.
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