miércoles, 16 de febrero de 2011

DESDE LA TÁRIQA DEL CORAZÓN

A la sombra de los hermanos mayores
"¿Por qué yo no tengo derecho a ser feliz?"

Bismil-Lahi r- Rahmani r- Rahim… ¡Oh!, Al-Lah. ¿Quién intercederá por mí? Al mirar a mis hermanos, los seres humanos, no puedo sino confesar que, por grandes que sean sus faltas, todas ellas anidan en mi corazón en estado de rebeldía… Tú eres Al-Mumit y Al-Mu’id, que es como decir “el agua que arranca la inmundicia y hace surgir lo cristalino”… Pero todo es conforme a Tu pretensión para conmigo.
Parece ser que hubo un tiempo en el que, para impedir una lapidación, era suficiente  que alguien pidiera que quien tirara la primera piedra estuviese libre de culpa, pero hoy en día, ¿quién estaría en condiciones de lanzar esa primera piedra?... ¡Qué fácil nos resulta ser esquivos ante nuestra propia mirada! Mirar hacia nosotros mismos y encontrarnos puros y limpios. Confundir la humildad, la cortesía y el sometimiento con la hipocresía, la crisis de autoestima o la masoquista tendencia a la mortificación intelectual y emocional tras determinados tipos de traumas… ¿Quién no ve corrección en sus actos y relaciones con los demás? ¿Quién concibe la insensatez y la dureza en sus palabras? ¿Quién no se siente redimido y justificado en su existir?... Decía Platón que para conocer a alguien hemos de conocer sus visiones oníricas, el mundo de sus sueños. Nosotros vivimos nuestros sueños, lo que implica que soñamos, pero no los conocemos. ¿Cómo podríamos entonces conocernos a nosotros mismos?...
Nos resulta sencillo hablar del Amor, como si estuviéramos preparados para conocerlo, para vivirlo, para amar… ¿Quién se siente incapaz de amar? ¿Quién no ha amado o ama? ¿Quién no siente el peso de consagrarse constantemente a los demás?... Pero, ¿quién estaría dispuesto a arriesgarlo todo por quien le desprecia y le escarnece, sin esperar nada a cambio, solo por Amor? ¿Quién responde al látigo con la caricia sin más intención que la caricia misma?...
En una ocasión tuve la oportunidad de llevar el caso de una mujer de mediana edad. Era la mayor de tres hermanos. Su padre, alcohólico, solía golpear con cierta frecuencia a la madre y a ella, e incluso tuvo más de un intento de abuso. Su madre, delicada de salud, pronto se vio impedida para el cuidado de sus hijos y falleció cuando ella contaba con veintipocos años. Con diez o doce años dejó el colegio al que acudía para cuidar de sus hermanos y ayudar a su madre con las labores domésticas. Desde los dieciséis colaboraba en el sostenimiento de su familia trabajando de doméstica. A los dieciocho, aproximadamente, fue victima de una violación que la dejó embarazada, como consecuencia su padre la echó de su casa y ella tuvo que buscarse la vida para sacar sola adelante a su hijo…
Nunca se casó con ningún hombre debido a que ya tenía un hijo y eso resultaba un impedimento para ellos, aunque tuvo una relación con alguien muy semejante a su padre en cuanto a su comportamiento, un hombre al que mantuvo un tiempo y después la bandonó. Su hijo descubrió las drogas en la adolescencia y se volvió adicto; al quedarse solos, de nuevo, fue él quien heredó la costumbre de golpearle.
Con el tiempo el chico se fue metiendo cada vez en más problemas, primero económicos, creando deudas de las que ella se intentaba hacer responsable, y después legales, que le llevaron en dos ocasiones a prisión. Yo la conocí durante la segunda de éstas detenciones. Ella había perdido su vivienda intentando hacer frente a las deudas que el hijo había creado, y a algunas multas pendientes, que de otro modo habrían agravado su situación judicial…
