UN MESÍAS BIPOLAR
POR TEODORO BOOT
Del hebreo mashiaj, que significa “el ungido”, el mito del Mesías ha traído a la colectividad judía más de un dolor de cabeza. Según la tradición, se trataría de un sacerdote guerrero de sangre real, un David con aires de Moisés elegido por el Señor para liberar a su pueblo predilecto de la opresión, la dictadura o la impiedad, en cualquiera de sus formas.
Puesto que los judíos se han pasado la historia guerreando con los vecinos y peleando entre sí, recurrentemente el mito de la llegada del Ungido ha cobrado fuerza y no han sido pocos los que creyeron o fingieron serlo. O acaso lo fueron.
Transcurría el año 1626 cuando en el seno de una rica familia de comerciantes de Esmirna, nació Shabtai Tzví, promotor del movimiento mesiánico más importante desde la ejecución del joven nazareno conocido como Cristo.
Apenas había cumplido los diez años cuando Shabtai era ya un avezado estudiante de los misterios de la Kabbalah, y se preguntaba cuál sería su papel en el cumplimiento de los designios secretos del Señor. Es de presumir que también estaba interesado en saber cuáles serían esos designios. Como sea, se desentendió de los intereses comerciales familiares y a los 22 fue ordenado hakam, título rabínico sefardí que significa “sabio”.
Tal vez sea acertada la creencia popular según la cual estudiar mucho perturba la mente, pues muy pronto el joven sabio comenzó a experimentar abruptos altibajos en su estado de ánimo: de profundas depresiones pasaba a fases de gran excitación en las que sentía irrefrenables ansias de transgredir las prohibiciones de la ley mosaica y hasta llegó a gritar YHVH, el místico nombre del Innombrable. No satisfecho con esto, celebró las tres principales fiestas del calendario judío en una misma semana, oficiando además un casamiento en el que él mismo contrajo nupcias con las escrituras de la Torah. Y se proclamó el Ungido.
Nadie le creía, ni él mismo, y en sus fases depresivas se pensaba presa de los demonios, por lo que practicaba las meditaciones de la Kabbalah a fin de recuperar el equilibrio perdido.
A primera vista, la Kabbalah no parece ser un buen puerto al que acudir en busca de semejante leña. Se trata de una palabra hebrea que significa “lo recibido”, y consiste en la creencia en que la tradición judía incluye un conocimiento secreto respecto a la naturaleza de Dios, conocimiento que está muy bien oculto en las Escrituras, pero puede salir a la luz mediante ciertas practicas esotéricas. Así, los cabalistas han llegado a descubrir la estructura interna de Dios, que se compone de diez sefiroth(que no son moléculas sino etapas), razón por la cual los ortodoxos los acusan de tener diez dioses en vez de uno, lo que de alguna manera evoca la doctrina trinitaria de la secta del nazareno.
Todo hace suponer que existen numerosas afinidades entre ambas herejías, y no parece descaminada la prevención de varios pensadores ortodoxos que juzgan altamente peligrosa la pretensión cabalística de comunión con la divinidad. Y algo de eso hay, ya que los diversos Mesías que se han manifestado en este valle de lágrimas eran practicantes de la Kabbalah, como Abraham Abulafia o Abu-l-´Afiya, nacido en Zaragoza cuatrocientos años antes de Shabtai, o el polaco Jacob Frank, quien un siglo más tarde creería ser su reencarnación.
En 1651 Shabtai fue expulsado de Esmirna debido a los escándalos que provocaba. Luego lo echaron de Salónica y más tarde de Constantinopla. Tras errar por varias regiones del Mediterráneo, arribó a Jerusalén, donde oyó hablar del santo varón Nathan de Gaza, practicante de la Kabbalah de Isaac Luria, un sistema de meditaciones sencillas que podían realizarse durante las actividades cotidianas y que estaban orientadas a obtener estados espirituales.
Era el año 1665 y Shabtai acudió a Nathan en busca de una cura para su alma atormentada. Enorme fue su sorpresa cuando de inmediato el rabí lo reconoció como el Mesías, lanzando a Shabtai a una nueva fase de sobreexcitación.
De la mente humana se sabía entonces todavía menos que en los tiempos presentes, de manera que era natural que Nathan interpretara la excéntrica conducta de Tzvi mediante complicadas elucubraciones que convencieron no sólo a las masas, tan propensas a la irracionalidad y siempre necesitadas de un Salvador, sino que impresionaron a gran número de rabinos e intelectuales.
Había nacido el movimiento shabbateano.
Ahora que era el Mesías y no un perturbado más, Shabtai Tzvi multiplicó su ya desorbitada actividad. Recorrió el norte de Jerusalén, Safed y Alepo, hasta llegar a Esmirna, siempre violando los mandamientos, comiendo alimentos prohibidos, gritando el nombre de Dios, mientras Nathan llamaba a la penitencia e ideaba nuevas prácticas religiosas.
El movimiento se propagó como fuego en un charco de nafta, llegando a surgir seguidores de Tzvi en las comunidades judías de África y en los más remotos rincones de Europa. Al tiempo que corrían a pedradas a los rabinos escépticos y destruían sus propiedades, sus fans entraban en trance, con visiones del Enviado, experimentando además revelaciones sobrenaturales.
Ciertos estudiosos actuales creen ver en el extraordinario desarrollo del movimiento una manifestación de la necesidad de liberación de un pueblo sometido a la persecución, que en esos momentos era afectado por las matanzas de Rusia y Polonia, donde los judíos habían sido masacrados por psicóticos de otra orientación religiosa, pero lo cierto es que fue cada vez mayor el número de convencidos de que, en poco tiempo más, Shabtai Tzvi sería coronado Rey del Mundo.
No obstante su extravagancia, la especie preocupó a las autoridades turcas, temerosas de un alzamiento en contra del imperio, y a principios del año 1666, detuvieron al Ungido mientras se dirigía a Constantinopla, donde era reclamado por los fieles.
En prisión, Tzvi siguió predicando, pues se le permitía dar audiencias y recibir a sus discípulos, mientras Nathan mandaba epístolas a lo san Pablo explicando cómo la detención del Maestro era parte del plan divino.
Lo que resultó más difícil de entender como parte del Plan fue que cuando las autoridades emplazaron al Mesías, dándole a elegir entre ser ejecutado o convertirse al Islam, Shabtai trasmutó inmediatamente en Asís Mehmed Efendi.
El gobierno turco lo becó, suponiendo que el nuevo acólito del Profeta predicaría la verdadera fe entre los judíos del imperio, pero Asís Mehmed perseveró en su psicótico entusiasmo: durante sus fases de excitación volvía a proclamarse el Salvador, ahora en forma más inquietante, pues nunca se había oído hablar de la posibilidad de un Mesías musulmán.
El Ungido murió en 1676, como cualquier hijo de vecino, demostrando con este acto que apenas si había sido un orate más, lo que no impidió que Nathan continuara explicando que la conversión al Islam había tenido como propósito salvar también al pueblo musulmán, lo que llevó a muchos shabbateanos a imitar al Mesías convirtiéndose públicamente al Islam, mientras en privado continuaban rindiendo culto a Tzvi.
En el siglo xviii, el comerciante judío Jacob Frank se proclamó Mesías. No lo era, exactamente, pues se trataba de una reencarnación de Shabtai Tzvi, que en esta nueva vida y puesto que estaba en Polonia y no en Turquía, se convirtió públicamente al catolicismo, pero en privado siguió, como siempre, rindiéndose culto a sí mismo, que es lo que suelen hacer los verdaderos Mesías cuando se tienen fe.
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