Visiones del Infierno
por Paola Jauffred Gorostiza
No solamente Dante Alighieri visitó el Infierno. Antes que él, estos dos viajeros medievales ya habían ido y vuelto del mundo de los condenados.
Lo que hace distintos a San Brandan y a Mandeville es que del Infierno del que nos hablan está aquí, sobre la Tierra, con latitud y longitud, tan al alcance que basta tener un barco y saber navegar para poder encontrarlo.
En la mitología, en la literatura y en el misticismo, el concepto del trasmundo siempre ha estado presente. La visión de estos dos viajeros medievales es diferente en tanto que la llegada al infierno es más un descubrimiento geográfico que una revelación espiritual.
San Brandan
El viaje de San Brandan fue trascrito a lengua romance por el abad Benedeit a comienzos del siglo XII. San Brandan, nos cuenta el abad, era un monje irlandés que más que nada en el mundo deseaba poder conocer el paraíso en donde Adán y Eva habían vivido.
Un buen día, animado por su amigo ermitaño, Brandán se decide a reunir un grupo de mojes con los que al fin se hace a la mar. A imagen y semejanza de la Odisea, Brandan y su tripulación de catorce monjes van navegando de isla en isla sorteando todo tipo de aventuras.
Nada puede detenerlos excepto su devoción por Dios que los obliga a hacer altos una y otra vez para sin falta realizar las ceremonias religiosas que corresponden al día o a la hora. A cambio el Señor les procura provisiones por medio de un ángel.
La isla del infierno
Las maravillas con las que topa San Brandán son muchas, el Infierno es sólo una más de ellas. Lo descubren por casualidad, como todo en su viaje.
El viento los arrastra hacia una isla cubierta de nubes oscuras de donde se desprende una gran humareda “pestilente como la carroña”. Cuando están más cerca caen en la cuenta de que aquello es el Infierno, un valle llameante cubierto de fraguas.
El herrero infernal
Uno de los diablos habitantes de la isla, el herrero infernal, los acecha desde la costa con “ojos destellantes como ardiente braza”. Tiene en la mano un martillo, pero corre rumbo a una fragua de donde extrae una cuchilla llameante que arroja con una fuerza descomunal hacia la nave de los monjes.
Quiere la voluntad divina que San Brandan se salve y la cuchilla va a caer más allá de su embarcación. Luego esa misma voluntad divina hace que sople el viento y aleja de la terrible isla a los viajeros.
Jehan Mandeville
Mandeville a diferencia de Brandan, fue un personaje real. Un viajero conocedor del mundo que en el siglo XIV decidió poner por escrito las maravillas que había encontrado en Ultramar.
Su libro, Libro de las maravillas del mundo, fue contemporáneo al Libro de las maravillas de Marco Polo y una lectura que inspiraría a Cristóbal Colón.
Los datos que reporta Mandeville son muchas veces reales o al menos verosímiles, pero con esta información convive la otra; la de los leones azules, la tierra de Feminia y los ríos de piedras preciosas, por sólo citar tres ejemplos.
El valle infernal
Una de las entradas al infierno, dice Mandeville, está en un valle cercano a la isla de Latona y a orillas del río Fisón. Muchos son los que han entrado en él porque se sabe que está lleno de tesoros, pero pocos han conseguido salir. Los diablos, explica el viajero, estrangulan preferentemente a los codiciosos.
La descripción no es muy abundante. Desde afuera se escuchan tronidos de tormenta y redobles de tambor. Adentro, porque Mandeville entró junto con trece compañeros de los que al final sólo quedaron ocho, la cosa más terrible de ver es una cabeza.
La cabeza de diablo
Esta cabeza tallada en una roca representa a un diablo que devuelve la mirada, tiene los ojos móviles y cambia de expresión. Además echa fuego y humo “soltando una pestilencia insoportable”.
Describe Mandeville también una cantidad excesiva de cadáveres esparcidos en el suelo a la par que el oro, la plata y las piedras preciosas. El viajero naturalmente evita tomar ningún tesoro y aún así es perseguido por diablos que van a pie o volando.
La firme fe en Dios
Los viajes al infierno, coinciden tanto Brandán como Mandeville, sólo son realizables si uno tiene una firme plataforma espiritual y está en buenos términos con Dios. Gracias a ello es que ambos viajeros logran salvarse. Porque de otra manera, si se tiene siquiera una sombra de duda, recomendarían ambos, es mejor quedarse en casa y dejar estos asunto en manos de expertos.