En una ocasión me preguntó algo así como: “¿Por qué yo no tengo derecho a ser feliz?”. “¿Qué es para ti “ser feliz”?” –le planteé… “No sé… Encontrar a alguien que me trate con cariño y amor, por una vez”… Le miré e intenté que las palabras surgieran desde la profundidad de mi corazón. Era evidente que no servía de nada decirle obviedades basadas en mi propia interpretación de su realidad. “Al-Lah, sin duda, te ha dotado de una capacidad para el Amor que resulta inalcanzable a la mayoría de los seres humanos”. “¿Por qué dices eso?”, me preguntó. “Tú mejor que yo conoces lo que viviste con tu padre, pero cuando enfermó a causa de su adicción al alcohol y tus hermanos no hicieron otra cosa que quitarle la cartilla para poder quedarse con su pensión, tú le recogiste en tu casa, le cuidaste lo mejor que pudiste y le amortajaste acompañándole hasta el último momento sin ayuda de nadie ni tener en cuenta el sufrimiento que te había provocado. También mejor que nadie conoces las condiciones en que concebiste a tu hijo y lo que ello implicó, como sabes la vida que él te ha obligado a llevar, lo que por él has hecho y lo que has recibido por su parte. Pero durante los últimos dos meses que llevas aquí yo he visto cómo has buscado trabajo y en qué condiciones lo has aceptado. Trabajas de diez a doce horas diarias, de lunes a domingo, pero con un contrato de media jornada, y el día que te dan de descanso lo utilizas para acudir a prisión sólo por ver a tu hijo un rato, y a veces él ni siquiera quiere verte, aunque si alguna semana no has podido ir él te echa en cara tu ausencia como si se tratara de un descuido.
Tu única obsesión es pagar sus deudas y sus multas a la vez que intentas ahorrar lo suficiente para buscarte un piso antes de que se determine si se le concede la libertad vigilada, ya que si él no tiene una residencia fija sabes que no se le concederá. Y todo ello mientras eres consciente de que cuando conviva contigo tu infierno volverá a ser el de siempre…” Llorando me contestó: “Pues ya estoy harta. Ya no quiero esa vida. Ya no quiero tener esa capacidad para amar. Quiero dedicarme a mí misma”. “Eso está bien –le dije–, en ese caso olvídate de tu hijo. Él es mayorcito para resolver sus problemas y tal vez necesite verse así para entender la necesidad de dar un cambio a su vida. Deja de pagar sus deudas. Deja de estar tan pendiente de lo que él quiere y necesita, y dedícate a ti. Aprovecha los días de descanso para buscarte un trabajo menos duro, aunque ganes algo menos. Cómprate ropa que te haga sentirte guapa y atractiva. Píntate. A los cuarenta se está en la mejor época de la vida, queda con amigas que les guste salir y puedan presentarte personas interesantes… Puedo darte la dirección de una asociación de gente mayor de cuarenta donde se reúnen para bailar y conocerse solteros, solteras, divorciados y divorciadas…”
Antes de que pudiera seguir me calló diciendo: “Eso no puede ser. Si conozco a un hombre tiene que aceptar a mi hijo, él no sabe lo que es tener un padre… Y si no voy a ver a mi hijo, ¿quién le va a visitar? Soy lo único que tiene… Si no pago sus deudas y sus multas ni le ofrezco una residencia fija, no le darán la libertad vigilada. Y él ya no aguanta más ahí dentro…”
Al-Lah nos enseña el camino a través de quienes nos rodean, y tal vez todos los seres humanos son nuestros hermanos mayores cuando somos capaces de mirarles desde más allá del juicio y el prejuicio… ¿Quién puede presumir de haber Amado jamás? ¿Quién, siquiera, de ser capaz de Amar?... Donde hay Amor no hay miedo, orgullo, pereza, odio, egoísmo, prejuicio ni otra cosa que el propio Amor, el ser Amado y Aquel que Ama e inspira el Amor en nuestros corazones… Al-Lahu akbar.
Autor: Sáleh Abdurrahim ‘Isa

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