FUENTE: SUITE101.NET
Lo que San Brandan y Mandeville encontraron allí
por Paola Jauffred Gorostiza
No solamente Dante Alighieri visitó el Infierno. Antes que él, estos dos viajeros medievales ya habían ido y vuelto del mundo de los condenados.
Lo que hace distintos a San Brandan y a Mandeville es que del Infierno del que nos hablan está aquí, sobre la Tierra, con latitud y longitud, tan al alcance que basta tener un barco y saber navegar para poder encontrarlo.
En la mitología, en la literatura y en el misticismo, el concepto del trasmundo siempre ha estado presente. La visión de estos dos viajeros medievales es diferente en tanto que la llegada al infierno es más un descubrimiento geográfico que una revelación espiritual.
San Brandan
El viaje de San Brandan fue trascrito a lengua romance por el abad Benedeit a comienzos del siglo XII. San Brandan, nos cuenta el abad, era un monje irlandés que más que nada en el mundo deseaba poder conocer el paraíso en donde Adán y Eva habían vivido.
Un buen día, animado por su amigo ermitaño, Brandán se decide a reunir un grupo de mojes con los que al fin se hace a la mar. A imagen y semejanza de la Odisea, Brandan y su tripulación de catorce monjes van navegando de isla en isla sorteando todo tipo de aventuras.
Nada puede detenerlos excepto su devoción por Dios que los obliga a hacer altos una y otra vez para sin falta realizar las ceremonias religiosas que corresponden al día o a la hora. A cambio el Señor les procura provisiones por medio de un ángel.
La isla del infierno
Las maravillas con las que topa San Brandán son muchas, el Infierno es sólo una más de ellas. Lo descubren por casualidad, como todo en su viaje.
El viento los arrastra hacia una isla cubierta de nubes oscuras de donde se desprende una gran humareda “pestilente como la carroña”. Cuando están más cerca caen en la cuenta de que aquello es el Infierno, un valle llameante cubierto de fraguas.
El herrero infernal
Uno de los diablos habitantes de la isla, el herrero infernal, los acecha desde la costa con “ojos destellantes como ardiente braza”. Tiene en la mano un martillo, pero corre rumbo a una fragua de donde extrae una cuchilla llameante que arroja con una fuerza descomunal hacia la nave de los monjes.
Quiere la voluntad divina que San Brandan se salve y la cuchilla va a caer más allá de su embarcación. Luego esa misma voluntad divina hace que sople el viento y aleja de la terrible isla a los viajeros.
Jehan Mandeville
Mandeville a diferencia de Brandan, fue un personaje real. Un viajero conocedor del mundo que en el siglo XIV decidió poner por escrito las maravillas que había encontrado en Ultramar.
Su libro, Libro de las maravillas del mundo, fue contemporáneo al Libro de las maravillas de Marco Polo y una lectura que inspiraría a Cristóbal Colón.
Los datos que reporta Mandeville son muchas veces reales o al menos verosímiles, pero con esta información convive la otra; la de los leones azules, la tierra de Feminia y los ríos de piedras preciosas, por sólo citar tres ejemplos.
El valle infernal
Una de las entradas al infierno, dice Mandeville, está en un valle cercano a la isla de Latona y a orillas del río Fisón. Muchos son los que han entrado en él porque se sabe que está lleno de tesoros, pero pocos han conseguido salir. Los diablos, explica el viajero, estrangulan preferentemente a los codiciosos.
La descripción no es muy abundante. Desde afuera se escuchan tronidos de tormenta y redobles de tambor. Adentro, porque Mandeville entró junto con trece compañeros de los que al final sólo quedaron ocho, la cosa más terrible de ver es una cabeza.
La cabeza de diablo
Esta cabeza tallada en una roca representa a un diablo que devuelve la mirada, tiene los ojos móviles y cambia de expresión. Además echa fuego y humo “soltando una pestilencia insoportable”.
Describe Mandeville también una cantidad excesiva de cadáveres esparcidos en el suelo a la par que el oro, la plata y las piedras preciosas. El viajero naturalmente evita tomar ningún tesoro y aún así es perseguido por diablos que van a pie o volando.
La firme fe en Dios
Los viajes al infierno, coinciden tanto Brandán como Mandeville, sólo son realizables si uno tiene una firme plataforma espiritual y está en buenos términos con Dios. Gracias a ello es que ambos viajeros logran salvarse. Porque de otra manera, si se tiene siquiera una sombra de duda, recomendarían ambos, es mejor quedarse en casa y dejar estos asunto en manos de expertos.
FUENTE: SUITE101.NET
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